Se me murió un día de setiembre, faltando quince minutos para las cinco. El sol estaba todavía alto en el cielo, anaranjado, redondo e inmenso. Le gritó ¡Mamá! a la muerte y el corazón se le fue quedando callado y muy quieto. Su última palabra no fue para mí. Tal vez el último suspiro sí.
Me dejó con mi hija, mi soledad y mi tristeza. Le dije un adiós demacrado y lloroso frente a una tumba de piedra y un funeral de tumulto.
A él nunca más lo volvía ver. Excepto en el sueño. Cada vez que lo sueño paso todo el día ansiosa, con una angustia que me cuesta describir porque la siento donde la razón se rinde y ya no me explica. Amanezco con una sensación horrible de que el no quiere saber nada de mí. Igual que cuando yo tenía a su hija y a mi hija dentro de mí, y pasan dos o tres o más días sin que siquiera me llamara o se acercara a preguntar por mí. Yo sentía que me abandonaba, embarazada; sin amor; y por haberlo elegido a él, sin familia; sin nada, viviendo del cariño prestado de la casa de mi mejor amiga.
En el sueño lo veo siempre ahí, tan alto, tan grueso, tan alegre, tan moreno. Tan lejos, Si pudiera hablarle, le diría que todavía lo quiero. Y es porque lo quiero que lo mantengo vivo en mi recuerdo. Así puedo verlo, aunque no sea a diario y en esa realidad suave y lenta que es un sueño.
Lo quiero tanto, que le rezo pidiéndole que me ayude, que me ilumine, que me de la fuerza que me daba en cada abrazo, en cada beso, Y sin embargo, yo no soy de las que creen en santos ni en cielos.
Lo quiero tanto, que nunca hablo de él con nadie, ni veo sus retratos, ni comparto con nadie nuestra vida para que siga siendo nuestra y para los demás un misterio. Su nombre me suena extraño cuando lo digo en voz alta. Y siempre me refiero a él con nombres ajenos: tu papá, su hijo, tu hermano.
Y si alguien me preguntara si queda para él algún sentimiento, se me quebraría la voz y les diría que yo sí siento, que guardo, que tengo, algo tan especial que no me cabe en una frase y por eso dejo la respuesta suspendida justo en el medio. Después, muy rápido y a escondidas, me limpiaría la basurita de imaginación, esos pedacitos de dolor que les gusta disfrazarse de lágrima.
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