Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

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Arco del Triunfo

lunes, noviembre 27, 2023

Soñé que estábamos en la ciudad de Los Angeles, la que es onírica.

Caminábamos por las calles en grupo, porque se suponía que yo era la que más conocía.

De repente vi entre los edificios una parte de un monumento y dirigí el grupo. A la vuelta de la esquina había un parque, una cuadra enorme, escarpada y en la colina más alta, el Arco del Triunfo de la ciudad.

Empezamos a subir hacia allá y noté que sobre las piedras que escalábamos corría el agua constantemente y debajo de ella, en lugar de peces, se veían humanos microscópicos.

Alcé la vista y vi una enorme ola que venía despacio. Un tsunami de una cuadra. Una pared de agua. En dirección nuestra. Por encima de la espuma de la ola apenas se veía la parte de arriba del arco del triunfo.

Apenas pude avisarle al grupo cuando la pared se me desmorono encima y todo se me llenó de agua. Pero pude salir del fondo y empecé a nadar sin problema hacia el Arco. Ahí había gente esperando, gente que había llegado antes de que apareciera el tsunami

Yo llegué nadando sin problema, en estilo libre. Me devolví a traer más gente. Y luego seguí nadando por gusto.

No me ahogué. No tuve miedo. Era una catástrofe y lo disfruté.

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Francamente Franko

domingo, noviembre 26, 2023

Es un comediante colombiano, que se describe a sí mismo como gordo mórbido, impotente, usa unos anteojos cuadrados amarillo incandescente, gigantes y cuadrados.

Me encanta oírlo. Me gusta cómo habla. Su acento. Cómo dice malas palabras.

Sobre todo me gusta cuando cuenta historias de amor o de deseo.

Hoy me hizo recordar todas las sensaciones reales que hay en un abrazo.

Cómo el cuerpo lee lo que el cerebro no ve. Cómo lo de nosotros es cierto.

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Dejar ir

sábado, noviembre 25, 2023

Ese cliente no quiere trabajar conmigo. Y duele. Ni siquiera me lo dice directo. Simplemente me ghostean. No hay más llamadas, ni solicitudes.


Como suele pasar, la gente más sencilla es la que nos avisa. Y duele.

Aunque me dicen en la oficina que no es mi culpa, que han visto el servicio, que me han defendido, me siento extraña de que no sea mi culpa. Y empiezo a pensar en pequeñas cosas que no he hecho bien o que podría haber sido mejor, porque de alguna manera, algo en mí necesita que sea culpa mía.

Pienso en el caso que debió ser despido aunque no hubiera motivo real. Pienso en que debí ser más combativa, menos compasiva con el personal. Pero esa no soy yo.

Pienso hacia atrás de todas las veces en estos 12 años que habíamos pasado por el mismo susto. Cómo este cliente siempre ha sido un estrés, una tensión, una cuerda floja.

También pienso en toda la gente interna y externa que me han dicho si no siento más bien que es una liberación, que son muy conflictivos, que me restaban vida. Que aproveche para pasar más tiempo con Para. Que nada es para siempre. Que clientes vienen y van. Que era plata muy cara. Pero siento que es una forma de sour grapes. Algo en mí necesita castigarme.

Me he sentido vieja, tonta, desfasada, inútil. Fea. Una regresión completa.

No puedo decir que no me importa, porque me importa. Me duele en el ego, porque es de las pocas cosas que siento que hago bien. Y ellos me dicen que no y me tiran la puerta en la cara.

He dormido mal. He llorado.

Pero también he recurrido a herramientas de terapia. Agradecer lo que aprendí con ellos, las oportunidades que me dieron, todo lo que aprendí, su apoyo durante la quimio. A que hay gentes y situaciones que llegan por épocas con uno y luego se van y está bien. A llorar. A no combatir el sentimiento.  Que las corporaciones es el peor lugar para buscar o esperar lealtad.

Ayer en particular, recordé a Rudy en el sermón que me dedicó, después del cáncer de mama: a veces tenemos que perder para ganar, para crecer. Hay que soltar. No me tengo que castigar

También empecé a hacer. Llamar amigos, reunirme, buscar contactos, moverme más. Ya veremos qué pasa. Porque un amigo me recordó la fuerza que me da ver a Pato. Sus besitos y sus abrazos y sus promesas de que todo estará bien.

Recordé la lección de vida de natación: Te descalificaron? Bueno, tenés derecho a sentirte mal. Pero hay que pasar la página y levantarse.

