En 1960, se inició la carrera lunar. Solamente dos países tenían el poder y la ciencia para llevar a un hombre hasta la luna: Estados Unidos y la Unión Soviética, y los dos querían llegar de primeros.
Había que preparar muchas cosas, motores, cohetes, comidas, trajes espaciales, y hacer muchos cálculos de matemática y física y exámenes médicos a los hombres que harían el peligroso viaje.
Los americanos les decían astronautas; los rusos, cosmonautas. Eran hombres preparados, muchas veces pilotos, y con un enorme conocimiento sobre el espacio.
Irían a las estrellas, visitarían el espacio y se pasearían por la luna. Sus apuntes serían muy valiosos cuando regresaran a la tierra. En Estados Unidos, uno de los científicos tuvo una duda:
– ¿Cómo van a escribir los apuntes?- preguntó
-¡Pues con lapiceros!- respondieron todos.
– No es tan fácil- dijo el primer científico- Como en el espacio no hay gravedad, la tinta del lapicero flotará y no se podrá escribir con ella.
Nadie se había dado cuenta de ese detalle. En Estados Unidos, todos los preparativos tuvieron que atrasarse hasta que se encontrara una solución a tan delicado problema, porque viaje al espacio sin apuntes, no valía la pena. Se invirtieron miles de dólares, se contrataron ingenieros, especialistas, fábricas enteras dedicadas a la investigación de cómo inventar un lapicero que funcionara en el espacio, sin gravedad, para que la tinta no flotara y se pudiera escribir. Después de dos años y mucho, mucho dinero, lograron la meta.
Era muy tarde. Los rusos habían llegado primero. ¿Sabés que hicieron para solucionar el problema del espacial lapicero? Simple. Usaron un lápiz.
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