Yo quería escribir esto el día de tu cumpleaños. Y no pude, ese día, ni el día siguiente tampoco.Yo nunca supe cuándo llegaste al mundo. Sabía nada más que era en los últimos cinco días de mayo. Y entonces este año, en lugar de andar adivinando, me metí al Registro y confirmé que era un 29.
El día que vos cumpliste 29 años, Ella estaba ingresando al Hospital y dos semanas más tarde llegaría yo para llevar tu nombre. Y pasamos juntos tu último cumpleaños, tres años más tarde. Ese día nació mi hermanito, un niño especial que no sobrevivió 10 horas.
Recuerdo que me llevaste a tu oficina y me dejaste jugar con la máquina de escribir. Que después fuimos a Plaza Víquez y me compraste una bomba y un algodón de azúcar. Que me diste la mano y caminamos por la acera y yo no paraba de hablarte y vos, desde tus 1,90, volvías a verme, para abajo y sonreías. Le compramos flores a Ella.
Tengo otros recuerdos, como fotografías de momentos que no sé porqué se quedaron comigo. Verte rasurándote en el baño, verte dormido en un sillón de donde se te salía buena parte de las piernas, verte comiendo en la mesa mientras yo, como todos los días, regaba el fresco, la comida y hacía de eso una fiesta. Los juegos de escondido en la mañana, las visitas a donde Mimí, mi tercer cumpleaños.
Me acuerdo de vos, aunque yo tenía tres años. No todo el mundo tiene memoria a esa edad. Yo tengo la suerte que vos sos, probablemente, el primero de mis recuerdos.
Este 29 de mayo, que hubiera sido el 66 cumpleaños, pensé que tal vez, a estas alturas, ya habríamos sobrevivido pleitos. Me pregunté que si nos hablaríamos, si tendríamos una relación bonita. Me volvió la curiosidad aquella de qué se sentirá tener papá. Me imaginé que probablemente, pasaría peleando con vos para que fueras al médico, que te hicieras exámenes, que cambiaras la dieta, que bajaras de peso. Que quisiera pensar que nos hubiéramos querido mucho y que habríamos sido muy unidos y que nada, ni tus otros hijos, ni tus muchas mujeres, ni tu trabajo, ni las posibles pensiones, divorcios y pleitos, nos hubieran dañado. Recordé mis ahorros de infancia, para ir a la Isla de la Fantasía y pedirle al señor Rourke que me mostrara esa vida alterna.
Sobre todo, pensé mucho en la importancia de la memoria. Yo, por más que me esfuerzo, no puedo recordar tu voz. Tuve un cassette donde me contabas un cuento, hace mucho tiempo. Pero Ella me lo quitó, diciendo que ofendía a su marido esa insistencia mía de estarte evocando. Tampoco recuerdo qué se sentía que me abrazaras o que me dieras un beso.
Papá, la semana pasada se me inundó toda la casa por un cabrón tubo que se reventó y la convirtió en una piscina. El domingo me di cuenta que el agua daño muchas de las pocas fotos tuyas que me quedaban. Tenés que saber que ella quemó todas las tuyas y también tus cartas porque dijo que era una etapa superada de su vida. Las fotos quedaron más allá de todo rescate, un remolino de colores sepia, ese que agarran las fotos a colores que son muy viejas.
Me partió en cuatro. Las fotos, mis fotos. Y lloraba como si fuera otra vez perderte y llorando pensaba qué le voy a enseñar a mis hijos cuando quiera hablarles de mis memorias, con qué voy a reforzar mis recuerdos. Qué va a pasar cuando sean tantos años que mis recuerdos sean también remolinos de humo y no quede nada.
Por eso te digo que no hay nada más importante que la memoria. Porque cuando te pienso, hay una sola cosa que escuché el otro día y que es cierta: me nacen flores por ramillete.
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