Old spice era lo que regalaba uno el día del padre, cuando uno era papudo y además chambón para el regalo que había que hacer en la escuela. Old Spice se vendia en los supermercados- pero no en las pulpes- y tenía algo de clase con aquel barquito de vela en el fondo rojo. Era como los productos Brutt o Acqua Velva. Enfrentada a mi incapacidad genética para las manualidades, más de una vez tuve que sacrificar mi chancho en el altar del consumismo para poder darle un regalo a mi padrastro. Que, de paso, no sé si lo llegó a usar alguna vez. Hasta habían sets, de talco, crema de afeitar y colonia.
Tal vez porque el Old Spice era uno de esos detalles de utilería de mi infancia, es que este anuncio, me encanta. O tal vez es que el anuncio trae brujería- de la negra- con ese nombre rimbonbante de seducción subliminal:
Me gusta más todavía esta versión, con dos elementos combinados de mi pasado: los Muppets y el olor de todos los hombres en un bus de Pavas, de pantalón de vestir, camisa de manga corta, corbata y jacket delgadita. Los burócratas camino a su trabajo a las 6 y media de la mañana:
Insisto, además, en que algo debe tener el anuncio, porque recién, al hacer un ensayito de un microcuento, al leerlo reconocí su influencia, en la cadencia, los elementos y sobre todo el final. Se los dejo para que sean ustedes los que juzguen, mi versión del anuncio de Old Spice:
Ese día no fuimos a la playa y los collares se quedaron colgados del clavo frente a la puerta y yo no escribí nada y nos quedamos en la terraza nada más sintiendo el mar ir y venir y viendo la brisa y pensando cada uno en aquel tiempo en que nos hablábamos nada más por teléfono y no nos veíamos casi nunca.
En el tiempo que, aunque si nos hubiéramos visto, igual no teníamos nada que decirnos; aunque había tantas cosas que todavía había que decirlas, pero que ninguno de los dos las decía. A veces era yo el payaso, cuando tenía que contarte historias graciosas para romperte a carcajadas el silencio. A veces me sentía yo protegida por tus alas celestes de ángel, en tus mensajitos cortos para saber cómo estaba, tu forma parca de preocuparte.
Los días cuando nos sentíamos ahogados, asfixiados, encadenados a la vida de cada uno. Y dudábamos- o yo, por lo menos- de poder seguir con esto, así, por el resto de los años. Y uno de los dos, usualmente yo – porque siempre era yo la de las ideas disparatadas- te proponía venirnos aquí, dejarlo todo, renunciar a todo, abandonarlo todo y dedicarnos vos a vender collares y yo a escribir cuentitos por encargo.
Mirá el mar. Mirá lo azul que está. Mirá cómo suena. Mirá la luz. Mirá. Aquí estamos. Los collares en el clavo de la puerta. Mi cuaderno de escribir cuentitos cerrado sobre la mesa. Mirá.
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