Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

 

abril 7, 2024

Maternidad monstruosa

Estoy vieja. No sé usar Instagram. No veo tiktok porque es como crack. Lo evito al propio. Tengo mis programas fijos en you tube que me gusta escuchar y aunque intenté opciones a Twitter, ninguna mi atrapó y es ahí donde leo noticias y chismes, curando cuidadosamente mi time line y protegiéndome con un candadito. Linked in es mantequilla.

En FB, me aburren los anuncios, las sugerencias y que me lean la mente. Cada cierto tiempo, hago limpieza de contactos y luego me aburro. A veces me meto en perfiles de personas conocidas para ver en qué andan o cuál es su última retahíla.

En esas, ayer vi unos videos durísimos. Se trata de prueba tomada por los vecinos de una mujer que, supuestamente, vende drogas y maltrata a su hijo de cuatro años. Solo se escucha el audio.

En uno de ellos, se escucha cómo ella le dice al niño que es una desgracia ser su mamá, que desearía regalarlo a alguien o dejarlo botado y lo insulta, con desprecio y malas palabras. Atrás, solo se escucha al niño llorando, muy dolido y asustado.

En el otro, aparentemente se toma desde fuera de la casa de ellos, porque la madre sale de noche y deja al niño solo. Aquí se escucha al niño llorando, llamando a su mamá, rogándole que no lo deje solo.

Espeluznante. Fue muy difícil verlos/escucharlos completos. El dolor y el miedo de ese niño era dolorosamente real. No era necesario tener imágenes.

Me puse a pensar en la fuerza de la maternidad, esta relación intensa y extraña. No tanto desde el punto de vista de la madre, sino de uno como niño. Como a pesar de esos rechazos, desprecios, insultos y maltratos; en esos momentos de miedo y peligro, ese chiquitín le ruega a su mamá y la invoca “Mamiiii”.

Confía en que la misma persona que le asegura a diario que su nacimiento le desgració la vida y que quiere abandonarlo, lo proteja de la soledad y la oscuridad.

Porque entre en dolor y la nada, preferiría el dolor.

Yo sé que es así. Y lo entiendo.

abril 5, 2024

Islandia: Cosas que aprendí

  • Phetta reddast.  “We will get there”.  El lema nacional islandés. Algo así como “Todo va a salir bien” y si no sale, pues seguimos intentando. Alguien dijo que era como un optimismo infantil. Y que cuando las cosas no salían, como suele pasar, igual decían, mañana será mejor. Alguien más dijo que era como la mentalidad de un elfo.

Yo creo que cuando vivís en condiciones tan agrestes, es como cuando tenés cáncer. La única opción es creer que todo mejorará, porque creer lo contrario solo te hunde más.

  • Amex es una mierda de tarjeta. No la aceptaron en ningún lado. Nos decían que los cargos eran muy altos o que simplemente costaba mucho que los datáfonos la recibieran.

Acepté una nueva versión de Amex solo para usar los VIPs de los aeropuertos. Por temas de horarios y terminales no usamos ni mierda.

  • Llevé de paseo las meriendas que preparé. Las de semillas y pasas, las boté llegando a NY por temor a que me las quitaran y en Islandia, vivimos a punta de papas, chocolates y palomitas de maíz.
  • Creo que me gusta más esa opción de vivir con poco o jugárselas con lo que hay. Una opción de mantequilla, jalea, ropa, pan y listo. Simplificar las escogencias, sin quejarse.

A la vez, la maravilla local de tener acceso a todo tipo de fruta y verdura llenas de sabor. No hubo una sola ensalada que comiera allá en que la lechuga o la parte verde no estuviera ya malladita, pero había que sacarle provecho y me la comí.

  • Ser flexible me sirvió y me gustó. Todos los días probé algo nuevo de comer. No me estresé cuando se cerraron caminos y tuvimos que modificar el plan. A un guía español le escuché decir en una gasolinera que el itinerario es más una sugerencia que una obligación, que rara vez se logra cumplir. No tuve un solo ataque de pánico, salvo algunas intentonas en esos momentos en que por la nieve y el viento quedábamos envueltos en un ambiente totalmente blanco.
  • La carga de la maternidad es real. Me encargué de comprar ropa y zapatos de invierno para todos, jackets, bolsas especiales para guardarlas, acomodar todo en las maletas, llevar botiquín, comprar calentadores eléctricos y de automárticos para manos y pies, etc y nada de eso me lo agradecieron, como dando por sentado que yo me encargaría de todo. No me gusta que ni siquiera me reconozcan mis esfuerzos o mi creatividad o cómo esas cosas facilitaron todo.
  • Creo que sí me gusta la naturaleza así como la vi, en su versión salvaje, sin estar rodeada de trampas de turistas. Me quedé pensando que nunca había visto focas o cisnes en su ambiente natural y la sensación es distinta. De alguna manera Islandia es un enorme parque nacional, donde uno simplemente llega y observa y la cultura de no rompa, no robe, no ensucie, no moleste es sumamente fuerte. Los paisajes se quedan en la retina.
  • Creo que tengo un prejuicio con los chinos o en general con los turistas asiáticos. En una de las cuevas, cuando quedamos en oscuridad total, empezaron a hacer ruidos de fantasmas y sentí que los quería matar, por la forma en que eso asustó a Pato y a otros chiquitos de su edad. Me molesta cómo se comportan, lo pushy que son, lo molestos. Pero también podría ser racismo.
  • Me gustó la nieve. Pero allá. En esas condiciones. Sin exposición prolongada.
  • Costa Rica es exageradamente caro y no ofrece ni la mitad de la experiencia que ofrece Islandia. Es una estafa. O será que la conozco por dentro y entonces tengo clara la cosa.
  • Nunca más oveja sintética gringa. Si viajo de nuevo al frío, lana, y de verdad. De la que sí calienta.
  • Siempre tengo estas ideas fantasiosas. Por ejemplo, de escribirle a Diana Uribe, que sí lo hice, contándole que gracias a ella vinimos a Islandia. O de escribirle al depto de turismo de Islandia, diciéndoles que escribí una crónica de la visita y que la leen y que les gusta… hasta que los busco en internet y son lo más de pascos y recuerdo al guía que nos dijo que el islandés couldn’t care less about the tourists. Y debe tener razón. Así que esa parte, abortada.
  • Quiero saber más. Tengo lista de libros que leer. Despulgaré Netflix para ver todo lo que sea islandés.
  • Viking se dice en islandés así como suena en español. No «Vaikin»
  • Hay cosas que mejorar con Pato. Cosas que son mis propios defectos. La forma en que maneja el enojo, la forma en que responde cuando está molesto o cansado, su desafío a la autoridad en general.
  • Quisiera regresar. Ver lo que me faltó. Ver Akureyri en verano. Tal vez en el futuro, si regreso a Europa, pueda parar allá unos días, porque no hay carga adicional a la tarifa aérea. O tal vez si mis amigos se antojan de ir y vamos todos juntos. O en sueños. Islandia se quedó en mi corazón.

