En una venta de artesanías que impresiona rasca, encuentro camisetas del MIR, de Allende, de Miguel Enríquez, del FPMR, parches, posters, libros y DVDs (piratadas). Estas son las mejores tiendas para dejar mi dinero chileno. Compro desaforadamente.
Visitamos a la Dina, alguien a quién el Antídoto le debe, básicamente, el milagro de haber nacido. Escudriñando entre sus libros, me pasa uno sobre Allende. En una página, el Comandante revela lo que siempre había sido mi esperanza: Allende no se suicidió, como dijo la historia. Murió en combate, primero baleado al estómago, después a la cabeza y finalmente acribillado. Su guardia personal lo llevó a la silla presidencial, le pusieron su banda de presidente y lo envolvieron en la bandera chilena.
El Estadio Chile estaba cerrado, en un callejón que paesta a orines, en un sector popular, cerca de la Estación Central. Me alegra joder a varios Pacos preguntando por el Estadio. No entramos, pero afuera reconforta ver la cara pensativa de Víctor, identificando el Estadio donde lo asesinaron y que recién hace tres años lleva su nombre.
Es mi primera Navidad con tanto tanto calor. Estoy donde quiero estar con quien quiero estar y pensando en otras Navidades que vendrán, que diluyen cada vez más los infiernos navideños de mi infancia.
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