En una esquinita de las Alamedas, diagmos que en Alameda con Dieciocho o con Teatinos, hay un lugar pequeñito, con mesas de madera oscura y sillas suavecitas. Huele a pan de pita, a humus, a aceite de oliva, a las aceitunas que vienen de los países de los cuentos de Sherezade.
Yuré entra de repente y me regala esta canción, que guardaba envuelta en un papelito azul y transparente en una gaveta de su Corazón de Palo.
Yo no entiendo una palabra de lo que dice, pero cada vez que la escucho, pienso en las Alamedas, en las cosas lindas que sacan lágrimas de alegría, en las lucecitas que a veces llevo en una palma y protejo con la otra mano, en las cosas buenas, en los Yurés misteriosos que caminan por estas aceras, saludando a los amigos, regalando canciones en lengujes universales.
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