Tatiana ha sido compañera nuestra en este segundo curso. Se ve como me imaginaba yo a la reina del hielo, muy blanca, muy rubia (natural), y de ojos celestes. Viene de Siberia. En clases, nos saca un poco de quicio, porque siempre quiere saber exactamente porqué tal cosa gramatical es así y no asá y hacer comparaciones con el ruso. Esas discusiones terminan con la profe, muy frustrada, diciéndole dulcemente que de verdad, que no se estrese por eso, que no es importante; la mitad de la clase riéndose, ella muy roja y yo diciéndole “Bueno es así porque así lo quiso Dios y cuando dios quiere algo en alemán, no se le discute, se le obedece. Y punto!” (“Es kommt von Gott!”), que es la explicación que a mí siempre me dan en Costa Rica cuando me pongo necia en clases.
Ayer coincidimos al almuerzo y yo aproveché para entrevistarla para estas Alamedas. Le aclaré que ella era la única persona de Siberia que conocía, que jamás me imaginé que hubiera allá algo más que gulags, nieve y mucho frío. Esto fue más o menos lo que me dijo:
“Mi ciudad natal está en el sur de Siberia, hacia el este. Se demora cuaro horas y media en avión en llegar a Moscú (Nota de Sole: de Berlín a Moscú son solo 2 horas). Los rusos somos personas muy amistosas, encantadas siempre de toparnos con personas de otros países. Siempre queremos preguntarles muchas cosas. No somos tan expresivos como ustedes los latinoamericanos, que usan tanto las manos para hablar. Tenemos problemas para ser disciplinados. Un ruso no puede ser organizado como un alemán y tampoco puede sentarse todos los días a tal hora a hacer tal o cual cosa. Muy rápido dejamos las cosas tiradas. Nosotros nos sentimos europeos, rusos, soviéticos.
Los ojos oscuros nos parecen fascinantes, prometen un misterio. Decime, en Latinoamérica hay ojos de verdad negros? Es que en Rusia hay alguna gente con los ojos de un color café muy muy oscuro, pero nunca he visto a nadie de ojos negros.
Moscú no es Rusia. Es como si fuera una república independiente, donde las leyes, los salarios, las condiciones, la gente es diferente. El clima no es tan diferente al de Berlín, nosotros decimos que tiene un mes de diferencia. Es decir, ahora en setiembre en Moscú estaba como aquí en Octubre. Es una ciudad muy linda.
Claro que recuerdo a Gorbachov. Todo el proceso de perestroyka fue muy duro. Tomó casi 10 años y Rusia entró en un caos absoluto. Las fábricas que eran del estado se vendieron a una sola persona y los trabajadores de esas fábricas, que llevaban tal vez 30 o 40 años ahí, se sientieron muy muy mal, muchos de ellos se deprimieron. Rusia se convirtió en el viejo oeste, donde cada quién solamente buscaba estar mejor. Para los que estaban en el gobierno en ese momento o tenían poder, fue una bendición, porque rápidamente se hicieron millonarios. Los demás, el pueblo, quedamos totalmente a merced de lo que ocurriera.
Rusia perdió muchísimo con el cambio. Perdimos todo nuestro acervo cultural, lo que nos distinguía de los demás países. Había muchísimas cosas buenas del socialismo soviético y ya no las tenemos. Ya no hay cultura, científicos, atletas. Nuestra inteigencia era conocida en todo el mundo. Ya no hay nada. La calidad de la educación bajó muchísimo y yo lo noto en mis alumnos”
Yo le cuento de las mujeres rusas de Barva, las que se casaron con los heredianos comunistas que se fueron a estudiar a Rusia. De la señora rusa que se llama Irina y que a veces la ve uno en la tele cuando se habla algo del Instituto Metereológico. Le cuento de nuestros dicho de hacerse el ruso (“o sea, uno ve algo, nota algo y se hace el que no ha visto nada”) y de qué significa verse como un tanque ruso (“grande, gordo, masivo e inmenso”) y se muere de risa con los esterotipos nuestros.