Alguien me dijo que me fui tanto tiempo, que más que viaje, parecía que me había ido de intercambio y que porqué no me iba a vivir allá. Le respondí citando al ídolo, a Juan Gabriel: «No me provoquen»

abril 5, 2024

Día 10: I’m just a ray of fucking sunshine

Hoy es el último día en Islandia. Amanecimos en un hotel muy cerca del previo.

Como no teníamos plan, porque la Laguna Azul está cerrada por la erupción en Grindavik. Me ofrecieron ir a otra laguna termal, pero dije la verdad: estamos agotados, mejor me dan un reembolso. No les dije que tampoco me hacía gracia bañarme en pelota con vigilancia para luego ponerme el traje de baño. Además, yo quería aun hacer unas compritas. Buscamos plan y nos fuimos a un Museo que se llama Perlan.

Es impresionante lo que se puede hacer con plata. El museo es de historia natural, con paredes que en realidad son puertas que se abren, planetario, shows, cueva de hielo, y un restaurante en el último piso que gira para tener una visión 360 de Reikjavik.

Traté de explicarle a Pato lo que es ir con Marce a un museo. Cómo papá prefiere ir muy despacio, leyendo y apreciando todo, muy diferente a nosotros dos, que corremos de un lado a otro.

Me encantó el show de volcanes, que eran videos de las últimas erupciones. Creo que a Pato además le sirvió para calmar un poco el temor irracional que tiene con los volcanes, muy similar al que tenía yo a esa edad.

Me gustó aun más el de la Aurora Boreal. Los Vikingos le decían Áróra. Me gustó cómo se contó la historia, aprender que existe además en China, donde creían que era un dragón rojo con cara de hombre o que los indios de los Estados Unidos bailaban al ritmo del baile de las luces en el cielo. También aprendí que en Islandia, cuando la aurora boreal se ve roja y no verde, los vikingos creían que era señal de tragedias. 

Volvimos al Hotel y tuve un ratito para mí, para ir a explorar el centro de la ciudad, que es re chiquito. No llevamos casi nada de vuelta a CR porque no cabe y porque todo es muy caro, pero como leí en la tienda de regalos del museo: Quién dice que yo vine a Islandia a ahorrar?

La calle principal es chiquita pero muy activa. Volví a la catedral a tomar fotos por dentro, porque más temprano había un funeral y no había podido entrar.

Me compré una suéter que quería. No dejo de sentir cierta tristeza de pensar que siempre pienso en los demás y nadie piensa en mí. Le compré una camiseta a Pato y a Marcelo hacer unos días, y a Marce no se le ocurre comprarme nada a mí.  Si hubiera tenido esta suéter desde el primer día, hubiera sido más fácil todo, porque por error mío, no traje suéters y por otro lado, la lana aquí de verdad que sirve para todo.

Los souvenirs son muy similares en todas partes y de poca variedad. Los troles y los vikingos son feos. No encontré una camiseta para mí. Esta me gustó, pero luego pensé que no la usaría:

Me siguen gustando las cosas de invierno, que tienen poquísima utilidad real. Ya de por sí traigo 3 gorritos de lana, dos cobertores de orejas y guantes nuevos. Me hice una lista de marcas  islandesas a ver si compro en línea, aunque después de este viaje, lo que sigue es un periodo de austeridad y ahorro.

Vi una fila gente muy joven en una panadería y pensé que venderían edibles. Cuando pasé de vuelta, ya no había molote y pregunté qué vendían. Resultaron ser unos rollos de canela y pastelería deliciosa, a punta de toneladas de mantequilla, pero riquísimo.

Siento que conocí lo que valía la pena conocer del centro de la ciudad y que me manejo bien, que ya finalmente me ubiqué. También me acostumbré al frío, porque me fui quitando capas conforme paseaba por toda la ciudad.

Fuimos a almorzar-cenar a una especie de mercado o Hall Food donde uno puede pedir diferentes tipos de comida.

Regresaré a CR gordita. No me he inyectado en todo el tiempo que estuve aquí y aunque llevaba toneladas de medicamentos para el estómago, nada me cayó mal.  Creo que he comido tanto porque todo me gusta y, sobre todo, porque no he sentido náuseas ni un solo día. El pan, el queso, la mantequilla, los chocolates.

Luego a empacar y dormir. El regreso sería un día de 32 horas, porque volamos devolviéndonos en el tiempo.

abril 2, 2024

Día 9: La Cueva

Pasamos en la carretera casi todo el día. Desde un amanecer con 2 metros de nieve, escolta en la montaña, parajes completamente blancos a un poco de sol conforme nos acercamos al sur. La nieve la retiraban incluso con bajop.

Llegamos justo a tiempo a un tour de una caverna de lava. No me hizo nada de gracia bajar 150 metros (y me fue peor de regreso, me quedé sin aire), en un lugar heladísimo, en oscuridad total, con temor a que temblara en cualquier momento y tratando de calmar a Pato que lloraba e insistía que no quería ir. Al menos ahí abajo lo único que está vivo es una bacteria que crece como el moho. No hay murciélagos en Islandia porque es muy frío.

Al final no me fue tan mal. No hubo que gatear ni arrastrarse y hay buena infraestructura, plataformas y pasarelas por donde se recorre cómodamente la cueva. Pero no es algo que repetiría.

