Es eso, precisamente eso. Berlín no es una ciudad linda, no entra por los ojos. Obliga a que uno la descruba porque si no, decepciona. Berlín es una ciudad enojada con la vida, obligada a una adolescencia, rebelda y eterna de refunfuños y chichas con forma de graffitti, que cada vez que llega a grande, la bombardean y entonces tiene que empezar de nuevo, reconstruyendo un 90%. Es la capital más pobre de Europa, con enormes problemas de desempleo. Lo dice el señor Alcalde (el mismo que dice “I’m gay and that’s ok”): “Berlín es pobre, pero sexy”.
Aquí no hay monumentos que recuerden victorias pasadas. Solo hay memoriales que reconocen errores del pasado para que no se repitan en el futuro. No es una obsesión con el pasado. ya quisiera uno que los países lationamericanos donde hubo dictaduras tuvieran una décima de este sentido de memoria y responsabilidad históricos y rememorara aunque fuera a uno de sus detenidos desaparecidos.
Cuando cayó el muro, se reconstruyó la plaza que da a la puerta de Brandenburgo, donde por años, los caballos de la cuádriga le daban al capitalismo vista directa a sus cuatro rabos. Los gringos ofrecieron hacer su embajada ahí y llegaron mascando chicle a la oficina de gobierno a decir que por requrimientos de seguridad de la construcción de sus embajadas, necesitaban que la ciudad corriera TODA la plaza y la puerta de Brandenburgo, 20 metros hacia allá. Los Berlineses les dijeron que sí, que claro, que empezaran a construir y ahí iban viendo. No solo no corrieron ni media piedra, si no que además le advirtieron: cualquier edificio cerca de un monumento histórico, tiene que ser modesto, que no desvíe la atención del monumento. Además, no puede ser más alto que el monumento vecino. Por dentro, pueden hacer lo que les de la gana. Los gringos hicieron un bunker. El DZ Bank, que está al lado, diseñado por Frank Ghery, en cambio, instaló al mar en su recepción.
El Monumento a los Judíos Europeos Asesinados, es, por decir lo menos, perturbador. Uno se interna en ese bosque sinuoso de 19 mil metros cuadrados con bloques de concreto irregulares. En el punto central, los bloques y las sombras son enormes. Cualquiera que pase a cualquiera de los lados del laberinto, un fantasma. Uno se desespera, pensándose perdido, deseándose Icaro. Los bloques están cubiertos por una pintura especial que facilita quitarle los graffitis, producida por la misma empresa que fabricó el gas Zyklon B con el que se asesinó a los judíos en los campos. Siguen lucrando con el mismo crimen. Y ni piense en boicotearlos. Si quiere hacer un statement contra las compañías alemanas que usaron mano de obra esclava o sirvieron a los nazis, alístese para quitarse todas las calzas, no tomar nunca más Coca Cola o al menos fanta, buscar otros equipos médicos, comprar lápices de colores chinos, por mencionar unos cuantos.
Era más interesante cuando creíamos que Hitler había huido a la Patagonia argentina, a juntarse con el resto de nazis, para vivir como hasta los 115 años, bajo un nombre falso, aterrado de ser descubierto por los agentes de la Mossad. Pero no. Lo encontraron ya muerto, los rusos, en una tumba cavada a poca profundidad en el patio del bunker. Lo llevaron a Moscú y luego a una Universidad en el este de Alemania. Hace unos años fue cremado y sus cenizas se lanzaron al río Elba. Hasta la más pura maldad adolece de la ordinariez de la mortalidad. Era además vegetariano estricto y adoraba a Blondie, su pastor alemán, a un grado tal que dio una amplia lucha por los deseos de los animales. Su disciplina era sicosis, no idealismo.
Marx escribió El Capital sentado en la biblioteca de la Universidad Humboldt, que lo graduó a él y a otros 27 premios nóbeles. Echate una alma mater…
Los gringos se pasearon en lo que fue el Checkpoint Charlie. Destruido por los berlineses orientales, por su mal recuerdo, los gringos reconstruyeron las casetillas de control y recolocaron soldados de adorno, sacos de arena y mandaron a hacer nuevos los letreros que advertían que uno estaba abandonando Berlín Occidental. Los locales, con el cinismo que los caracteriza, le dicen a esa dramatización patética el disneylandia de los gringos en Belrín. Hay un museo que dicen que está lleno de historias de personas que insistieron en reunirse a pesar de las cortinas de hierro.
El día que cayó el muro, los berlineses orientales supieron que sus Trabis eran autos de plástico, que los taxis al otro lado eran Mercedes Benz. Fue su pimera vez para todo: para ver un punk, para tomar una Coca Cola, para ver ropa y gente occidental, para probar la cerveza y la champaña, para darse cuenta que las naranjas no eran un lujo, que existían cosas como bananos o kiwis. El grito a ambos lados de la pared de “Wir sind ein Volk” (“Somos un solo pueblo”) y la metedura de pata de un alto funcionario, cambió la historia y desató una fiesta berlinesa donde con solo presentar la cédula en cualquier restaurante te invitaban a todo. Cinco días duró el festejo y después, las farmacias colapsaron con alemanes que rogaban por algo para la goma.
El cielo en Berlín es dolorosamente celeste y abierto. Hoy empezó a hacer frío.
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