Cuando no había Cable, Miss Universo era uno de los puntos altos del acontecer televisivo. Se daba taco a taco con los toros o el tope de fin de año. Una jugaba a Miss Universo. Yo siempre perdía. Por tandeada.
Ahora hay tantas misses de todo, que pasan sin pena ni gloria a lo largo del año. Hoy ya nadie les discute eso de apoyar activamente la explotación de su cuerpo y se acepta que hayan elegido la condición de objeto sexual como profesión mientras la gravedad no dicte lo contrario. Es la versión criolla de la tor-model de 1,65, mucho gimnasio y silicona.
Por esta época del año abundan los reportajes de que la Miss ya se fue al destino, que las maletas, que la comida, que la falta que le hace el novio/el perro/la familia, que la compañera de cuarto, que la competencia, que la Miss Uzbekistán le hizo unos ojos, que este año sí está segura que se lleva la corona. Y todos los años, nada.
Yo, al menos un lunes del año, me compadezco cuando veo los resultados de esta banalidad en primera plana y pienso en qué sentirá la Miss de este potrero después de tanta alharaca de estoy segura que este año la pego. Si se sentirá triste, decepcionada, si al cabo que ni quería, si ni siquiera se lo planteaba como algo cierto, si nadie le quita lo viajado y si lo importante será volver a la patria para salir ensalchichada en telas brillantes y enaguas muy cortas en programas de tele, carreras de carros, conciertos o desfilar en calzonillos ante un montón de borrachos con celulares en la mano. Total, el trabajo- del que sea- dignifica. O tal vez es que tengo una cochina envidia mal manejada. Ni que ser abogada fuera un gangón. Así que en la de menos.
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En un viaje cualquiera a Puntarenas, me enseñaron una casa en lo alto de una colina. “Allí vive Alfredo, príncipe de Prusia” . Y me dijeron que así, justamente, decía en la cédula. Primer apellido príncipe, segundo apellido de Prusia. Yo no podía creer que tuviéramos realiza exiliada en ambientes tropicales y menos tan cerca de Esparza.
Su silencio y su renuencia al bombetismo, aumentaban mis dudas. Para mí, señal indiscutible de su exquisita educación europea eso de no andarse venteando con los conocidos ni rajando con los títulos de nobleza. Siempre quise saber más. Me lo imaginaba con una banda que le cruzaba el pecho, casaca azul profundo, pantalón de raya perfecta con cinta al lado y esa leve inclinación de la cabeza al saludar del que lleva siglos de fineza en el pedigrí.
Pero se mantiene el misterio. De vez en cuando algún campo pagado en el periódico exigiendo a alguien que se retracte o un poco de explicaciones que solo entendía el destinatario. Hasta que la semana pasada, la Extra hizo fiesta con lo que nosotros llamamos chismes judiciales. Y satisfizo al montón de vinos que ni sabían de su existencia pero que ahora comentan con toda autoridad la noticia.
Además de pensar en las Misses, un lunes como éste pienso también en el Príncipe. Y me imagino que estará sumamente mortificado y tal vez un poco triste, de saberse en la boca de todo el mundo, opinando de lo que no saben, sedientos de morbo (incluyéndome, claro)
Nota de Sole: El Antídoto dice que yo siempre me ando compadeciendo cuando decido unilateralmente que alguien que está solo, está necesariamente triste. Es cierto. Siempre pienso eso. Será que para mí la soledad siempre ha sido algo a vencer, no algo a aceptar. Convivir o conceder a la soledad es para mí el equivalente a rendirse. No me imagino una soledad alegre. Tal vez solo para tomar impulso, para reflexionar. Pero no por mucho tiempo.
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