No se crea que tengo habilidades culinarias. Todo lo contrario. En el peor de los casos, soy tan inútil como mi mamá en la cocina, condición que mi abuela se encargó de recordarme todos los días. Anque me como lo que cocino, no me alcanza para castigar a otros con mis gustos y mis inventos. Me encanta ver programas de cocina (me pasé a cable digital solo para tener Food Network), leer libros de recetas y de vez en cuando experimentar con alguna tontera, para terminar alegando que la receta estaba mala.
En eso me respaldan las teorías conspiparanoides: recetas están escritas, lista incompleta de ingredientes, tiempos de cocción falsos, órdenes alterados de las cosas. Hay gente que le echa la culpa a la temperatura, la humedad, la transformación de Celsius en Fahrenheit. Yo me deleito más con explicación rebuscada. Me entretiene más, al menos.
Según, yo el comfort food son esas cosas que uno comía entre comidas, sin llegar a ser una comida completa. Lo que los viejitos de antes llamaban un puntalito, un gusto, un alguito rico. Lo que se comía a media tarde o después de secarse y cambiarse porque te habías empapado viniendo de la escuela. Las comidas que le apapachan a uno el alma y el recuerdo.
Pensaba, además, que estas comidas las dictaban las carencias de cada país. Así, qué se convertía en comfort food tenía que ver con lo que era más barato en cada lugar; lo más fácil de conseguir para el mayor número de mamás balanceando presupuestos. Mi lista es diferente a la de Marcelo, por ejemplo, que sigue gustos más chilenos.
En mi lista personal, se lleva el primer lugar la tortilla con queso. Sé que en otros países le dicen de diferentes formas. Es, básicamente, una tortilla de maíz, una tajada de queso y otra tortilla encima. Armada como sándwich, se coloca al fuego hasta que el queso se deshace. Se come caliente.
Suena fácil, pero no lo es. La tortilla tiene que ser más o menos gruesa, yo prefiero las del fogón. No me gusta prepararlas con tortillas palmeadas (esas me las como calientes, con sal o mantequilla) Algunos optan por queso Turrialba. En mi caso, como la cabra tira al monte, yo prefiero el queso más durito y salado, casi casi queso de freír y hasta el ahumado. No basta una tajada. Se requieren a veces tiritas delgadas para cubrir todo el área de la tortilla, para que haya queso en cada mordisco.
Luego está la cocinada. Ideal si fuera en un comal y darle vuelta con la mano. Yo tengo rejilla especial para tortillas. Me gusta que la tortilla se tueste un poco, con porciones casi quemaditas. Igual por ambos lados. Un paso antes de que se conviertas en piquitos. Burbujitas tostadas de queso que se asomen por las orillas.
La tortilla con queso me devuelve a mi casa, que era la casa de mi abuela. Me hace sentir querida, abrazada por la comida. Me da la sensación de hogar. Cumple su cometido: me apapacha.
Conozco otras versiones, de otras casas, donde se fríe la tortilla ya armada con un poco de mantequilla y ahí sí se tuesta completa. Se la comen con una tajada de tomate y con tenedor y cuchillo. Mi suegro las hace en un hornito de tostar pan, y no les pone tapa. Apenas deja que se deshaga el queso y se las come arrolladas como tacos. Se parecen más a la quesadilla mexicana.
Sobra decir que las tortillas calentadas en microondas me parecen un sacrilegio. Además estoy convencida que se enfrían más rápido.
Hay otras cosas en mi lista. Una sopa maggi de pollo con muchos fideítos, y cuadritos pequeños de papa. El arroz blanco, recién hecho, muy suelto, con tajadas de tomate y aguacate. Limón y sal. El pan, de corteza crujiente, con jalea y mantequilla. Jalea de mora. Nunca me hizo mucha gracia la de guayaba.
Hay más cosas que disfruto de las tortillas. Comérmelas con natilla. La tortilla palmeada con queso, bien cocida.
Y las que me preparaba Lalo, mi abuelo materno. Un viejito bajito, sonriente, que siempre me abrazaba cuando me veía, porque se alegraba realmente de verme. Siempre me sonreía. Calentaba tortillas al fuego, pero sin que llegaran a la consistencia de la tortilla con queso. Luego, aguacate, en su punto, sin el sabor acuoso del aguacate que cortaron antes de estar maduro. Aguacate verde y amarillo, que al cortarlo era como atravesar mantequilla. Lo cortábamos en tiritas. Y sal. Y comíamos gallos de aguacate, sentados en la mesa del comedor mientras él me contaba historias del Cartago de su infancia, del Dr. Calderón Guardia y me decía, con respeto, que él admiró siempre a Alejandro, me preguntaba por mi abuela y por mí. Siempre quiso saber en que andaba yo, qué pensaba, que quería de la vida. Siempre tuve la sospecha que Lalito me quería.
Pero todo esto es hablada mía. Según Wikipedia, en realidad el concepto de comfort food, nace en 1977. Se refiere a las comidas que generan sensación de bienestar en los hombres y de culpa en las mujeres. Usualmente es fácil de comer, hiper calórico, con mucho sabor y consistencia suave. En las generaciones más jóvenes, suele ser comida chatarra, mientras que en los mayores son platos que se cocinan. Citan, entre la lista al pastel de mazana, macaroni and cheese, cacerola de vainicas, sanguche de queso, puré de papa, ensalada de papa, sopa de tomate, gelatina, chili con carne, helados, hot dogs pizza y spaghetti.
Yo a casi todo eso le entro. Algunas cosas hasta me gustan. Otras me parecen desabridas (como el macaroni and cheese, probablemente culpa de las cajas de Prince y su queso en polvo amarillo fosforecente). Pero ninguna supera a la tortilla. Sola, con sal, con mantequilla, con natilla, con aguacate, y sobre todo, con queso.
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