Felicitas, la profesora, le pregunta respetuosamente a Yuuki, japonés, que porqué los japoneses son tan insistentes, en todas partes del mundo, en eso de andar tomando fotos como desesperados, desesperando de paso a los demás turistas a grado tal que ya los japoneses con cámara en la mano, son considerados una peste a nivel mundial, con grupos organizados que los adversan, los evitan y los odian sin miramientos.
Yuuki se ríe. Siempre que va a contestar algo, se ríe, y se tapa la boca. Luego hace dos o tres reverencias japonesas, como un Samurai de 23 años. Y luego habla, su voz suave y clara, como un papel de arroz
“En Japón tenemos solo dos semanas de vacaciones. Y no se pueden tomar juntas. Entonces, en realidad, es solo una semana. Se pierden dos días viajando de ida y de regreso. En América o en Europa, todo nos parece extraño, nuevo, distinto, alrevés de todo lo que conocemos. Pero tenemos muy poco tiempo. Entonces le tomamos fotos a todo para que, al regresar a Japón, podamos verlas con calma y realmente disfrutarlas, para no ovlidarnos de nada. Se le toma fotos a todo, a los cuadros, a las pinturas, a las personas, a los edficios, a los árboles, a los carros. Hasta a los baños. Por viaje, pueden ser más de cinco mil fotos”
Alguien más pregunta que qué putas hacen con tanta foto. Yuuki se ríe otra vez, se tapa la boca y hace dos o tres reverencias de samurai. Y otra vez el papelito de arroz delicado de su voz dulce:
“La peor parte es el regreso. La tradición es que uno invita a los amigos a la casa para mostrarle cada una de las fotos y explicarla. Es muy aburrido, pero nadie pensaría en no ir. Suena hasta ridículo, eso de ver una foto de un inodoro y que le digan a uno “eso es un baño occidental“. Para el que viajó, no es tan malo porque ahora aprecia con calma todo lo que vio o recuerda en un remolino. Creanme, la peor parte es ser uno uno de los amigos”
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