Así que mejor me dedico a lo que dejé pendiente de lo que aprendí en el tour de la aurora boreal:

  • El guía nos dijo que estamos locos, pero que solo así realmente se puede conocer Islandia. Que ir a Reijavik o y/o a la laguna azul no es conocer Islandia.
  • La mayoría de los islandeses tienen una casa de verano, una casita sencilla, de tres cuartos, con un jacuzzi de agua caliente. Eso no puede faltar.
  • Se precian de ser libre pensadores y respetar la forma de pensar de todos los demás. Así que la vacuna nunca fue obligatoria, salvo si querían viajar. Igual los impactó mucho la pandemia.
  • Aquí viven 150 mil extranjeros. Solo tienen 1000 policías. No tienen ejército.
  • Las familias tienen de 6 a 7 hijos, un promedio altísimo para Europa.
  • Aunque oficialmente se dice que los Nazis no invadieron Islandia, sí hubo un naufragio durante la segunda guerra mundial en los fiordos del este de un barco alemán. Y se sabe que muchos sobrevivieron porque en ese pueblo hay varios Adolfs y Heindrichs, nombres que no son para nada comunes en Islandia.
  • Hay rotondas por todo el país y funcionan al revés que en Costa Rica respecto al derecho de vía. En todo caso, los islandeses son bien animales para manejar.
  • Todo el país huele a pescado, así como en CR huele a fritanga o a pollo de bombillo. Comen con muy poca sal y en general, pocos condimentos.
  • La ropa de invierno aguantó. Yo hubiera querido tener una suéter (no traje ninguna), pero la ropa interior larga, las chaquetas triple efecto y el sombrerito y guantes que compré localmente, me mantuvieron no caliente, pero sí cómoda. Los pies los sentí fríos pero no helados. Todo superó su prueba más brava.

Ahora sobre Akureyri:

  • Frente al hotel había una librería enorme y maravillosa. Aquí el tema de la traducción y la imprenta debe ser un buen negocio para alguien, porque todos los libros de moda y locales están impresos en islandés. Y se venden, porque por el clima, la gente lee mucho.
  • Los semáforos tienen sus luces en forma de corazones.
  • Los locales (Aureyrisenses) son conocidos por ser muy amistosos y buena gente.
  • Tienen 7 meses de invierno (nieve).

Y como la grieta que está cerca del aeropuerto sigue supurando lava, nos cancelaron el tour a la Laguna Azul. La verdad, mejor. Estamos agotados, y además, no me hacía nada de gracia eso de bañarse en pelotas con vigilancia antes de ponerse el vestido de baño para meterse a las termales. Para esa gracia, voy a Tabacón donde sí me tratan como una reina.

Mañana me dedicaré a recorrer el pueblo antiguo de Reijavik y comprarme algunas cositas, que ya me di cuenta que aquí están más baratas que en el norte y que allá arriba me estafaron, como siempre me pasa. El jueves, regresamos a Costa Rica.

abril 2, 2024

Día 8: Sole bajo cero

La experiencia familiar de dormir los 3 juntos, terminó siendo húmeda y helada: Pato se orinó y lo dijo hasta la mañana siguiente. Alegó que estaba muy cansado para ir al baño y que ni cuenta se dio. Obvio no lo reportamos porque nos íbamos temprano en la mañana.

Al desayuno, había huevitos de chocolate. El conejo de Pascua se había atrasado, probablemente por los cierres en la carretera, pero finalmente nos alcanzó. Aquí traen un mensaje adentro, como las galletas de la fortuna. El de Pato decía que hasta en las aguas tranquilas hay corrientes. Muy críptico todo.

Y allá nos lanzamos valientes. Bueno, Marce, que es el que maneja. Los caminos principales siguen cerrados así que nos fuimos bordeando la costa. El clima, ligeramente mejor, pero igual con esas explosiones de viento que me hacen sentirme flotando en la nada, así que opto por no ponerme a ver el teléfono para evitar ansiedades.

Akureyri es un pueblo de 27 mil habitantes en la esquina de un fiordo. Tienen nieve 7 meses al año y ayer no fue la excepción. Aun así, es adorable. Parece una villa navideña. Pato venía cansado y quería irse al hotel, así que eso me dio tiempo de ir a explorar la antigua calle central, con sus edificios viejos y de pensar y repasar en el libro de Karitas, además de aprovechar un ratito para mí. Mi Shangri-La literario. Mi El Dorado personal. Mi Xanadu islandés.

Desde que llegamos, noté que la gente me hablaba en islandés y les sorprendía verme la cara de loca que yo ponía o que les pidiera que me hablaran en inglés o en alemán. Luego descubrí porqué. Pero me saludan en islandés, me ofrecen el menú en islandés, me hacen comentarios en islandés… obvio, ya me estaba encanfinando pensando en que era un tema racista.

La gente aquí es alta, muy blanca, se ponen rosados del frío, de ojos muy azules y rubios. Como lo que uno se imagina cuando piensa en alguien estereotípicamente rubio. Hay oficinas de las empresas más importantes a nivel mundial. Hay un centro comercial, pero pequeño, que fuimos a explorar. Era un día tranquilo, porque como en Alemania, el lunes después de Pascua es feriado nacional.

La comida no estaba muy buena pero sí más cara que al sur. La cena fue en un cafecito cercano. Mi falafel me confirmó que el olor que nosotros asociamos a chancla y a hippie en realidad es el comino.

Y el plato fuerte: el tour nocturno de la Auora Boreal. Fuimos solo nosotros 3 porque la familia de gringos que también había reservado, decidieron no ir. Habían manejado casi 20 horas, entre caminos cerrados y los hijos dijeron que estaban agotados porque al día siguiente se devolvían a Reijavik. Recordé lo que escuché en una de las gasolineras: nunca se completa el tour. Es una recomendación de cosas que hacer y lugares a visitar, pero el clima se interpone.

Entonces, tuvimos un tour VIP, con un guía hablantín, mitad alemán, mitad islandés, con un inglés maltrecho. He aquí el resumen de lo que aprendí:

