Hubo una vez un día en que yo era feliz estando enferma. Me llevaban a la casa de Mimí. La pasaba como una reina con mezcla de pachá. En la cama king size todo el día, sin bañarme, con mi propia cobijita, en piyamas, viendo fábulas (pero sin control remoto), y comiendo mis comidas favoritas. El desayuno, el almuerzo y la comida era a la carta, todos mis favoritos: tortillas con queso, plátano maduro con queso, queques hechos a mano, sustancias y sopitas. E
Mimí me llevaba todo a la cama. Y me compraba bizcochos, y pastillitas violeta, muchas mandarinas y revistas de Archie y el pato Donald. Me verificaba la calentura de pollo cada cuatro horas. Me complacía todos los caprichos de convaleciente hipocondríaca.
Mimí me demostraba en muchas formas que me quería. Todos los días. Pero esas veces que Ella me depositaba en la casa de Mimí por temor a los contagios, eran las mejores de todas. Así pasé varicelas, amigdalitis, paperas y las calenturas anuales sin importancia.
Yo aprendí eso tan torcido, que el cariño se demuestra cuando alguien se enferma. Y en cierta forma me alegra de saber de un amigo enfermo. Armo campaña de llamadas de control diario, les cuento chistes, historias, hago vocecitas ridículas y si puedo y me aceptan la visita, caigo con canasta de bizcochos, antojos y sopitas a contar mis tonteras en vivo y a ver si les arranco aunque sea una risita.
Esos que se ponen de mal humor cuando se enferman y no soportan atenciones, lo siento mucho, pero no puedo evitar que me parezcan sumamente malagradecidos!
Ahora que Mimí no está, enfermarse es una mierda. Ahora, yo vieja, las enfermedades se sienten con fuerza. Estos cinco días en que todo me ha dado vuelta, el Hospital Cima me entrega un medicamento equivocado, confirmo que el veterinario trata mejor a Fuser que el doctor (que creí mi amigo) a mí, que me siento en la silla de la oficina como una esfinge (se falta al brete solo si uno está hospitalizado), que no mejoro, que me siento débil e inútil; me generan la dolorosa sospecha que tal vez no era tan bonito enfermarse, o al menos, no cuando uno ya no tiene una Mimí.
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