Le hablo de los pocos autores rusos que he leído, que son además poquísimos. De los ballets que he visto. De las canciones que me encantan como Occhi Chernya. De Laika, Yuri Gagaryn (se ríe de cómo yo digo “lluri” y me corrige) y del Sputnik. De cómo yo de chiquita les tenía miedo y en las infancias de guerra fría, los rusos eran los malos de la película. O sea, trato de compartir con ella todo lo poquito que sé de ellos.
Le explico dónde queda Costa Rica y a su solicitud, le informo ampliamente cómo son los hombres costarricenses (ella quiere compararlos con los rusos). Llega a la conclusión que los hombres son infieles en todas partes. Cuando le digo que tengo 37 años y que no tengo hijos, me dice:
“Sí, no sé porqué es, pero las mujeres que aun no tienen hijos se conservan muy muy jóvenes. Yo jamás hubiera dicho que tenías 37”
Quiero darle un abrazo!
Le cuento que Costa Rica no tiene ejército.
“Qué sierte tienen! En Rusia, algo que horroriza a las madres y a las familias es pensar en el ejército, en que su hijo, con 17, 18 años, tiene que cumplir con un año de servicio militar. En otros países no es tan malo, pero Rusia- no sé porqué- siempre está ayudando a alguien, entonces el servicio militar es un riesgo real de morir quién sabe en dónde. Además, todas las familias tienen historias de la segunda guerra mundial. La mayoría de nuestros abuelos lo recuerdan muy bien. Fue horrible”
Yo quiero saber que cómo es eso de andar ayudando, porque hasta donde yo sé, los rusos lo que hacen es invadir, no ayudar. Y le cito los casos de Chechenia, Georgia, Afganistán, Hungría, Praga… Y ella me explica cómo el gobierno ruso les vende esas intervenciones a la gente común y corriente.
Nos reímos de pensar en el shock cultural de los rusos que enviaban a trabajar a Cuba. Le hablo en muchos acentos latinos para que descubra cómo cambia la musicalidad del español con las latitudes. Casi al terminar, le digo que para mí es super interesante, porque es la primera persona que conozco de Siberia. Ella sonríe y me dice:
“Supongo que vos también te tenés que sentir muy orgullosa de tu herencia cultural…”
Yo no entiendo de cuál herencia me está hablando. Antes de exponerle lo alienados que son los ticos y que somos un país demasiado joven para tener esas cosas de las que solo hablan los europeos o los come mierda y que además somos medio enajenados, le pregunto que a qué se refiere. Tatiana, como siempre, insiste:
“Desde el primer día que te vi en clases, para mí fue también muy curioso. Yo nunca había visto a alguien así”
Así, qué? tal alta? tan simpática? tan bocona y tan buscapleitos en las discusiones en clase? Tan flaca y a la vez tan caderuda? Tan envuelta en tan poco frío? tan comedora de palomitas de maíz? Le explico que mucha gente- en serio- en la calle o en las tiendas, me hablan en francés o me preguntan si soy francesa.
“No, es otra cosa. Vos sos… cómo se le dice en alemán a los habitantes nativos de América antes de que llegaran los europeos?”
Por un momento no entiendo qué es lo que me está diciendo. Poco a poco, me cae el cuatro y me sonrío. Tatiana no sabe la implicación que tiene en Latinoamérica, en Costa Rica, lo que ella me está diciendo. Pienso en Mimí, en mi papá, en mi misma. Los tres con la piel del mismo color, los ojos achinados y negros, el pelo lacio oscuro. Ella no sabe que en mi país, eso que ella me quiere decir es un insulto para decirte que sos vago, no saluda, grosero, primitivo. Que yo nunca pienso en mí en esos términos. Que mis compatriotas siempre buscan realzar los parecidos a Europa, su sangre blanca. Que nadie nunca se siente orgulloso de eso de lo que ella habla.
“Los habitantes nativos de América se llaman indígenas o indios”– le digo.
“Eso! Vos sos indígena, no? Lo noté cuando te vi. Te ves casi como en los libros. Sos la única persona así que conozco. Para mí eso también es exótico”
Yo me sonrío y le digo:
“Sí. Mi abuela era una india nicaragüense. Y tenés razón. Yo me siento muy orgullosa de eso”
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