  • El 50% de los islandeses son rubios, la otra mitad, pelirrojos (por las mujeres irlandesas y escocesas que secuestraban)
  • Karitas es una historia real. Ella existió, en el sentido en que han existido miles de mujeres islandesas como ella, que han llevado una vida como ella.
  • Los lugares que se mencionan en el libro existen y los vimos, donde ella trabajaba, vivía, caminaba, iba de compras.
  • El libro no se conoce mucho, porque ellos prefieren los libros de crímenes y misterios, entre más sangrientos y oscuros, mejor.
  • En esa parte antigua del pueblo, las casas son más bajitas. Para ir a vivir ahí, se requiere autorización de la Municipalidad y no medir más de 1.65 porque si no, no cabe dentro de la casa. Esa era la media de altura. Dice el guía que sus abuelos son así de pequeños y cuando los visita, siempre debe agacharse.
  • Muchas mujeres venían aquí a trabajar en el procesamiento de arenques y muchas de ellas se hicieron ricas con su trabajo, especialmente porque en la segunda guerra mundial se requería aceite, que salió de Islandia como aceite de pescado o ballena. Sin embargo, muchas de ellas perdieron todo en la crisis del 2008.
  • Tienen problemas del tercer mundo. Inician proyectos impresionantes de túneles bajo la montaña y los dos equipos (uno de cada lado) se corren y quedan descuadrados, no calzan en el punto de encuentro y eso se nota. Los precios de productos básicos como leche, mantequilla y yogurt han aumentado un 100% en el último año. Muchas personas están pensando en emigrar.
  • Los islandeses están acostumbrados a volar. Antes de la carretera anillo, que le da la vuelta a la isla, viajaban en avión a las diferentes ciudades todo el tiempo. Es normal que en un fin de semana largo se vayan a NY o al continente.
  • La razón por la que cuesta encontrar Coca Cola en los restaurantes fuera de la capital, es esta: Los soldados gringos trajeron la Coca Cola a Reijavik. Para llevar la contraria, los demás pueblos empezaron a tomar Pepsi. Aun así, se podía encontrar Coca en otros lugares. Con la guerra en Israel, los islandeses, que les gusta opinar y estar al tanto de noticias internacionales, empezaron a boicotear a Pepsi por ser propiedad de sionistas. Y ahora lo que hay es una escasez de Coca Cola…
  • Cada granja, cada lugar tiene un nombre. Los islandeses le ponen nombre a todo. Así saben dónde vive la gente.
  • Para lidiar con las distancias, los niños, incluso los de kinder, van a escuelas internados, donde tienen gimnasios, piscinas, etc.
  • Han recibido refugiados. El gobierno les da 2 mil euros por mes más casa y trabajo. A esta ciudad llegó un grupo de musulmanes que resultaron ser una célula de Isis. Se dieron cuenta cuando pasaron los datos por los sistemas de seguridad europeos.
  • Necesitan maestros, doctores, ingenieros, de todo. Pero nadie quiere venir por el alto costo de la vida.
  • Dice que sus doctores no son muy buenos. A él lo atropelló hace unos años una turista gringa, le pasó dos veces por encima y le quebró la mitad el cuerpo. En medio de la tormenta de nieve nos dice que aun quedó con daño nervioso y que nunca le dieron la autorización formal de volver a manejar.
  • Todo islandés sabe que siempre debe andar en el carro el tanque lleno, una cobija, una pala y una botella de agua por si se queda pegado en algún lado. No sabíamos, pero el día que nos rescataron, había muchas alertas de avalancha y de hecho ocurrieron.
  • Pagan un 52% de impuestos. Sienten que su gobierno es corrupto. Se parte de la validez de la palabra de la gente. En el pueblo, aun se mantienen las dinámicas de solidaridad y de pueblo pequeño.
  • Este mae ha vivido en Alemania, en Reijavik, fue dos veces a Afganistán con el ejército alemán (dos tours de guerra) y dice que lo que más extraña cuando ha estado afuera es la absoluta libertad que dice tener aquí, donde puede hacer lo que quiere sin que nadie se meta. Para su gusto, en Alemania hay demasiadas reglas. Para el mío, este mae quedo tocado de la azotea.
  • Akureyri es al lugar a donde la gente viene de fin de semana a portarse mal. El motel nacional.
  • Hay que evadir los muchos restaurantes tailandeses que se ven por todas partes. Los suelen cerrar porque la gente se intoxica y además los usan de mampara para tráfico de personas. Los islandeses no se dan cuenta porque para ellos- y para nosotros- todos los chinos se ven iguales
  • Me hablan en islandés porque me ven tan exótica que creen que soy de Reikjavik, ciudad que pretende ser cosmopolita y diversa a pesar de que, como decía mi abuela, no son pollo que rasca mierda a las 4 de la mañana…

A media noche, en un caminito rural, se abrió el cielo. A 15 grados bajo cero vimos un mapa de estrellas único, diferente, encabezado por la estrella del norte. Las mismas estrellas que guiaron a los vikingos, la noche que están acostumbrados a ver en esta isla desde hace once siglos.

Se empezó a formar una raya verde que luego crece hasta convertirse en aurora boreal. Ellas van y vienen. Podría decir que son un fenómeno molecular magnético que tienen que ver con estar en el polo norte y la actividad del sol. Pero eso le quitaría belleza a lo que vimos. Dicen que cuando las mujeres embarazadas tenían dolores, las sacaban en las noches a ver la aurora y que eso las aliviaba. Que en invierno, cuando llegan a 30 bajo cero, las escuchan. Son ellas o tal vez es el aire helado que cruje con el viento.

Pato se dedicó a hacer muñecos y volcanes de nieve. Marce, con su trípode, a tratar de capturar el momento. Yo, simplemente me emocioné hasta las lágrimas.

¿Quién iba a decir que la nieta de una inmigrante nica, que no terminó la escuela, una lavandera, iba a tener jamás la oportunidad de estar aquí y de ver semejante belleza?

marzo 31, 2024

Día 7: Vikingos al rescate

La comida aquí me recuerda a la comida mexicana. Son básicamente los mismos ingredientes pero en diferente orden, en cada cosa que uno come. Allá, tortilla, frijoles, tomate, natilla, aguacate y carne. Aquí tubérculos, lácteos, cordero, pescado y va jalando.  

Las frutas y verduras frescas son poquísimas, y las cultivan en invernaderos. No hay tal cosa como fruta de temporada como en el trópico y la que hay, es importada a precio de riñón sano, igual que los cereales, la ropa, etc. Los extranjeros se quejan de la poca variedad de los productos.

Como resultado, la comida típica es sui géneris. Cosas como cabeza de oveja o tiburón fermentado, les resulta un recordatorio de su vida de mierda antes de la segunda guerra mundial, donde se comía lo que se podía y no lo que uno quería. Obtener comida era un logro que permitía otro más: seguir estando vivos. Una necesidad y no un antojo.

Unos monjes irlandeses que por alguna razón quisieron venir a vivir a un risco de estos, hicieron el negocio redondo: construyeron un palomero inmenso. Eso les daba carne y huevos todo el año, les daba además las crías, o sea que se reinvertía y reproducía solito. Les daba plumas para las camas y los abrigos y las cuitas las vendían carísimas como abono, indispensable en un suelo tan sufrido como este, donde las erupciones volcánicas queman cualquier posibilidad de vida.

Y de eso quedan aun secuelas. Uno se siente como un homínido recolector o turista capitalista en Cuba, viendo todos los días las mismas frutas, tubérculos y hongos en carrusel en distintas presentaciones. Hay que reconocerles, eso sí, el ingenio.

Te advierten que la carne roja es producto de cacería y que ojo ahí con los dientes porque puede aun tener balines. Los hoteles y restaurantes te piden que avisés de previo qué querés comer para así tener las porciones exactas. Aquí dejar comida en el plato no es mala educación, es un insulto, considerando lo que han vivido.  

