Entotorotada por la modernidad y por la estrategia comercial de Amazon, hice un consulta criolla en mi ghetto de Twitter y la respuesta aplastante era que me merecía un Kindle, que lo amaría por siempre, que olvidaría a los viejos libros y que por obra y gracia de un tarjetazo a pagos de polaco, ingresaría por la puerta grande a la tecnología del siglo XXI.
Así que me compré un Paper White y su respectiva cubierta, que parece un libro antiguo de cuero en mi tono favorito. Basada en recomendaciones de lectores adictos e ilustres (les pregunté cuánto leían por semana) me permití el lujito y me fui de panza en la piscina de la tentación.
Amazon ayudó a empujarme. Siempre he comprado libros como si me dedicara profesionalmente a su venta, distribución e intercambio. Cuando no me daba el presupuesto, iba en bus con una caja llena de libros viejos para intercambiarlos por otros libros viejos en Mora Books en el Omni.
Cuando tampoco me daba por la cantidad que quería, los compraba usados por Amazon. Pero desde que apareció el kindle y todas sus versiones, incluyendo la competencia, resulta que un libro nuevo ahora solo lo ofrecen en versión de tapa dura que, obvio son mucho más caros que la versión en Kindle más el envío.
A continuación resumo mi experiencia, por si le sirve a algún lector recalcitrante de la vieja escuela:
- Es cierto que uno se puede enroscar en las cobijas y leer.
- Recibo lo que quiero leer de inmediato. No tengo que esperarlo. La parte negativa es que me encantaba y me encanta recibir cosas por correo, que obviamente disminuyeron.
- Se puede leer con la luz apagada, lo que es un enorme plus para los que leemos antes de dormir.
- Me parece un poco incómodo para leer en el baño. Como que no da el apoyo suficiente que se requiere en esos casos.
- Se puede llevar a todas partes, pero si lo pierdo, aparte del colerón y la plata, estaría perdiendo los libros que tengo en cola.
- Me ha costado un poco acostumbrarme a tocar la pantalla para pasar de páginas. Hasta siento donde me crecen los dendritos en el cerebro mientras termino de aprender a usarlo.
- Tiene esa cosa de que marca las partes que otros lectores han marcado. Entonces me doy cuenta que se supone que debo reírme o tomármelo muy en serio, aunque no entienda porqué o no me haga gracia.
- Nunca rayé un libro ni marqué sus páginas, así que eso no me hace falta.
- Me encanta eso de que se acuerda cuál fue la última página a la que llegué.
- Añoro sentir como cambia el grosor de las páginas en mis manos, cuánto llevo, cuánto me falta. Ese porcentaje de avance que sale abajo, no me convence.
- Añoro reconocer el libro de turno por la portada. Ahora todos tienen la misma cara, ese envase que le conseguí que parece de libro antiguo y viejo.
- Es más fácil embarcarse a comprar como loco, a punta de un solo click.
- No me gusta ese individualismo de no poder prestar un libro o regalarlo a alguien muy querido.
- Todavía tengo la memoria muscular de mover páginas una a una.
- No es tan fácil devolverse para releer las partes más lindas.
- Eso del diccionario me es muy útil para leer en otros idiomas.
- Me parece que no es muy útil cuando el libro trae fotos o ilustraciones o hay suspenso entre una página y otra.
- Ya descubrí como implementar mi táctica del multireading, es decir, cuando me estoy leyendo varios libros a la misma vez.
- No huele a nada. Y a mí me gusta el olor a libro.
- Aun tengo que hacer más pruebas, pero me da la impresión que el aparato de alguna forma limita la capacidad de que uno se adentre en sus páginas y se pierda en la imaginación.
- Es un desmadre comprar y bajar libros en español.
- Todavía no me río ni lloro con nada de lo que leo en esa pantallita. Parece que no tiene el mismo impacto sentimental.
- No es posible dedicar libros.
- Creo que es un formato injurioso, injusto y sinsentido para la poesía.
- Me da horror que se pierdan las librerías. ¿A dónde iría uno a calmarse, a pasear, a admirarse, a educarse, a entender qué leer?
- Me da la impresión que no son lo mejor para leerle a alguien en voz alta, mucho menos un cuento.
- No hay versiones para los pop-up books, mis favoritos.
- Hay que cuidarlo mucho, al Kindle. Que no se moje, no se quiebre, no se raye, no se caiga. O sea, no se puede quedar uno dormido con el Kindle en el pecho, o que se le caiga al piso cuando uno se duerme. Requiere de muchos cuidados.
- Me molesta que la pantalla tienen anuncios.
- Me gusta que tengo acceso a miles de libros “prestados” por Amazon Prime.
- El botón de encendido es incómodo.
- La batería dura mucho.
En términos generales, el cambio ha sido bueno pero no sustitutivo. Las experiencias no son comparables, por lo menos para mí. Ya decidí que el Kindle lo voy a usar para libros que quiero leer una sola vez. Esos que después de leídos iban a parar a la caja de intercambios y de los que uno se arrepentía de haber pagado por la compra y el envío.
Los libros de comics, las novelas gráficas, los Asterix y mis libros de Plaza Sésamo, seguirán llegando a la usanza tradicional. Igual que aquellos que me encanten y quiera releer muchas veces.
Los libros parecieran ser como un novio que uno quiso mucho. Lo nuevo es curioso y cómodo y práctico, pero los sigue uno añorando con todos sus viejos defectos. Es decir, finalmente me alcanzó la brecha tecnológica y enfrentada a la escogencia entre el producto de la creatividad humana y un libro, prefiero las cosas encuadernadas a la antigua.
Me siento un poco como la primera vez que le puse a Mimí un walkman con música de los Gipsy Kings. Nunca se me va a olvidar ni su reacción ni su cara.
Lo peor de todo es que, recientemente, me temo que he empezado a sentir cómo me retumba en lo profundo de las entrañas una nueva necesidad producto mi consumismo digital: Quiero una tablet.
Se aceptan comentarios para mejorar mi estado de transición hacia el futuro.
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