El sábado, después de uno de los tours del Instituto, decidimos irnos a pie hasta el centro, atravesando el Tiergarten. A medio camino, nos encontramos la calle cerrada, llena de carretas y tractores con cada vez más gente con banderas, pancartas, puestos de camisetas revolucionarias y panfletos (en papel reciclado por supuesto) y hasta un caballo de Troya de espuma. El Che Guevara estaba estampado en todas partes.
Poco después, frente a la puerta de Brandenburgo, en el mismo lugar que John Kennedy dijo “Ich bin ein Berliner” , había una tarina enorme y un montón de gente. De repente estábamos en medio de una de las protestas más grandes que se han hecho en la ciudad en los últimos 20 años. Los tractores demoraron casi una semana en atravesar toda Alemania para unirse a la protesta.
En medio de sesenta y siete mil hippies alemanes (50 mil dicen los más conservadores) y ante el razonamiento arrollador de mi compañera argentina (“Hay quilombo. Y cuando hay quilombo, una aposha”), nos quitamos las jackets, pusimos el puño en alto, compramos un botón “Atomkraft? Nein danke” y nos quedamos a bailar en el concierto de ska-hip hop, protestando igual que todo el macherío contra la energía atómica, diciendo que existen opciones más limpias. A mí, esto de ponerme en riesgo y tener la posibilidad de que llamen a mi embajada diciendo que me detuvieron por andar en politiquería, me encanta.
En Berlín hay protestas todos los fines de semana contra todo lo que uno se pueda imaginar. Es como un deporte y se anuncian constantemente en el metro. Esta en particular, tenía el riesgo de que era organizada por Greenpeace, que no se distingue precisamente por lo discreto ni por lo respetuoso de sus actuaciones.
Una de mis compañeras finolis (Mesa 1) hacía cara de asco al verse rodeada de tanto hippie rasta y macrobiótico, uno que otro usando enaguas, y señalando un helicóptero que estaba fijo en el cielo, me reclamaba “Que esa no es la tele. Es la policía. Nos están filmando. Cuánto más quieren estar aquí? Puede ser peligroso!!”
Su reacción histérica tiene motivo. Verán, la pobre estaba un poco afectada. A petición de ella, recién habíamos entrado a KDW, la tienda por departamentos más grande de Europa, la Iglesia del Santísimo Consumo y se nos había puesto a llorar, frustrada por que los precios exagerados atentaban contra sus intenciones de shoppin.
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