Ellos no toman tanto como otros escandinavos porque el licor es producido y cobrado por el Estado y también es carísimo. La cerveza que en el continente cuesta un euro, aquí cuesta 10. Y las tiendas donde venden licores, son propiedad del Estado. Así que emborracharse, es un lujo que la mayoría no puede permitirse y mucho menos montarse en la proverbial carreta cada fin de semana.

Hoy salimos temprano para Akureyri. Todo iba bien, hasta que empezamos a subir la montaña.  El primer día comentábamos como la nieve recuerda las noches de la infancia, camino a Guanacaste: palomillas blancas hipnotizadas por las luces de los carros, iluminadas con los chorros de luz, que quedaban pegadas al bumper.

Pero ese recuerdo tiene de lejano lo que la nieve tiene de tétrica cuando se pone intensa. No se veía nada, ni para atrás ni para adelanta. Avanzábamos muy lento, básicamente porque el carro que iba adelante iba manejando con mucho miedo, totalmente comprensible.

Por momentos yo me sentía mal, de la angustia, de ver todo blanco y con cada empuje de viento, sentir que perdía la orientación del espacio. Entendí y compadecí a otros choferes ansiosos. Yo también me hubiera parqueado a un lado a echarme una lloradita y a seguir, porque ¿qué queda? Al menos a los lados no había ni mar ni guindo. En una de las veces que me bajé, me di cuenta que a uno se le iba la pierna hasta la rodilla en la nieve fresca.

Pato encontró que se moría de las ganas de orinar DOS VECES en esas condiciones. Y allí salió con el papá en medio ventolero a hacer lo propio, cerquita del motor para que no se le hiciera la pipí como un tuquito de hielo.

Los caballitos, tan inquietos siempre, se hacían un puñito y se quedaban muy quietos.

De pronto estábamos detenidos en el camino. No nos molestó porque como buenos ticos, las presas no nos son extrañas. Al cabo de un rato, nos dimos cuenta que el carro que ocasionó la presa era uno de los bomberos, que tienen a cargo el departamento de Búsqueda y Rescate. Era tal la tormenta, que el camino se había cerrado. Ellos esperaban a que se hiciera larga la fila de babosos que íbamos atravesando la montaña para servirnos de guía y llevarnos casi de la manita hasta terreno seguro, todos en fila india, despacito.

Una gringa de un carro más atrás se bajó muy vestida de esquí a pedir explicaciones. La devolvieron con el rabo entre las patas de deje la habladera y vaya siéntese en el carro hasta que le digamos qué hacer y usté aquí no manda a nadie.

Los bomberos eran ENORMES. Con trajes especiales muy gruesos, carros enorme, luces, barredoras de nieve, barreras, guantes gigantes (que se los envidio. No hay forma que no me de frío en las manos), motos de nueve y cuánta madre para proteger y salvar a los turistas de ellos mismos.

Hubiera sido más humillante si hubiéramos entendido lo que decían. Hubiéramos sido más precavidos si viéramos las noticias o escucháramos la radio, pero como todo es en islandés, no tiene sentido.

Cuando finalmente bajamos de la montaña, siguiendo a ese carro enorme con sirenas azules, había otro bombero tomando foto del aterro de turistas y extranjeros agradecidos con ellos que les tirábamos besos y les decíamos gracias como en 17 idiomas distintos.

Igual topamos con más caminos cerrados, así que tuvimos que acampar en un hotel cerquita, en medio de la nada, donde conseguimos el último cuarto disponible. Una cama matrimonial y Patito como el niñito: entre la mula y el buey, porque no quedaban camas extras.

Lo importante: estamos bien, calientitos y comimos riquísimo.

Con el traductor, me acabo de dar cuenta que lo mío era carne de caballo, otra especialidad local. Me vale un pepino. Estaba buenísima.  Creo que ha sido la mejor comida hasta ahora. Si hubiera sido de reno, ganso, cisne, pato, cordero o hasta cuervo, me la como sin pensarlo, con o sin balines.

marzo 30, 2024

Día 6: El clima contraataca

Por tercera vez me encuentro con el alemán enorme. El debe estar tan harto del frío como yo, porque ya ni me alza a ver. Al menos el desayuno aquí en el fiordo sí tenía cosas calientes. Veo el aceite de pescado que ha estado en todos los desayunos y me prometo que en algún momento haré la maniobra islandesa de echarme un shot a ver si no me vomito.

Los fantasmas me quedaron mal. No se aparecieron. Pato ya pasa por el túnel que une los dos edificios del hotel sin asustarse. Recrearon los camarotes de un barco pesquero francés, con maniquíes incluidos, que hasta a mí me hacen sentir incómoda. El piso es irregular, como recordando la sensación de un barco y hay una grabación de sonidos de mar.

En fin, todo listo y empacado para seguir al norte y la recepcionista checa nos informa que anoche cayeron 20 cm de nieve, que no hay paso, que la policía nos devuelve, que es peligrosísimo, que así va a quedarse 2 o 3 días. Que si queremos nos podemos quedar ahí, pero que no hay nada que hacer porque todo está cubierto en nieve y además cerrado y ella opina que en los fiordos no hay nada que hacer porque solo hay pescado…que es mejor volver a lo que ella llama la civilización.

Después de una hora de conversar con los agentes de viaje, nos recomiendan volver a Reikjavik, que es una manejada de 10 horas. Pasaremos la noche aquí y mañana subimos por el otro lado a Akureyri, ciudad que queda en el círculo ártico. Son otras 8 horas manejando.

La recepcionista checa le va dando las mismas noticias a todos. Y a alguien le dice que esta isla le ha enseñado a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, así sean solo 10 minutos de sol, porque nunca se sabe cuándo cambian las cosas.

Al inicio del camino, sigue nevando. No se ve la carretera de la cantidad de nieve y cuando se ve la calle, los hilos de nieve parecen culebras. Me recuerdan a Silvio:

Sueño con serpientes

Con serpientes de mar

Con cierto mar de serpientes sueño yo

Blancas transparentes

Y en su barriga llevan

Lo que pueden arrebatarle al amor

Oh. Oh Oh

La mato y aparece una mayor

Por ratos se hacen ventiscas, remolinos a los lados. Cosacos blancos que giran y giran sobre su propio eje.

Nos paran varios carros, como quien para un taxi, a preguntarnos por los caminos y a todos les decimos que es imposible pasar y todo lo que nos dijeron en el hotel.

