Sebastien, compañero de curso, se nos acerca y nos cuenta este cuento, en nuestro alemán quebrado de estudiantes: “Resulta que Arnoldo (otro compañero latino) conoció aquí a un canadiense que conocía solo por internet (en algo que se llama couch surfing). Y el canadiense es homosexual (porqué se lo dijo no más conociéndolo, no sabemos) y se lo dijo así a Arnoldo. Y el canadiense invitó a Arnoldo a que fueran juntos a un sauna, diciéndole que es algo típico alemán (que en efecto es típico en el invierno).
También le dijo que es un sauna solo para hombres, sin traje de baño (esto segundo es usual aun en los saunas mixtos). Arnoldo me preguntó si quiero acompañarlos. No sé si debería ir. En Europa los saunas son muy usuales, pero los mixtos. Los de solo hombres son evidentemente de homosexuales. Sole, decime una cosa: cómo funciona esto en sudamérica (para Sebastien de México para abajo es Sudamérica)? qué se hace en los saunas allá? tienen una connotación sexual?”. Y como explicarle nuestra cosmovisión sexapilosa en alemán puede ser muy largo y complicado, sobre todo en otro idioma, le digo “Sebastién, cualquier hombre latino sabe a lo que se va a un lugar de masajes o a un sauna! No te engañés. Lo de Arnoldo no es ignorancia. Es gusto. “
Finalmente logramos llegar al Museo Erótico. Yo me esperaba algo como el de Manhattan, un edficio grande, cómodo, evidente, sin rollos, sociológico y científico como el que visité con mi amigo Dean (a quien le agradezco la paciencia, lo valiente y sobre todo, la tolerancia de su señora esposa para las estupideces que se nos ocurren a nosotros). Pero este museo en Berlín, que hasta sale en las guías turísticas, está en una cuadra que solita se la juega para resumir el distrito rojo-putarrón de la ciudad. La entrada cuesta 14 euros, unos 11 más que la entrada de estudiante a cualquier otro. Si entrás en pareja, cuesta 20. A la entrada, hay unos seis tipos con cara de degenerados y la mano en el zipper que gentilmente ofrecen el servicio de servir de pareja para que le den a uno el descuento. Asustadas por la cara de los acompañantes y por el precio, decidimos que no vale la pena entrar. Ya en la casa, me explican que eso no es ningún museo. Es una tienda de juguetes sexuales fundada por algo como la Tencha de Berlín, donde uno paga por entrar porque además puede ver porno en cabinas cómodamente amuebladas para los efectos.
Al final del curso, muchos novios de dos semanas de duración (más una de conquista), se despiden con la emoción del que sabe que nunca más se vuelven a ver. Un africano se acerca a una compañera nuestra, a la que nunca le había hablado y le pregunta si es casada. Ella le dice que no. Entonces le pregunta que si quiere ser su esposa. Ella le vuelve a decir que no. Entonces le toma una foto. Quién sabe las historias que tendrá esa foto en Africa.
Deja un comentario