Veo el nombre en el correo y asumo que está en oficinas centrales en Dinamarca. Es más, que habla español, porque probablemente es hija de chilenos exiliados en ese país. Me imagino conversando ambas de nuestros lazos con Chilito y de su risa con mi imitación del acento chilensis.
“Supongo que la reu será en español?” – le pongo en el email, haciéndome la simpática
Me contesta en un español macheteadísimo que no, que ella lo entiende pero prefiere no hablarlo.
Ok. Tiene derecho a haberse asimilado a su país. Después de todo, Chile es el país de sus papás, no el de ella.
Tenemos una breve reunión antes de la reunión formal con el cliente. Me disculpo por asumir que ella hablaba español con solo leer el nombre.
Me dice que le pasa todo el tiempo.
Resulta que ni está en Dinamarca, ni los papás son chilenos. Es canadiense y los papás son salvadoreños.
Así mismitico funcionan los prejuicios.
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