Fue distinto el otro día, cuando te dije que ya estaba harta de decir sin decir las cosas y de quedarme callada, que sentía la vida encima y que ya no quería dejar cosas sin decir porque prefería las consecuencias y asumirlas que quedarme con preguntas para siempre y con la desazón de la incertidumbre y la sospecha de si entiendo lo que es o son cosas mías. Te rogué que me dijeras de frente si sí o si no.
Te dije que ya estaba cansada de preguntar y proponer y de las muchas formas que me decís que no, pero después me mandás una canción que solo puede ser para mí. Te dije que prefiero que me digás las cosas de frente, no por compromiso, claramente y no con una foto sin texto desde un rascacielos en otro país que me hace pensar si me estabas pensando.
Te dije que estoy vieja. No que me siento vieja. Que estoy grande, que soy otra. Y entonces puedo entender mejor un no y eso no me destrozaría, porque ya conozco otros dolores. Que me cuesta más adivinar cuando no me contestás o no me decís las cosas, porque no soy bruja.
Y, desde ese día, silencio.
Una parte de mí se pregunta por quién me cambiaste, quién llena ese espacio, qué debo entender, si vale la pena preocuparse.
La otra, la que soy ahora, sabe que es cierto lo que ha sido cierto desde hace tantos años. Cobarde.
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