Y eso me llevó a la dra. Egger: La vida sigue. Te caíste? Te levantás y te limpiás el polvo y seguís. La vida sigue. Estuviste en un campo de concentración? Bueno, pasó. No podés cambiar la historia. Pero sí seguir. Al dr. Frankl: lo único que puedo controlar es mi reacción.

Anoche me tomé coctel de relajante muscular (porque los músculos están hechos un nudo) y gotitas. Dormí 10 horas. Y me desperté sintiéndome mucho mejor. Sentí que ya pude soltar y dejar atrás.

También anoche lo procesé en un sueño: íbamos para una fiesta en las montañas de mis sueños. Dejaba a Marce esperándome en un hotel y me iba a recoger a alguien más en una finca para ir a esa misma fiesta. Iba con Pato. En el camino, el teléfono no me funcionaba. No sabía bien para dónde iba. Derrapé un par de veces pero retomaba el control. Llegamos a un pueblo, a un banco donde me trataron de ayudar. En el teléfono solo aparecían pantallas de algo como un virus que interrumpías el waze o el acceso a los contactos. Después de mucha lucha, lo lográbamos.

Tal vez todo esto es porque es la primera vez que paso por algo como un despido. Y como me dijo un conocido que es juez de trabajo: te hicieron un favor.

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Lágrimas

domingo, noviembre 19, 2023

He pasado todo el día llorando a ratos. Estaba sorprendida y pensando qué podía ser tan fuerte que me hiciera llorar a pesar del medicamento.

Hasta que recién me di cuenta que hoy no me lo tomé.

Parece que tenía mucho llanto atrasado.

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Mamá

domingo, noviembre 19, 2023

Tal vez porque ayer andaba sensible. Nostálgica. Llorona, dice ella.

Alzó la foto donde mi papá me sostiene con una mano, yo con menos de un mes de nacida. “Primer día del padre. Yo venía saliendo del hospital y su papá la alzó así y la vio…”

Lo mismo con la foto de nosotros 3. Yo, bebé, ella con el terror de la maternidad impreso en los ojos. Mi papá viendo hacia abajo.

Saludó su retrato y le sorprendió un poco verlo así, de repente, al doblar en el pasillo. Eterno en sus 32 años.

Le enseñé la muñeca que él me regaló cuando tenía un año. La vi abrazarla y reírse genuinamente por primera vez en muchos años. Me preguntó si tengo la tarjeta que él me escribió. Sí, la tengo. Le contó a Pato la historia de la muñeca y por primera vez Alejandro ya no era solo mi papá. Era también tu abuelito.

¿Hace cuánto no tocaba algo que él tocó también?

No le quise enseñar las otras cosas que tengo de él. La faja, las cartas, la cédula, el carné, la foto de cuando era joven.

Vio la foto de mi abuela. Me contó de cosas que yo no sabía: Que podo antes de morir él, quisieron comprar una casa en el barrio, la vinieron a ver, pero no le dio tiempo de firmar. Que una semana antes del infarto, se quedaron varados en Escazú y él ya se sentía probablemente mal y dijo que no podía hacer nada con el carro. Una semana exacta después, moría. Dice que cada vez que pasa por ahí recuerda ese día al inicio de setiembre y se arrepiente de haber querido ir por ahí.

En mi casa, su otra vida está presente, con fotos de él, de ella, de nosotros. De Mimí.

La vi, por primera vez, viejita, a pesar del pelo teñido y del maquillaje.

Y tuve el pálpito que tal vez llora, como yo, ahora, porque presiente que se va a morir.

Y aunque siempre ha añorado el día en que lo vuelve a ver, también le tiene miedo y yo, sin saber bien porqué, lloro por ambos.

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Nadar es…

viernes, noviembre 17, 2023

Recortar un segundito por aquí, un segundito por allá

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Palabras que me gustan

viernes, noviembre 17, 2023

Boato, por ejemplo

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Let’s get physical

viernes, noviembre 17, 2023

El colegio tuvo una noche de entrega de reconocimientos deportivos, que la montaron como un evento de la NBA

Con cada profe del departamento de deportes que entraba, se encendían y apagaban luces y los chiquillos gritaban como desaforados.

No es el tipo de evento al que yo asistiría por gusto. Pero Pato y todos los de primero, tenían una presentación musical. Les tocaba bailar Shake it off. Pato reconoció que por primera vez estaba nervioso y que se le habían olvidado los pasos.

Al final lo hizo muy bien, por lo poco que pude ver porque estaba casi en las últimas filas.

