Los tres años que Mimí fue a la escuela, fue sin desayunar. Los tres años tuvo una maestra que, como a las 10 de la mañana, cuando arreciaba el calor, le pedía a la mejor alumna- a Mimí- que fue a comprarle un pinolillo bien frío. Mimí iba orgullosa y feliz. De vuelta, sudando bajo el sol, patita en el suelo, vestidito de manta, se decía a sí misma “Si me tomo un traguito, nadie se va a dar cuenta”. Y bajaba un sorbito. “Solo me salió espuma…”. Otro sorbito. “Me supo medio raro la leche. Voy a probar a ver porque si no me devuelvo a que lo cambien”. Otro sorbito. “No me fijé si estaba bien batido”– Y así hasta llegar a la escuela con un culito de pinolillo en el vaso. Todos los días, la maestra la recibía del mandado con una sonrisa “Gracias Natalia. Sentate”.
La Nación le pregunta a Laura si hubiera querido más hijos. Titula en la versión impresa que ella añora un chiquillerío alborotándola alrededor. Que se enjuaga las lágrimas por estar hoy tan lejos y que se quedó con ganas de tener una chiquita. Sepan que yo también habría tenido una marimba, pero a mí nadie me pregunta y eso no me hace menos profesional, menos capaz, más débil o menos mujer. Y quiero saber porqué nunca le han preguntado a Oscar Arias que sentía de estar lejos de sus hijos un día del padre. Yo seré una decepcionada de este gobierno, pero tiene razón Michelle Bachelet cuando decía que a una mujer en la política le hacen preguntas que jamás se animarían a hacerle a un hombre.
En Granada, los Cardenal eran creyenceros y espiritistas. Estaban convencidos que la abuela, la matriacra, había reencarnado en una mula. Y ahí la tenían en el patio de la casa, con todas las comodidades, agua, comida, un sombrerote adornado con flores, cepilladas diarias y el desfile de familiares que pasaban todo el día con ella, haciéndole compañía “¿Cómo amaneció Mama Toya?” “Mamita Toya, ayúdeme con ese problema” “Mamá Toya, veya lo que me están haciendo”. Ningún vecino se atrevía a reírse de ellos. Todos, además, pasaban saludando a la abuela. Con respeto. Los Cardenal eran los ricos del pueblo.
En el Colegio de Abogados y Abogadas, donde no se han enterado que el lenguaje inclusivo masacra al español y que una ilusión gramatical no genera igualdad de género, casi me escupen cuando pregunté si hoy estaban abiertas las instalaciones deportivas. Yo quería ir a nadar. Solo un desalmado sin madre se le ocurren semejantes cosas. Por supuesto que claro que no.
Yo sé que ya lo he contado. Pero lo que más tengo presente ese el beso que me daba a las 10 de la noche, cuando volvía cansada de trabajar dos turnos y yo ya estaba dormida. Me recuerda esta canción, que resume, para mí, la esencia de ser mamá en esta Latinoamérica:
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