Creo que no resultará sorprendente que ,para buena parte de la opinión pública de Centroamérica, la mención los ticos, provoca una sonrisa irónica, de cierto disgusto y el comentario obligado que somos insoportables y que nos creemos blancos y europeos, esa afirmación incuestionable y verdad popular del área que los hombres de este país tienen las bolas de adorno, secuestradas o empeñadas en algún oscuro y clandestino negocio en las vecindades del Mercado la Coca Cola.
Con las mujeres es otra cosa. Se les reconoce por putas, por esa capacidad impresionante y envidiable de entrarle a cualquier cosa y sin ponerle mucho trámite. Hay, además, un cierto cuestionamiento existencialista del porqué en un país carente de hombres muy machos probados, abundan mujeres tan generosas y dispuestas. Para mí que el insulto se origina en las envidiosas que no se dan permiso de hacer lo mismo. Se ponen el qué dirán de cinturón de castidad y exigen del solicitante una inversión mínima (cenas, regalos, salidas) o una promesa de casorio. Es decir, en el resto del itsmo, la condición de limpio implica presa y encima, abstinencia.
En mi defensa patriótica, recurro a mi charla para turistas recién llegados y muy convencida aseguro que la confusión se debe a que, históricamente, no nos ha tocado implementar aquello de trocar las toscas herramientas por Ak 47s. Explico el bucólico desarrollo de este país cafetalero y la visionaria decisión de la clase poderosa de permitir la seguridad social, para aflojar riendas y apaciguar chúcaros. Yo me he tragado completo el cuento de que somos pacíficos. por no decir maricones. Que aquí nunca pasa nada. Que preferimos perder algo a luchar por eso.
Y me defiendo y nos defiendo de las acusaciones que confunden nuestra sonrisa gentil con hipocresía; nuestro deseo de agradar a todo el mundo, con falta de compromiso y transparencia, nuestra amistad sin límites, con ser chupamedias y nuestra renuencia a entrarle a los pichazos, con cobardía.
Pero como tantas cosas programadas desde los días de los libros de Estudios Sociales, resulta que eso no es cierto. Una revisión histórica detallada demuestra que aunque hemos salido bien librados de conflictos tan terribles como los del resto de Centroamérica, han habido momentos en que los ticos, tan mansitos, han estado dispuestos a demostrar que aquí hay hombre. Un ejemplo entre muchos es este que escuché a propósito de la conmemoración del triunfo de la Revolución Sandinista.
Es día Manuel Mora (hijo del Manuel Mora Valverde) contaba el aporte fundamental que hizo Costa Rica, a través del partido comunista, de una brigada de doscientos hombres, que entró por el frente Sur a combatir internacionalistamente solidaria con la lucha nicaragüense. Parecían historias ajenas, de muchachos jóvenes entrenados en fincas prestadas, llenos de ideales, sin sueños de rambo, con el miedo en las manos, sabiendo que muchos no regresarían. Del primer día bajo un bombardeo intenso, la montaña, las balas, los gritos, la selva, los muertos. Del nombre orgulloso de la brigada: “Carlos Luis Fallas”, en honor al veterano de las guerras de barriada de los chiquillos del Paso de la Vaca y de las batallas sociales de los trabajadores bananeros.
Mi amigo Memo, que asegura haber estado breves días en esa Nicaragua convulsa, pero al que no le creo nada, dice recordar un viaje con otro grupo de ticos asustados y 6 o 7 cubanos, todos montados en un camión de carga, recorriendo pueblitos con nombres de musicalidad de marimba. Y de repente, una explosión terrible que los vuelca aparatosamente. Y el montón de ticos gritando, llorando, cayendo en molote y con un gran escándalo allá adelante, en un reguero de armas, salveques, raspones y morales destrozadas. Y los cubanos, entrenados, girando en el aire para caer en posición de ataque, con el fusil en la mano, alertas, tranquilos, silenciosos, ordenados, dispuestos a defender a aquellos pollitos mojados que se sentían más que nunca lejos muy lejos del pretil y de la notas protectoras de los bailes con Gaviota y el carapacho de Cotico.
Nadie nos habla de esos ticos que dejaron la inocencia tirada en alguna quebrada de una frontera confusa o que regaron con su sangre la tierra por una lucha que aunque ajena, era propia. Esos ticos no hablan de sus días de guerra. Nadie les pregunta qué sintieron, cómo lo vivieron, dónde quedó la marca, si se recuperaron. Nadie sabe de ellos, salvo sus familias y algunas hasta lo ocultan con vergüenza. Son una página perdida de la historia. Yo me ofrezco para entrevistarlos y rescatar esos días y aunque sea publicarlo aquí, en las Alamedas. Porque no debemos perder nunca los ejemplos.
Yo no quiero para mí, ni para mis hijos, ni para mi patria el dolor de vernos soldados para defender lo nuestro. Pero sí quisiera que se sepa que, cuando ha sido necesario, ha habido muchos que ponen el libro, la corbata, la calculadora, la vida a un lado y demuestran que en Costa Rica, sobran huevos.-
Para escuchar lo que dijo Manuel Mora Salas, pueden descargar el podcast de Desayunos de Radio Universidad del 24 de julio, aquí
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