Entonces el colegio premia a la mejor resistencia cardiovascular de cada edad. Tienen equipo de basket, futbol, gimnasia, volley, natación y atletismo. Con todos los fierros. Me impresionó que para atletismo tienen jabalinas, vallas y las cosas de salto.

Premian además el mejor espíritu deportivo y como requisito hay que estar en 3 clubes de deporte.

Luego premian tercer, segundo y primer lugar para alumnos destacados en algún deporte a nivel nacional o regional, con cinco nominados por categoría.

Yo no tenía tan claro que el cole impulsaba tanto el tema deportivo, aunque en una fiesta infantil, hace unos días, algo me habían comentado de lo importante que era el futbol en los chicos y lo competitivos que son. Van al club de la escuela y también a escuelas de futbol por aparte, donde les venden que pueden llegar a jugar en Europa o tener becas deportivas en otros países.  También nos había llegado el comunicado donde le prohibían a los quintos años jugar futbol por un mes por la forma artera en la que juegan.

Todo bien con celebrar a los mejores. Pero no todos van a ser campeones. Todos, en cambio, sí se beneficiarían de hacer algún deporte. No debería ser solo para los talentosos. Más bien debería haber énfasis en los que no lo son, que, en un ambiente tan deportivo/competitivo, con toda la razón del mundo se alejarían de esa posibilidad.

De invitada especial estaba una atleta nacional con discapacidad. Admiro su tesón en seguir haciendo deporte aun después de lo que le pasó. Pero dejan de lado que ella, por razones familiares-económicas, tuvo acceso a lo que le está vedado a la enorme mayoría de personas con discapacidad. No es un llamado de atención a su privilegio, porque ella no tiene la culpa. Los que estamos mal como sociedad somos todos, dejando de lado a las personas más vulnerables.

Había varios actos musicales. Piano de cola, violines, cellos… y una de las intérpretes, al hablar, no tenía nada que envidiarle a un garbanzo o a una mean girl. Sí, muy lindo lo que toca y la disciplina y todo. Pero con esa comunicación, el único camino asegurado es a una trophy wife. Y, aver: yo hablaba igual a su edad. Pero no era bonita, así que sabía que las posibilidades de un matrimonio que me asegurara la vida Barbie, no estaba garantizado. Tampoco lo quería. No sabía bailar salsa ni merengue. Estaba alienada. Y deprimida.

¿Y la proyección social del cole? Teniendo esas instalaciones, esos equipos, esa locación tan cercana a comunidades marginales, ¿qué hacen al respecto? Pasé 5 años adolescentes preguntándole lo mismo a los franciscanos. La respuesta se mantiene: silencio.

Sé que a los alemanes les encanta el ejercicio. Ir a caminar, andar en bici, recorrer montañas, la naturaleza, etc. Pero tanta alabanza al sudor, al esfuerzo, a la práctica y a la disciplina, al ejercicio y a los cuerpos atléticos, por prejuicio, de pronto evocaron esos documentales de chiquillos en campamentos donde se les reforzaba esto mismo: La Juventud Hitleriana. Y ando con esa espina incómoda porque desde que anunciaron la celebración del cumpleaños 111 del colegio, nadie mencionó la importancia de hacer un mea culpa o al menos reconocer la conducta del colegio durante la era del tercer Reich-

Punto positivo: por primera vez en 30 años el colegio participó llevando la antorcha de la independencia y me emocioné de ver esos chiquillos correr bajo la lluvia, rodeados de policletos, llevando esa antorcha encendida, temblando de emoción por algo que probablemente no terminan de entender muy bien y la verdad, yo muchas veces tampoco.

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TSE

lunes, noviembre 13, 2023

Se me perdió la billetera con todo. Y para empezar el proceso lentísimo de tener documentos que prueben que yo soy yo, lo primero es la cédula.

Me sorprende la tranquilidad con la que me lo tomé, pero sé que es el ansiolítico.

Sin cédula no me dan tarjetas y sin tarjetas, no vivo. Sin cédula no me dan copia de la licencia ni me dan tampoco el carné del colegio de abogados que necesito para la audiencia de esta semana.

Sin cédula no valgo un cinco.

Vale que uno tiene patas.

Así que aunque el TSE parece un mercado- igual que todos los días- yo entro en fila privilegiada y solo debo esperar como media hora para que me la entreguen.

El tipo que me toma la foto insiste en que me conoce. Quiere saber de qué colegio vengo, de cuál barrio. A mí me da vergüenza contestar con esas palabrillas raras. Me hago la que no lo oigo y que ando de prisa.

