Tenemos unos vecinitos que me caen mal, esencialmente porque soy ideática y no porque me hayan hecho algo en concreto que les haya merecido mis desprecios, miradas de reprobación o mi terca negativa a saludarlos. En nuestros breves encuentros en el corredor, los 3 desplegamos una edad mental similar.
Marcelo el otro día se topó a una de las Tachuelas esas, cuando iba saliendo de la casa. La Tachuela le salió de repente por la escalera y se animó a hablarle:
T: Que si ya vio a mi perro nuevo? (Y le puso al cachorrito en la nariz.)
M:Está bonito…
Pero la Tachuela no entiende todavía, que cuando uno contesta dos palabras es mera cortesía (que de mí jamás obtendrán) pero que no debe confundirse con ganas de quedarse de pata cruzada a conversar.
T: (sin quitarse del camino) Sabe cómo se lama? (sin esperar respuesta) Se llama Máximo.
M: Máximo? (No Max, No Maxi. MAXIMO)
T: (con animus rajandi) Si, se llama Máximo porque es un nombre fino.
M: Ajá?
T: Es que porque es un perro fino tiene que tener un nombre fino.
M: …
T: Es que Máximo es un nombre francés
Parece que la Tachuela, además de aprender a interpretar las sutiliezas del arte de la conversación, incluyendo las indrectas corteses del no-me-importa, necesita repasar otros conceptos propios de las habilidades sociales, como lo desagradable que es la gente rajona, cómo un perrito (y las personas en general) vale por lo simpático y no por el pedigrí, la etimología de ciertos nombres y ya poniéndose una de necia, lo importante de valorar la raza y el tamaño del perrito a la hora de escogerle el nombre.
PS: Máximo se ve como así. Y tiene cierta tendencia suicida a ladrarle a Fuser.
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