Estamos hablando de cualquier cosa de brete. Y de repente me acuerdo de las recomendaciones de mi amigo Dean, de sentarme con el Patán y pedirle que me cuente todas sus correrías, un legado para el futuro de lo que significa ser la testosterona con patas. Una ayuda inconmesurable para los tímidos del mundo.
– Mirá, un día de estos necesito sentarme con vos y que me contés de todas las mujeres que te has cogido, para escribirlo.
(Un silencio largo)
– Ajá… la diferencia entre eso y videarme como quería el Pequis, ¿cuál es?
– Bueno, no, yo lo publicaría después de muerto vos…
– ¿Y a mis hijos qué les vas a decir?
– Diay, no sé. Pero tampoco nos hagamos los tarados. Ellos saben que no sos un angelito. A mí, por ejemplo, me hubiera encantado tener un libro de las andanzas de mi tata.
– Ajá… ¿y a mi mujer?
– Bueno, después de muerta tu mujer. Tá bien después de muertos los dos. O bueno, de todos modos, no vamos a usar tu nombre real. Lo puedo publicar ya. ¿cómo van a saber que sos vos?
– Solo vos sabés que no me van a reconocer. ¿Vos te imaginás lo que me hace mi mujer si llega a leer algo así?
Quién diría. Tan machito y le tiene miedo a la mujer. No me lo imagino “Sí mi amor, lo que vos digás negra. Sí corazón”.
Me agacho a recoger las medallas que se le cayeron. Las guardo en una gaveta, envueltas en papel china color azulito.
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Estamos en una reunión, discutiendo un contrato.
– ¿Te pusiste tetas?
Mi primer impulso es revisarme hacia abajo, verificar que mi blusa no tiene un escote pronunciado y taparme, pudorosamente, lo poquito que se ve.
– No. Lo que pasa es que estoy gorda.
– Pero parece que te hubieras puesto tetas.
– No. No me puse. Además, ¿a vos qué te importa? ¿Qués, que me te tenés medida? ¿Qué tenés vos que andarte fijando en nada? Mi blusa es decente, no?
Y me vuelvo a revisar preocupada. El Patán se ríe, como siempre, con su sonrisa de lado y sus ojos chinos que tantos problemas me ha causado.
– Mae, acuérdese del principio: A uno le enseñan tetas, uno ve tetas. Y con esa blusa, y ese tamaño, andás enseñando. Punto.
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Me llama. Yo no me doy cuenta que estoy en speaker:
– ¿Por dónde andás? – pregunta
– Estoy en el Hospi, en un chequíllo- y aprovecho- Tito ¿Me trajiste los chocolates que te pedí? (Lady Godiva rellenos de frambuesa).
– ¡Jueputa sal con vos! yo no soy el mandadero de nadie, no sé porqué ustedes las hembras creen que a uno le cuadra andar buscando mierdas por todo el aeropuerto como si no tuviera nada mejor que hacer. Yo ando breteando, no llevando recados de hembra. ¿Cuándo hasta visto a John Wayne comprando calzones en un duty free? A ustedes les dejaron tres huecos precisamente para que hicieran los mandados y no estar haciendo encargos como si yo fuera tu mejor amiga. ¿Qué me vas a encargar la próxima vez? ¿Kotex? Yo nunca le traigo ni picha a nadie. Ahí cogí de lo primero que me encontré, no sé si eran o no Godiva o esa picha. Ni me fijé.
(Me doy cuenta que estaba en speaker, probablemente con otros hombres oyéndolo, a juzgar por las risas socarronas de aprobación y los “Así se hace” que se escuchan de fondo)
– ¿Podés levantar el teléfono? (Lo levanta y yo repito, en el mismo tono dulce) – ¿Me trajiste los chocolates?
– Claro Tita, aquí los tengo. ¿Pasás el lunes por ellos?
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El día de lo del alboroto del video de Karina, me llama:
– Mae, no hemos hablado del Pequis.
Yo me preparo mentalmente para el pleito que sigue. Para recordarle que la intimidad de la gente es su privacidad. Para decirle que obvio que vi el video. Para explicarle qué pienso al respecto. Decirle que para mí ella se veía incómoda, que era claro que lo hacía por él. Que el tema no es si ella tiene o no denuncias. Que si el Ministerio de Cultura o en general el Gobierno, expulsara a todos los funcionarios que tienen amantes o problemas judiciales, mejor apague y vámonos.
Me preparo para enfrascarme en una discusión larguísima de cuál es la diferencia entre lo del Pequis y la comenzadita, incluyendo, pero no limitado a que a la segunda la atropello Jesucristo y se convirtió. Para analizar las teorías de quién será el Pequis y decirle que no, que no le vamos a preguntar a nadie en el gobierno. Para oír, estoicamente, qué opina él de la fisonomía de la viceministra. Para recurrir al viejo truco de qué harías vos si la del video fuera de su hija o si nieta. Para repasar las bromas más recientes y decirle que no me hacen gracia. Para manipularlo y explicarle lo violentada que se siente una mujer cuando alguien traiciona su intimidad.
– ¿Qué del Pequis?
Me dice, serio serio:
– Mae, al Pequis hay que encontrarlo y pichacearlo para que aprenda a ser hombrecito. Esas varas NO se hacen.
Parece una escena de una película de la Mafia. El Pequis nos ha deshonrado. Decile que pronto estará durmiendo con los peces. Va a amanecer con una cámara de video ensangrentada entre las piernas. Yo no le digo nada. Pero sonrío.
– Y calda te vea a vos haciendo un video de esos, ¿oís? Pero ni para mí.
El lunes, cuando me de los chocolates, le voy a dar un abrazo. No le voy a decir que es por lo del Pequis. Que crea simplemente que le estoy dando las gracias efusivamente.
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