Hoy, con funeral, misma y entierro, mi exposición a las cosas de dios ha llegado a niveles peligrosamente radioactivos.
– Porqué si al Pastor Alemán que dirige el Vaticano le urge tanto la paz y le preocupan en su corazoncito reaccionario todos los seres humanos aunque sean musulmanes, no va y se achanta en media plaza de algún barrio en Gaza a ver quién se atreve a seguir disparando?
– No voy a dar un cinco a la colecta porque las mismas de muertos son pagadas y yo no financio vicios como los zapatos de cuero rojo y peluche de diseñador exclusivo que usa el Santo Papa.
– El cura es evidentemente anti semita. Hace interpretaciones demasiado oscuras sobre el significado para los judíos de las referencias al agua. Sería un buen escándalo, señalarlo con el brazo derecho, gritarle “RACISTA!” y jalar a grandes pasos por el pasillo central. Pero no lo hago.
– Yo no me hinco. Hay cosas que aun tengo muy presentes: No adorarás ídolos.
– El cura es, además, exhibicionista. Cierra los ojos con conmovedor arranque de piedad cristiana. Tiene el sonsonete de cura de pueblo. Reza despacio y fuerte. Se toma su tiempo.
– Con esta boquita, uno podría comulgar?
– La paz la da uno a los desconocidos que tiene a los lados sobre todo para no quedar tan mal y además por hipócrita.
– Dice un político de carrera que uno llega y espera al cuerpo en la entrada para que te vean, o llega al final y espera en la puerta al doliente, para que crea que te soplaste la misa entera.
– Nadie canta en voz alta. Ni siquiera la de Pescador de Hombres, que siempre saca lágrimas.
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