Me encanta ver gente.

Los señores de la fila preferencial, la mayoría de ellos sin celular. Vistos en grupo, todos ellos muy elegantes, bien peinados, algunos de corbata, ellas maquilladas, observan a los demás mientras esperan. Es un evento, renovar la cédula. Y cada 10 minutos más o menos, alguien se une al grupo y hace las mismas preguntas: ¿cómo funciona? ¿a uno lo llaman? ¿Se oye bien? ¿A cuál ventanilla hay que ir? A mí me interrumpen un par de veces para lo mismo.

Hay una muchachita muy delgada, despeinada, que seguridad anda persiguiendo por todo el piso. Quiere mimetizarse con la gente, en una silla escondida y se queda dormida ahí. Los guardas le preguntan si ya le entregaron la cédula, que en cuál parte del trámite está. Ella regresa a la realidad con la cabeza recostada en un bolso de tela. No le gusta lo que ve y vuelve a dormirse.

El guarda busca apoyo, la levantan a la fuerza y le dicen que tiene que salir.

¿Porqué, si es una institución pública? Tal vez es el único lugar seguro que ella tiene para dormir un ratito, a pesar del enjambre de conversaciones, los llamados por el altoparlante y esos guardas tan necios que no la dejan tranquila.

Hay tanta gente… y siguen entrando. La mayoría no tiene mala cara, simplemente saben que es un trámite de día completo. Nadie se queja. Dicen los funcionarios que lunes es el peor día, que los ticos perdemos cédulas los fines de semana.

Igual que la CCSS, el TSE es ese gran igualador democrático a donde llegamos todos, de los pocos que quedan después de que decidimos mandar la educación pública a la mierda. Me pregunto que hará la gente linda del oeste cuando tienen que venir aquí a renovar cédula. Pero tal vez para ellos la cédula no tiene la utilidad práctica que tiene para mí. Esencialmente porque trabajo en el horario que ellos van al spa, al gimnasio, al brunch, a recoger a los chicos…

Al presidente y a los magistrados me imagino que les dan servicio a domicilio. Así fue conmigo cuando estaba en la quimio. Terminando la cuarta, llegaron y me tomaron una foto en medio de lo peor de los efectos secundarios. Yo ni siquiera recordaba los números de mi cédula y se nota. Me veo verdosa y perdida. Siempre, después de un ciclo, perdía la esperanza por un rato.

Qué sería de la espera sin celulares… La gente ve videos, hace llamadas, lee tonteras, le entra a los jueguitos electrónicos. No hay minuto perdido. Tal vez en medio de este hervor de voces este sea su único momento para ellos mismos, pero como nunca sabe uno que verá en ese espejo, mejor perderse en la pantalla.

A los 40 minutos en punto tengo mi cédula nueva en mano. Recuerdo las diferentes fotos a lo largo de los años. Esta me gusta. Me reconozco. Salvo en ese pescuezo de señora mayor, pero que aun no es de chompipe. Me veo- soy- larguirucha.

Igual tengo que hacer algo al respecto.

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Hamas

viernes, noviembre 10, 2023

Anoche soñé que estábamos en una casa en Israel y teníamos que escondernos porque escuchábamos que venían los terroristas. Se escuchaban las alarmas.

Dos veces pasó. La primera nos encerramos como en un baño, que tenía muebles suficientemente grandes para meternos. No se oía nada afuera.

La segunda éramos más. Una mamá pelirroja con niños. Y no cabíamos en los muebles así que nos tapábamos con cobijas rojas. Y esperábamos.

Sentí pánico. Solo quedaba hacer mucho silencio y esperar que abrieran la puerta. Trataba de pensar que era el final y que ojalá me pegaran un tiro para morir de una sola vez.

Era tanta la presión que tuve que ponerme racional en medio sueño. Notar que no estaba Pato. Que no conocía a las personas que estaban conmigo. Hasta que todo empezó a disolverse y la sensación tan vívida se disolvió lentamente.

Lo que no es un sueño es la imagen de un niño cubierto en polvo gris, temblando como un conejo en una camilla de hospital, con ojos de terror. O un bebé llorando que tira sus manitas a los lados, buscando una mamá o un hermano que lo alce y lo consuele porque no sabe que no queda nadie.

O la noticia que leo al despertarme, del hospital al que le ordenan evacuar y está rodeado de tanques y cuando intentan salir con pañuelos blancos al aire, les disparan.

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