Hacemos todo en reversa y sigue siendo igual de impresionante que la primera vez que lo vimos.

Pasamos a almorzar a Höfn, pero muchas cosas están cerradas por la Pascua. Aprovechamos un super abierto por si acaso mañana no encontramos nada más. Parece que es el super oficial del pueblo, porque está lleno de gente que solo habla islandés.

Son altos, muy blancos, rosaditos. Tienen los ojos achinados, como los de Björk (que es islandesa también), usualmente muy azules. Hay algunos rubios, otros no tanto. La mayoría habla inglés.

El super es una especie de centro agrícola. Además de las cosas de super- que no tienen esa variedad maniaca de los supers gringos- hay una sección completa de venta de lana, cosas de granja, mascotas y bazar.

Hay tres picos que parecen tres gnomos abrazados y el hielo que les cuelga, su barba blanca. Hay un risco que parece un mascarón de proa, una mujer que se lleva los brazos al pecho mirando al mar.

Pato se porta como los grandes. No se queja. Va inventando juegos. Canta. Cuenta historias. Se duerme por ratos. Aunque le he dicho que por favor avise apenas tenga ganas de orinar, no lo hace y tiene que salir a -4C a orinar a la orilla del camino.

Al fin llegamos a Reijavik. Estamos en otro hotel, en el centro histórico de la ciudad, en una especie de buhardilla donde la verdad, estamos muy cómodos. La recepcionista es española y se alegró, sinceramente, de hablar español con alguien más.

Ya hay que lavar ropa. Hay que ver dónde encontramos un laundromat.

Tenemos pendiente probar los perros calientes de aquí, que son muy famosos.  Estos se compran en las gasolineras, que tienen mini super, baños muy limpios y además venden sopita.

Marcelo ha estado muy enfermo. Amanece todos los días sin voz y pasa con una tos molesta, seca, y comiendo confites especiales para la garganta. Claro, el viento y el frío no ayudan. En Islandia hay un dicho: los turistas o agarran un pez enorme, un islandés enorme o una gripe enorme. Check.

En todo caso, creo que ya nos aclimatamos porque siento calor por ratos.

Mañana seguimos: Akureyri, las ballenas, los frailecillos, una cueva de lava y la ansiada aurora boreal.

marzo 29, 2024

Día 5. Fiordistán

El Padre Invierno es real. Un ser vivo cruel y de mal carácter . Levanta ventiscas de repente en los caminos de las montañas y solo se ven los palitos fosforescentes para no irse en un guindo. La carretera nacional es a la tica, un carril en cada sentido, pero al menos no tiene huecos. Se espera a que pase la barredora para iniciar de nuevo. Pone hilos de nieve a bailar frente a los conductores. Te marea cuando todo alrededor es absolutamente blanco.

Tengo una contractura de 120 minutos a oscuras, bajando santos para lograr salir de este laberinto blanco.

Se pone de acuerdo con la culpa cristiana y hoy, Viernes Santo, aniversario tropical de mi blog, todo aquí está cubierto de nieve y cerrado, salvo una pizzería donde creen que la pimienta negra es un ingrediente más de una pizza y la llevan al borde del envenenamiento. Las banderas están a media asta.

Pero también me concedió un milagro. Amaneció nevando y en el salón de desayuno me volví a encontrar los ojos celeste hielo glaciar, que se sorprendió al verme y no pudo evitar un gesto de sonrisa. A ese lo vimos en el otro hotel- dice Marce. Ah, sí? Yo no me di ni cuenta.

Escucho que es alemán, no vikingo. Es casado y con tres hijos. La mirada no es de admiración. Es de solidaridad ante lo que implica maternar/paternar y encima de viaje. Al menos el mío es solo uno. Uno viaja pensando en dos, la ropa de dos, la comida de dos, pendiente de dos. Al menos en mi caso.

Se abre el camino y el viento baja de la montaña del este a enfrentarse al mar, en el golpe de esas olas violentas e intensas. El viento insiste y el mar resiste. En la cima de la montaña la piedra se ha tallado en el tiempo como los dedos de gigantes que se agarran de la cima a punto de completar ese último paso.

Ayer Höfn me robó el estómago. La capital islandesa de la langosta. Deliciosa comida. Como para volver a quedarse aquí solo para probar los diferentes lugares.

Hoy recorrimos fiordo tras fiordo. Un libro de cuentos de casitas antiguas reforzadas con zinc para el clima, con rótulos con los apellidos de la familia y el año en que se construyeron o llegaron a la isla. Fábricas masivas de preparación de pescado, barcos enormes, redes, puertos. Pueblos de pescadores, pero con oficinas de KPMG, con el primer puesto de intercambio comercial con Alemania y Europa, con historia muy muy antigua.

Vimos muchos cisnes blancos y a sus polluelos, los patitos feos, en aguas heladas. Por eso, tal vez, salen en tantos cuentos. Vimos focas. Los islandeses creían que una vez al año salían del mar, se quitaba su piel y pasaban la noche entera bailando y celebrando como seres humanos, para volver al agua al amanecer. Vimos renos, ahí casuales, como cabras, en esas montañas empinadísimas, casi en ángulo recto, de arena volcánica que van a dar al mar. A esos los hacen en hamburguesa o en albóndigas. Una delikatessen de la zona. Y caballos, muchos, muchos caballos, más pequeños que los que conocemos, lanuditos, tranquilos, reservados. No hay que tocarlos. No vaya a ser que les pegue uno un bicho centroamericano y se pasee en la especie.

A veces llegan osos polares de Groenlandia, que vienen a dar aquí porque se perdieron o los trajo un iceberg. Los devuelven de inmediato, porque no saben cómo tratarlos y pueden afectar el ecosistema isleño.

Qué ajena me resulta la logística del frío. Cómo saber cuál es la ropa adecuada, dónde comprarla. Cuándo salir sin la chaqueta y cuándo ponérmela. Si se la pone uno en el carro o afuera. Cuál es la rutina correcta para no dejar olvidados los guantes y el gorro.

Hoy me di cuenta además, que aquí no hay personas en estado de calle ni gente pidiendo. No hay refugiados. No he visto afrodescendientes (salvo 2) y ningún musulmán, árabe o parecido.

Llegamos al fin al Hotel, a las orillas de otro fiordo. Fue un hospital francés y lo han reconstruido. El hospital fue producto de un naufragio de un barco. Hay una exhibición macabra que recrea sus días pasados y fotos a blanco y negro de todos los que han pasado por estas gradas. Hay un túnel que lleva al edificio del frente para ir al restaurante, donde reconstruyeron los camarotes de ese viejo barco. No tengo dudas de que debe estar lleno de fantasmas y espíritus. Lo siento en la anticipación de mis sueños.

