La primera noche fue terrible. Te dormiste como si nada solo para despertarte tres horas después. Y a partir de ahí, cada quince minutos. Y cada vez, entre el sueño y las lágrimas llamabas “Baba, Baba” con un tono, que aunque no sabés hablar, decía todo.
Que ibas a pasar por un duelo, me dijeron. Pero nadie me dijo que sería de noche, porque en esa dulzura tan tuya, durante el día sonreís, hacés tus bromitas de bebé, comés, hacés la siesta, te orinás y todas esas cosas que se hacen a la edad tuya. Debe ser en la noche en la que tu inconsciente te recuerda del hombre al que le decías Baba: tus brazos favoritos, el que te puso tu apodo, el que te enseñó a hacer trucos, el que te acostaba a dormir todas las noches, el que se levantaba cuando te oía llorar. Vos dormías en el mismo cuarto que él.
No sé si fue mi cansancio o mi ansiedad. Te oía llamando a ese papá y empecé a pensar en el mío y en esas lagunas de la memoria porque no le podés exigir mucho a los tres años y medio. Pensé si yo habría llorado así por el mío, con esa necesidad, con ese dolor, con esa melancolía, la primera noche que no estuvo. Pero no me acuerdo. Lo intenté, pero no hay nada ahí. Nada. Tal vez solo el reconocimiento primitivo de un corazón roto a otro. Y lloré con vos. Abrazada a vos. Te dormiste hasta las 3 de la mañana, agotado de llorar como un gatito bebé.
Mi mamá llamó al día siguiente y le pregunté. Me dijo que en el enredo de la muerte de Alejandro, yo no reaccioné. Como tampoco dormía en el mismo cuarto, no noté tanto la ausencia. Pero a los días comencé a preguntar. ¿Dónde está? ¿Porqué no viene? – Yo le decía que en el cielo. Me decía? De verdad me decía? Porqué no me acuerdo? Porqué siempre he creído que me dijeron que andaba en Guanacaste y fue hasta el kínder que un niño me dijo? Miente ella o me miento yo? – Y después usted empezó a decir que había que ir a buscarlo al cielo, a decirle que venga, que estamos solas aquí.
He llorado todos los días por alguna razón u otra desde que llegaste aquí. No siempre se llora de tristeza. Llorar de amor es muy distinto. Lloro porque llorás vos. Lloro porque veo la ropita con la que llegaste, en cajas de cartón. Lloro porque estoy agotada de no dormir. Lloro como si de repente tuviera una revolución hormonal. Esta mujer que cada vez que te tiene en los brazos se siente inmortal, invencible, eterna, feliz, está en el pico máximo de la vulnerabilidad.
Al día siguiente, almorzamos los 3 juntos. Mamá se tiene que ir a la oficina, porque como te digo todos los días desde que te conocí, nosotros somos personas que nos gusta estudiar, que nos gusta aprender, que nos gustan los libros. Somos personas honestas, responsables, trabajadoras, que trabajamos mucho mucho para que el Patito chiquitito tenga todo lo que necesita.
Entonces como en una carrera y me voy. Te doy un beso en la frente y mientras cierro la puerta te oigo llorar porque me fui. Pienso que ojalá me de tiempo de llegar antes de que te acostés. Pienso de nuevo en mí, a los 3 años, llorando cada vez que mi papá se iba a trabajar, pidiéndole que no se fuera. Me he convertido en mi papá. Y otra vez se me llenan los ojos de lágrimas.
Es innegable: Solo pienso en ti. No puede haber nadie en este mundo tan feliz.
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