Anoche soñé con vos. Con esa certeza vívida de que no es un sueño, de que es mi vida paralela, de que está pasando. Con vos, soñé.
Soñé que estábamos todos en una casa enorme, en alguna playa, en la tarde de un 31 de diciembre. Que entre la gente, de repente vos aparecías y eras de nuevo vos, el que yo había conocido. Que eras y no eras, porque decías que siempre, a pesar de todo, me habías querido, que me seguías queriendo. Que no lo pensé dos veces y te di la mano y dejé que me llevaras al balcón, a un cuarto cerrado. Que escuchaba a Marcelo buscándome. Que yo, aunque lo quiero- porque lo quiero, date por enterado- igual no te soltaba porque esto que estaba pasando no volvía a pasar nunca. Solo en un sueño.
Que me desperté ansiosa, como siempre. Que el sueño no se disolvió, se hizo más intenso el recuerdo. Que pasé el día pensándote, con la culpa de los infieles. Por la mañana con ternura, con casi nostalgia, con la duda de que hubiera pasado si hubiéramos seguido juntos. Que de tanto pensarlo me pregunté porqué no y entonces recordé cuando te fuiste, con cada detalle, con cada desprecio.
¿Para qué volviste? Yo ya te había llorado, te enterré con mis muertos, te había superado. Yo no quiero el lugar mítico de tu gran amor, el imposible, el que no pasó de un beso. Ese, que volviste a ver ahora, después de tantos años, de la mano de otro hombre.
Y entonces pasé inquieta, llorosa, pensativa, rabiosa, abandonada, dolida, melancólica, dudosa. Deseando que terminara el día. Porque lo que necesito son veinticuatro horas para que se me pase todo, esto, vos, la angustia, el sueño. 24 horas y ojalá una pesadilla.
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