Me dieron un website para ver si los caminos estarán abiertos para seguir mañana hacia el norte, que es a dónde vamos.

marzo 28, 2024

Día 4. Enfrentada a los elementos

Día 4.

La cena de ayer estuvo mediocre. Es un hotel con una vista impresionante, pero enorme, que recibe buses llenos de turistas y es masivo. Así que el bufet se limitó a comida medio tibia y malona.

El arroz, en particular, fue engañoso. Apenas lo probé sentí en mí la necesidad de levantarme e ir a la cocina a repartir faja y explicar cómo se hace bien un arroz de forma que al menos tenga sabor.

Pato decidió ir a cenar en la ropa interior larga de invierno. No sabe que es el equivalente a ir en calzones y brassier a comer y no le dijimos. El se siente elegantísimo todo vestido de negro y con las botas de invierno.

La mesera resultó ser una española que nos detectó al oírnos hablar y nos contó que ella estuvo entre ir a hacer voluntariado a una finca en Costa Rica o venir a Islandia y bueno, aquí estaba. Se veía genuinamente feliz de poder hablar español con alguien. No le dijimos que esto, con todo y el frío, era mil veces preferible a lo que le hubiera esperado en la patria, empezando por la maravillosa ausencia de mosquitos que hay en este país.

Al desayuno, detecté unos untables de hongos y paprika, entre queso y mantequilla. Me gustó mucho más el de hongos. Es parte de mi plan de probar algo nuevo todos los días.

También detecté  aun descendiente de vikingos altísimo y de ojos azules, que brillan como el hielo viejo de los glaciares y un cuerpo proporcionado. Coincidimos a la cena y al desayuno. Me ve. No sé si con la curiosidad propia del que ve una cosa extraña o con lástima a una mujer que tiene que velar por ella y por su hijo. Tal vez lo vea de nuevo en alguno de los destinos.

Llegamos a un parque nacional, donde hay caminata de media hora para ver un glaciar directo a los ojos. Es corto, sin cuestas, pero con un viento que incluso me empuja a mí y me obliga casi a correr. Fue impresionante esa media hora. A pesar del abrigo, me dolían los oídos, se me congelaron las manos, me lloraban los ojos y la nariz. Media hora antes se me había venido la sangre por la nariz y yo sentía que de una narina me colgaba una estalactita roja y de la otra, una transparente. Sentía agujas en toda la cara y cómo se me partían los labios.

¿Cómo no iban a pensar los seres humanos que los elementos eran dioses? El agua, el aire, el fuego y la tierra, todos con la capacidad de acabar con las vidas de las personas, todos recordándote la fragilidad de la vida humana. Tal vez por eso mismo sabían que la única opción posible era ser uno con la naturaleza, para tratar de contener o gestionar su impacto.

Recordé que los islandeses tienen ese acento porque hablan al inhalar. En este lugar ni el aliento tibio debe desperdiciarse. Recordé que optaron por creer en elfos y trolles para justificar la muerte temprana y trágica de sus hijos, para lidiar con el dolor de una vida difícil. Que supieron que lo suyo era una lucha diaria de sobrevivencia, cuando empezaron a llegar otros europeos y renombraron lo que era su cotidianeidad.

Me concentré en poner un pie frente al otro y en no detenerme hasta llegar al lugar y de ahí devolvernos. No me quejé. No paré de caminar ni un momento. Eso sí, necesito comprarme una máscara de terrorista. Todo para climas árticos y nunca más nada de oveja sintética de promesas falsas.

En la cafetería del Parque, hay rótulos por todas partes diciendo que se prohíbe el consumo de comida que no sea comprada ahí, como la sopita de tomate que me devolvió el alma al cuerpo. Pero la familia de 4 italianos, sacó sus bolsas plásticas con sus burritos y lo acompañaron con el agua gratuita. El grupo de la India llevaba una especie de termos enormes, de donde sacaron una torre de platos hondos de lata, como los almuerzos de antaño, chile y una botella de 2 litros de Coca y todos empezaron a servirse. La cafetería entera olía a curry. Pero nadie les reclamó nada.

El paisaje cambia cada 5 minutos, de nieve, a kilómetros de piedra que asemeja lustre gris, detenido en el momento en que ceso el avance de toda la lava que cayó en la zona. Cuerpos gorditos de muñecos de trapo, desmayados uno encima de otro, tratando de llegar al mar- Encima solo crece musgo. Más allá, un desierto de área negra volcánica. Riscos enormes. Y luego, más nieve. Más montañas. Pueblitos de cuatro casas. Quiero saber cómo son las dinámicas sociales en grupos tan pequeños. Cómo funciona la privacidad. Qué pasa cuando hay vínculos disfuncionales.

En la radio, suena I wanna know what love is. Y recuerdo 1986. Una compañera contándome que su primo hermano le cantaba esa canción y lloraba, porque aunque no lo verbalizaba así, sentía miedo, sabía que eso sería un abuso. Nosotros, en cambio, con apenas 15 o 16 años, sentíamos que era una canción de enamoramiento, sin relacionarla con sexo, entendiéndola como la promesa de sentirse querido, algo tan distinto, como esta isla, para chiquillos privilegiados que se sentían tan solos. Era una canción romántica.

Llegamos a un lago, lleno de nieve y de icebergs, una tormenta congelada, que desemboca en una playa negra, donde los pedazos de hielo se parecen a diamantes náufragos que fueron a encallar allá.

El frío y el viento en ambos lugares era una cosa brava. Pienso en los muchachos del accidente de Los Andes, casi cinco meses en esas condiciones, ellos que no conocían la nieve ni sabían cómo abrigarse y aun así sobrevivieron.

Sentí cierto fresco cuando una turista china resultó empapada por estar haciendo poses con boca de pato tocando uno de esos pedazos de hielo. El mar la atacó por detrás.

Debe pasar también en Costa Rica, pero lo que más hemos visto son turistas. Alemanes, argentinos, gringos malcriados, chinos, japoneses, indúes. Muy pocos islandeses.

Almorzamos en la capital islandesa de la langosta, Hofn. Venden hamburguesas de reno. El fish and chips es delicioso. Lo hacen con bacalao y prácticamente se desbarata solo. Eso sí, no le ponen salsa tártara.

Llegar a cualquier parte requiere de coordenada geográficas. Nadie sabe de Waze y la recomendación es usar Google Maps para todo.

