Por suerte, estaba yo justo terminando de almorzar mi ensalada, con visión de pitonisa, en el patio de una casa que ahora es restaurante cuando empezó a temblar. Hice la escena histérica del temblor corto, ese ademán de me levanto y voy jalando aunque solo me medio incorpore. Lo que no esperé jamás fue que se meciera cada vez más fuerte y más rápido. Ahí me cayó el cuatro que , experimentaba como en mis pesadillas, la fuerza primitiva de un terremoto y la impotencia de no tener para donde agarrar. Yo, lo que les tengo, es pánico. No me hacen ni picha de gracia. Ni picha!
Solo acaté a cerrar los ojos y a guindarme de mi compañero de oficina, “Memo, Memo, Memo”. No me salía la voz. Pensé que estábamos a punto que se empezaran a caer los vidrios y los edificios. Y solo quería que terminara de pasar. Memo empezó a decirme que me levantara, que nos fuéramos al centro del patio. No sé ni como nos brincamos una cerca viva, bajita. Quedé con los pies completamente arañados y rotos. Es lo más fuerte que he experimentado en la vida y eso que pasé por el de Pérez Zeledón de Semana Santa, Puriscal, Limón y Alajuela. Fue 6.2 con epicentro en Vara Blanca, muy superficial.
Lo primero que hice fue intentar llamar. Uno siempre llama a lo más querido, pero mi celular, el mismo que ahora me cuesta un 10% gracias al TLC quedó inservible casi tres horas. Por dicha de primero me pudo llamar el Antídoto y conforme pasó el tiempo, logré hablar con casi todos los que quiero. Hasta el Patán me llamó preocupado porque no sabía de mí.
En mi oficina, un cuarto piso, la escena era dantesca. Todos los muebles cayeron encima de los escritorios. Se desprendió el cielo raso y todos los muebles aéreos. Los archivos se abrieron y bloquearon un pasillo completo. Se activó el sistema anti incendios y se empapó una oficina, se fue la luz, el teléfono y el aire acondicionado. En una sala, se alzó fuego. En otra, una puerta coquetísima que da al vacío y que era decorativa, se abrió. Esto lo cuento, señor ingeniero encargado de esa remodelación, que nos estafó y nos puso en peligro, que nos vendió esos muebles carísimos de mierda, para que sepa que hay un grupo de abogados, de los vampirosos atiburonados sin asco zopilotes que lo vamos a estar llamando.
Todo el personal estaba evacuado, con escenas de histeria, gente verde del susto, algunos angustiados que no lograban todavía hablar con las familias, personas exigiendo que los dejaran irse, que abrieran los portones, que permitieran retirar las cosas. Supe que en Parque Global no dejaban salir a la gente.
Nos autorizaron a subir a rescatar lo más preciado: mi cartera, el almuerzo que no me comí y que me salvó de vivir esa experiencia en el cuarto piso, protocolos, brete para la casa, envíos de aerocasillas y demás cositas. Dejé el reguero de libros y vidrios donde lo encontré. Ya será el lunes que me pongo a acomodar algo, como si fuera el primer día.
Los concesionarios de la autopista a Santa Ana, sin consideración alguna, solo tenían un carril habilitado, a pesar del éxodo que se esperaba de gente y los que iban manejando desbocados. Me salvé de la presa como por media hora. En mi casa no pasó nada, tampoco en el kinder. Me dicen que Fuser lloraba y de hecho llora cada vez que siente una réplica.
Ahora viene para mí la peor parte. La de dormir en buzo y con tennis amarrados. La de foco, candelas y latas de atún en la mesa del comedor. La de sueño con muchos sobresaltos. La de la ansiedad. La del relajante muscular para la contractura. La de muchas noticias que no dicen nada y que meten miedo pero que a la vez curiosamente me tranquilizan. La gravol para la mareazón porque yo, que soy mitad sismógrafo, siento todas las réplicas. La de la negociación de si vamos o no a la oficina mañana. La del miedo puro, sin diluir. La de intentar remedios mágicos y supersticiosos para que deje de temblar, para que yo deje de sentir.
Ni picha de gracia me hace. Ni picha!
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