Lo realmente sencillo, es diagnosticar al loquito que está encerrado, amarrado o que afirma alegremente que es Napoleón Bonaparte, Jesús o Maradona. Lo realmente jodido, es el diagnóstico del loco que anda de traje entero, que se sienta en el cubículo de al lado o que anda manejando pegado a tu guardabarros en la autopista. El loco que dice que vio a una virgen o al mismísimo Dios y lo declaran santo con todo y día feriado. Al loco que dice que hay defender los privilegios de los ricos y lo eligen presidente de un país matón al que llevó a la guerra y a la ruina. Al loco que opina que estos o aquellos son inferiores y termina armando solito la segunda guerra mundial, con todos su crueldad y sus muertos.
Y, por supuesto, el que presenta el mayor reto: el loquito doméstico, como el que se sentó a la par mía, el otro día, mientras yo, concentradísima en mi librito, trataba de evadirme de lo que exponía un conferencista. Su olor casi me bota de la silla. Olor a rancio, a muchos días sin baño, sin desodorante, sin siquiera un pañito húmedo y mucho menos cosas tan sofisticadas como un peine o una colonia. Ese tufo a añejo que le iba perfecto con esa ropa muchas veces puesta y nunca lavada y con las uñas llenas de tierra.
Se consumió en su bolsito color percudido y saca un libro así, chiquito como el mío, lleno de dibujos góticos de calaveras hechos a mano. Me lo ofrece con un gruñido. Yo, asustadísima, logro decirle “gracias…NO”. Despreciado, se vuelve a consumir en el bolso y saca una torre de papelitos viejos, de todos los tamaños, delicadamente recortados, con más calaveras y los empieza a admirar como si fueran las postalitas del álbum de Topo Gigio. Cada tres postalitas, me observaba con disimulo a ver si yo me antojaba. Pero no le di pelota. Descorazonado, simplemente jaló.
Después de repetir el cuento varias veces y exagerar mis muecas de asco, me quedé pensando en lo que alguna vez dijo alguien que se llamó Abraham Maslow: La verdad, es que en el fondo, todas las personas queremos las mismas cosas básicas: ser felices, querer a alguien, que alguien nos quiera, tener dónde vivir, dónde comer, trabajar, tener salud. Nuestras diferencias estriban en cómo creemos que se llenan esas necesidades. Hace poco, por ejemplo, escuché a un abogado reclamar el derecho de todos los vecinos de un condominio a tener una vivienda digna… a millón de dólares cada casita.
El espécimen me hizo pensar en tantas personas que andan/mos por ahí con incapacidades reales para conseguir esas cosas que todos queremos. O con incapacidades reales para reconocer siquiera que las queremos. Personas que, en opinión de Maslow, están/mos enfermas, lejos de la salud mental y que deben recibir tratamiento. De hecho Maslow afirmaba que la maldad era la evolución de la enfermedad mental.
Qué pensarán los papás del espécimen cuando lo ven así, tan destruido? Cómo consigue amigos si huele mal, gruñe en lugar de hablar y solo habla de calaveras? Cómo es la muchacha que lo va a querer? Esa es la vida que uno quiere para un hijo? O los dejamos a la buena de Dios o de Marx en las calles, como los homeless de los países diz que desarrollados?
Lo peor de todo es que estamos en una época en la que con la excusa de la tolerancia y el respeto, ya ni siquiera ayudamos a la persona que evidentemente necesita ayuda. Al contrario, con tal de no asumir el problema, nos escudamos en el respeto y predicamos que todos tienen derecho a hacer lo que les de la gana. Y nadie hace nada por ellos y poco a poco se ponen peor.
Para rematar, personas como el espécimen antes se daban fácilmente cuenta de que algo no andaba bien, de que no calzaban. Y no hablo de ese revolucionario utopista que siempre se supo distinto del mundo superficial, tampoco hablo de desadaptados funcionales o personales con gustos particulares. Hablo del mae que se da perfecta cuenta que él o los demás se equivocaron de planeta, que en todo lado pega. Pero ahora, gracias a Internet, navegando navegando encuentran a otros como ellos, se reúnen, se apoyan, se comparten y se refuerzan precisamente esas conductas que los agravan y los aíslan cada vez más. Y nadie hace nada hasta que juran que son Napoléon, hasta que inician una guerra, hasta que preguntan si nosotros también escuchamos voces que nos llaman o hasta que tratan de hacerse daño.
El Antídoto me decía que el espécimen no es nada comparado con los bichos que él ha visto cuando muchos geeks se reúnen. Verdaderos genios de la computación que parecen haberse quedado perdidos en el proceso evolutivo. De qué les sirve ser tan buenos en lo que hacen si socialmente están aislados? Es justo explotarles ese talento a costa de su desarrollo personal? Hasta dónde llega el derecho de las personas de hacer con su vida lo que les de la gana, de asumir conductas que los dañan? Cuándo confundimos el no-me-importa con el respeto y no hacemos nada por estas personas? Hubiera preferido a un Mozart feliz o sacrifico a Wolfgang Amadeus, a un ser humano, a cambio de la música maravillosa que compuso? Viviríamos más tranquilos sin la amenaza de la visión esquizofrénica que terminó escrita como el Apocalipsis en la Biblia? Cómo podemos ser respetuosos y a la vez solidarios? cómo superamos ese individualismo para hacer el bien a alguien más? O es demasiado presuntuoso arrogarme el derecho de intervernir? y si lo es, entonces, quién ve por la salud mental?
Y buéh, tampoco es que yo sepa la respuesta. Simplemente a veces me pongo a pensar cosas como esas. Debe ser el olor a rancio.
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