Estamos en un nuevo hotel, en una nueva noche. Mañana seguimos hacia el este. Nos tocan los fiordos.

marzo 27, 2024

Día 3: Eiyafjallajökull

La isla montaña glaciar. Así se llama el volcán de la erupción del 2011. En 24 horas, 3 personas nos han insistido en pronunciar el nombre correctamente. Parece que quedaron dolidos por todo el bullying de las noticias, que se burlaban de lo complicado de la palabra y le pusieron de apodo E-15. E porque así empieza y 15 por la cantidad de letras.

Aparte de la ceniza, nadie sabía que cuando un volcán tiene el cráter tapado por un glaciar, las cosas se complican más. El glaciar se deshace, el agua hierve y revienta el hielo, que sale junto con la lava en una inundación de hasta 60 metros de altura, destrozando todo y dejando un desierto de arena negra.

Como no entiendo nada de lo que dice la gente- miento, ya aprendí un poquito-yo tampoco me di cuenta que hoy pasamos a las faldas de ese volcán. Y de otro, que se llama Katla. Yo pensaba que era una marca de ropa de lana. Y tenía razón. Es ambas cosas.

Katla hace erupción cada 50 años y la última fue en 1918. Ya le está agarrando tarde y el pueblito de Vik (Bahía) una cosa coquetísima, se prepara para el desastre.

Se dice que cuando hizo erupción en los 1700, mató al 25% de la población de Islandia y al 75% de sus animales y que su ceniza arruinó la cosecha en Europa, generando hambrunas. Algunos aquí consideran que eso fue el origen de la revolución francesa: la desesperación a la que lleva el hambre.

Pero me adelanto. Dormí profundamente y soñé que le decía a la cara que hasta aquí, que no más, que no podía, que no lo necesitaba, que eso nunca iba a cambiar. Pero casi al final, me desesperaba en llanto y le rogaba que no se fuera, que mi vida no tendría sentido sin él. Un sueño. Nada más.

Salí temprano de la habitación a admirar el espacio. A sentirme en la cima de Europa, lejos del ruido, de las ciudades, de las compras, de la gente. Tal vez los islandeses tienen razón y estas vidas sencillas y minimalistas es lo mejor para todos. Tal vez me gusta porque me recuerda al sur de Chile, impresionante con su naturaleza y calidez de la gente.

Busqué la billetera en el carro, volví a preguntar a la recepción, llamamos al super. Desciframos la grabación porque entendí “no abierto” y cuando me contestó una señora muy dulce de limpieza, buscó por todas partes y me dijo que ahí no estaba.

Yo estaba confiada en la honradez y bajísima criminalidad de esta sociedad y mi autoterapiada. Al final, en la última búsqueda, tratando de ubicar un guante de Pato, apareció en una bolsa de uno de los tantos salveques que andamos jalando.

Y nos fuimos. Primero a ver varias cataratas en Seljalandsfoss. El día estaba helado, porque era la sombra. Hay estalactitas, hielo y chinos influencers por todo lado. No los soporto. Con sus looks perfectos y sus caras de animé, buscando la mejor pose sexy para el Instagram, impidiéndole el paso a los demás que también estamos en la pelota y también queremos tomar fotos.

Luego a una de las cataratas más famosas y grandes, de 200 m de altura, Skogafoss. Se forma un arcoíris en todo momento. En la naturaleza, lo normal es el arcoíris y la diversidad de sus colores, no lo contrario. Como dato curioso, las bolsas de vomitar de Icelandic Air tiene impresa la pregunta: Te sentís como Skogafoss?. Ya me habían advertido que aquí el sentido del humor es bien macabro.

En una tienda de regalos, vi dos cosas que quiero más adelante. Son símbolos rúnicos de los Vikingos. Uno es una especie de compás dibujado, Vegvisir,para no perder nunca el norte, ni siquiera cuando estás perdido en medio de la nieve. El otro, el yelmo del asombro, te asegura la protección de los dioses antiguos contra cualquier tragedia.

Pato y yo ahora tenemos gorros de lana de verdad y el cambio se siente. Era indispensable. Lo que teníamos probablemente era sintético e insuficiente. Ahora me falta buscarme guantes de lana o de esquiar.

Esto tiene el frío, como la natación. Es hasta que uno lo sufre que aprende qué es lo que se necesita. La segunda piel ha sido una maravilla, igual que el calentador de manos eléctrico. Y de ahora en adelante, solo lana de oveja de verdad.

El paisaje cambia de un momento a otro y después de acantilados, pájaros, arcoíris y quebradas de agua pura, viene mucha nieve y montañas, para llegar a la playa negra-Reynisfjara- llenísima de arena volcánica negra y miles de piedritas suavizadas por el mar. Ahí hay unas formaciones de roca de basalto, donde juegan los trolles.

A la entrada de la playa hay 3 piedras con runas vikingas. Hace 11 siglos se grabaron estas piedras. El viento es impresionante y pienso en esos muchachos rudos, en sus barcos de madera, acostumbrados a que perder la vida era cosa de un minuto, que se hacían a la mar sin saber si volvían.

En Vik vemos un show de lava que nos permite por primera vez verla de cerca. Almorzamos en un cafecito local, donde los 3 comemos como si lleváramos 3 días de ayuno. Pato aun no sabe que la carne de la sopita ni la que se está comiendo hoy es de cordero, ni pensamos decirle.

En ese restaurante, hay una tienda de regalos donde consigo varios libros de sagas, historias, dichos, algunos recuerdos, todos pequeñitos porque no tengo mucho espacio.

La encargada me oye hablándole a Pato y me pregunta si soy portuguesa. Le aclaro de dónde venimos y en español perfecto me cuenta que vivió 3 años en Nicaragua. Sonríe cuando imito el acento. Coincidimos en que extrañaremos toda la vida esa comida y que Nicaragua, Nicaragüita se lleva siempre atravesada en el corazón.

Pasé todo el día en la naturaleza y no me quejo. Hasta me gustó. Creo que lo que más me gusta es la tranquilidad, la paz, el silencio. Me siento lista para hacer más turismo de invierno. Volver aquí. O Noruega, Rusia, Finlandia y Suecia.

Mientras Pato va dormido entre las jackets, Marce y yo tejemos sueños como las artesanas de la isla, de un futuro en que Pato se vaya de intercambio y tal vez recuerde sus ocho años y quiera venir aquí a aprender otras formas de ser feliz, de ser más humano.

Marce se resfrió. Tose y come confites para la gripe todo el día.