A veces necesito un día para mí sola. El silencio. Flotar entre la cama y el sofá. El ruido de la tele con una serie de muchos capítulos, un drama médico, legal o histórico.
A veces cocino. Hoy, por ejemplo, hice tres queques y me olvidé de engrasar el molde. No me animo a sacarlos. También hice un intento de preparar berenjenas para ensalada.
Paso la mañana acostumbrándome al silencio. A que no tengo que pasar por cada metro cuadrado recogiendo cosas y llevándolas a su lugar. A que nadie me necesita.
Un comemaíz entró en la cocina y me dio un ataque de pánico. Fui al super en pijama, con una sueta encima. Pasé a poner gasolina. Tan cotidiano y aburrido mi domingo. Tan necesario.
A medio día, me entretiene pensar en todas mis opciones de comida para pedir siempre lo mismo, pero me gusta. Han pasado más de dos años y aun no controlo del todo mi estómago. Ayer lo tuve revuelto y aun no sé bien porqué. Hoy pensé que podría comer todo, pero no. No paso de la mitad
Escribo un articulito de Laboral y me pregunto si a la gente le aburrirá tanto como a mí me aburren los artículos de economía o de cambio climático. Es posible que sí.
Pienso que no me dará tiempo de hacer todo lo que había planeado. Empiezo como a las 2, a ver qué sale y poco a poco agarro momentum y completo los contratos, los detalles, los correos. Ya adelanté bastante.
Ya está oscuro. Ya me hace falta el olor y los ojitos de Pato. Su voz de pajarito. Un día dejará de hablar en ese tono que reconozco hasta en los lugares más oscuros, los que supuran adentro mío.
Llegará en pijama, bañado, dormido, oliendo a sueños y a dientitos flojos.
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