Desde que me avisaron de mi beca, yo no comenté nada en mi clase de idiomas, aunque es innegable que ando mucho más contenta, estudio más y llego más temprano y con más ganas a las clases.
En mi clase, yo configuro el área geriátrica. El resto, casi que podrían ser mis hijos. Y si lo fueran y yo creyera en el castigo físico, los fuetearía a todos.
Llegan tarde, se duermen en clase, se cansan de estar ahí, hacen mala cara cuando dejan tarea o cuando hay exámen y a pesar que estas clases son evidentemente producto de un acto voluntario, tienen la misma actitud de cuando a mí en el colegio me llevaban a misa: arriados. Copian en los exámenes, no trabajan en clase, ni siquiera llevan cuadernos, hablan entre ellos de otras cosas y simplemente vegetan las tres horas hasta que nos dicen que podemos salir. Parecen no tener conciencia de la oportunidad que representa poder aprender otro idioma ni consideración de la inversión que hacen sus papás en tratar de modificarles esa condición de cabeza de chorlito, como se decía en mi época. La mayoría de ellos solo estudia, no trabaja y aun así tienen problemas para cumplir con las pocas cosas que exige ir a clases. Pero es evidente que para sus majestades, eso de superarse es un esfuerzo muy groserito.
Hay excepciones, claro. Está una gordita muy cariñosa y dulce, que siempre comenta algo en los recreos y que anda atenta a lo que nos pasa a todos. Ayer, en medio de la pausa, ésta se vuelve y me dice “Hey, me contaron que usted se ganó la beca de este año, felicidades!”. Yo le sonreí y le di las gracias. Nada más. No me puse a hablar de mis expectativas ni nada.
De repente, otra chiquilla de esas del primer grupo sufrido, pega el brinco “Pues a mí no me parece, es injusto que a los que ya fuimos allá no nos tomen en cuenta. Yo voy a poner una queja y reclamar porque no es justo” Y hace una trompa y cruza los brazos furiosa. Se refiere a los que se fueron UN AÑO a ese país en intercambio. Sorprendida por el ataque, me vuelvo y tranquilamente le digo: “Pero vos ya estuviste un año allá…”
“Sí y qué? Me tocó estar en el este, donde todos son comunistas y hippies y siempre fueron super pobres y no tienen plata para nada ni hay cosas kul para hacer”. A mí eso me suena como una sucursal del cielo y no como el castigo inmerecido que le financiaron los tatas a esta pobre criatura. Normalmente, ante ese nivel de insolencia, yo afilo cuchillos y me dejo caer con algún comentario sangrón que termina la discusión. Pero en este caso, me llamó tanto la atención su reacción tan violenta, que insistí, de forma educada y tranquila: “Yo nunca he estado allá.”
Y en un despliegue de lógica socrática, me responde “Pero es que se supone que premian excelencia académica”. Mi asombro es tal, que ya no le quiero decir nada. Pienso en decirle “Precisamente… y eso no te dice algo?” pero mejor me quedo callada y simplemente me doy media vuelta. Ella tiene 19 años, un año en Europa, un colegio privado, papás que le pagan universidad privada y curso de idiomas y aun así, se queja por la injusticia que le representa que no la manden – de nuevo- con todo pago por ocho semanas.
En ningún momento considera la posibilidad de trabajar, ahorrar y volver, si es que quiere desquitarse de su experiencia infernal en ese reducto ex socialista. No considera decirme, aunque sea por educación, que me felicita o que siente envidia de la buena. Su único interés, es herir, hacerme saber que yo no me lo merecía. Como si eso a mí me afectara.
La veo con cierta lástima, pensando en todas las situaciones futuras donde esa actitud le valdrá tal vez un resultado muy doloroso. Recuerdo lo duro que es vivir así de cansado de la vida, de harto, de resentido, de amargado y pensar que uno tiene solo 19 años y le faltan por lo menos unos ochenta en el camino. Pienso en Mimí, su mirada apagada cuando me veía hacer una de esas escenitas y me decía preocupada “Tenés que aprender a vivir”, como si fuera algo que ella descubrió muy tarde en su vida.
Y también recuerdo una cancioncilla de los chiquillos de barrio en el San José de 1920, que registró Calufa en Marcos Ramírez: “Si la envidia fuera tiña, toooodo el mundo se tiñera…”
Deja un comentario