En Alemania agarré muchas mañas. Algunas buenas, algunas malas. Una de esas (de las peores), fue (que me acostumbré a) comer sola. Así que hoy a medio día, después de expirmir la lista de posibles candidatos y no encontrar a nadie, me rebelé contra la idea de comerme una ensalada empacada frente a la compu y muy matoncita cogí mis cosas y me dirigí al Hotel, a comer al buffet.
De camino iba justificándome/felicitándome por el hecho que un mes de comer sola al almuerzo y en la cena (el mes previo estaban mis amigos), me habían enseñado que no es tan difícil eso de sentarse uno solo, tenedor en una mano, libro en la otra y que de hecho donde andaba solía ser bastante común.
Puede uno pensar en calma, no preocuparse por los modales, por la conversa, libra al prójimo de ser comido entre dos víboras, disfrutar del silencio y de la paz. No se disimula nada. Además come uno más rápido, se entretiene viendo a la gente pasar, orejeando conversaciones ajenas, o simplemente pone la mente en blanco.
Cuando llegué al restaurante, me presenté con el Maitre: “Mesa para uno porfis”. La maitre, que me llegaba como a la cintura, se asomó detrás mío para ver dónde estaba el resto de la gente. Como no vio a nadie, se animó a preguntar “Viene solita? Está segura? Qué le pasó hoy? “
Con sonrisa radiante le aseguré que eso no era problema. Escogí mesa al lado de la psicina, con mucho solcito y suficiente campo para leer el periódico que pedí que me llevaran. En Alemania, a los lobos estreparios de la hora de cada tiempo de comida, nos tienen una variedad de libros, revistas y periódicos, con el leve inconveniente que están en alemán, por supuesto.
Llegó el camarero “Espera a alguien?” me vio mover la cabeza sonriente y negativamente. De nuevo, la preguntilla “Viene solita?”. Y el que me trajo la coca lai me hizo lo mismo. Y el del buffet. Y en general, parecía que era una cosa rara que una tica, por decisión propia, quisiera “venir solita” a comer.
O sea, es una conducta autorizada para una turista que no conoce a nadie. O al menos yo nunca me di cuenta o entendí que me preguntaran eso en alemán. Pero de mí aquí se espera que sepa ejercer los pocos encantos que me quedan ya con mis años, para convencer a alguien a que me acompañe a algo tan íntimo como comer.
Y si no lo logro, entonces lo que debería sentir es vergüenza. Y esa vergüenza no es tan mala, no señor! Esa vergüenza me protege de ideas estúpidas como ir a comer sola y ser víctima de la lástima de todos los que, muy angustiados, incrédulos y censuradores me preguntan que si “vengo solita”.
Yo puedo ser una mujer. Puedo ser una mujer profesional, independiente, malamansada, bocona, preparada, simpática, idealista. Pero no puedo ser una mujer sola.
A una mujer de mi edad la acompaña siempre la presunción de compañía. O sea, sí, puede que la vean a una solita. Pero se presume que en su casa la esperan, que hay un hombre que valida su condición de mujer, que la complementa. Que asegura que ella no está sola, que tiene quién la defienda, le abra la puerta, se la coja y la mantenga.
Pero cuando se revela que no, que se trata de una mujer sola, la presunción se quiebra y queda una en un estado de vulnerabilidad absoluto, una confesión tácita de mi propia incapacidad para hacerme de un esposo, un novio, un comecuandohay o cualquier cosa que tenga pipí y un par bolas. La mujer que es sola es, socialmente, una perdedora. Porqué quién sabe qué tan difícil será esa criatura para que a estas alturas, donde ya ni se sabe a qué hora pasa el próximo tren, esté sola.
Por eso hay que aprovechar cada oportunidad para sacar a los metiches del error. Qué te dicen “qué lindo saco?” una aprovecha y responde “AH, sí, me lo regaló mi esposo”. Que el tráfico le dice “Usted venía a 120”? Una dice “Mi marido debe haberme escarbado la cartera proque no encuentro la licencia”. Alguien que no ves hace mucho te pregunta “cómo estás?” genuinamente preocupado por tu bienestar? Una responde con otra pregunta“Supiste que tengo novio?”. Protege además de los echa rucos, partiendo de que eso sea un riesgo activo para la mujer en cuestión.
Yo siento que crecí en una familia de mujeres solas. Mujeres que tuvieron que enfrentar esa vergüenza, esa lástima y esa censura y a la vez, trabajar turnos dobles, ser papá y mamá, sacar adelante a sus hijos y a ellas, tratando – a veces sin éxito- de no renunciar a sus vidas. Mujeres que querían querer a alguien y que alguien las quisiera, pero que tenían que resolver cosas más actuales y urgentes como la tarea de la escuela, las compras del super, el horario del trabajo, la cita en la Caja.
Así que sí. Vengo solita. Podría decirle que a usted que le importa. Pero la verdad es que usted tiene razón. Independientemente de los resabios de machismo que nos quedan y de lo que yo pueda elaborar al respecto, lo cierto es que es una mierda comer una sola.
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