Antenoche me quedé dormida a las 7 y sin gotas ni nada seguí recto hasta el día siguiente. Quisiera decir que me sustentó, pero no. Paso todo el día cansada. Trabajo más desde la casa y eso está bien. Tengo trabajo, no me puedo quejar, pero a veces siento que no doy y aun falta. Cuando finalmente me levanto de la silla, estoy tiesa y contracturada-
Ayer sí vino Nora y eso nos ayuda muchísimo con Pato. Me importa muy poco que limpie y ordene, me interesa más que Pato pueda jugar durante el día, corretear dentro de la casa, tener alguien que lo atienda. Mientras trabajo, lo oigo cantando todo el día.
He estado pensando en lo que me dijo una vez Achim, de cómo en Berlín Oriental, mientras existió el muro, las relaciones eran más genuinas, más solidarias, que era lo que la gente más valoraba. Pienso en eso en este reacomodo de situaciones en que las prioridades cambian tanto y ves gente aprovechándose para darle rienda suelta a su crueldad y su abuso y ves pequeños gestos de bondad por otros lados.
E me llamó ayer. Venía de ver a su mamá, que a veces se ahueva de pensar en todos los años que tiene y se pregunta si Dios se habrá olvidado de ella, porque aun no se muere. E es de grupo de riesgo, pero su mamá vive sola. Hablamos tonteras, como siempre hablamos, poniéndonos al día, algunas cosas de brete, cosas que han pasado de gente conocida, la irresponsabilidad de muchos, sobre todo de la gente con plata que siente más bien que finalmente el chusmero se quitó del medio para poder ellos andar paseando por todas partes.
Cuando estuve en Alemania, a pesar de lo feliz que fui allá, había días en que me sentía terriblemente sola. Y él me llamaba todos los días. Me ha ayudado y apoyado de tantas formas siempre que no tengo cómo agradecerle. Me alegró que me llamara. Me dice que nunca ha trabajado tanto en su vida como en estos días. Y le creo, me pasa lo mismo.
Ayer tenía esta sensación de que siempre hemos estado así, como estamos ahora, dentro de la casa, sin salir, con angustia, con miedo a lo que vendrá. Parece que esos días antes del primer caso nunca existieron y que estamos atrapados aquí, quién sabe por cuánto tiempo más.
Tengo miedo de que se acabe la comida, que pasemos hambre, de ver gente morir en la calle, de ver racionamientos, de vernos mal. Ayer hablamos Marce y yo de qué hacer si uno de los dos se enferma y cómo proteger a Pato.
Tengo miedo de qué pasará con la escuela, si él podrá seguir y la verdad, veo difícil que regresen antes de mayo o junio y aun entonces no creo que sea sin riesgo.
Tengo miedo de que no me paguen mi trabajo. Que los ahorros no alcancen. Que nos pase algo.
Veo las noticias de España, de Italia, de Estados Unidos y me espeluzno. Me cuesta tanto aceptarlas que es como si estuviera viendo una película de terror. Anoche leí un recuento de cómo se siente la enfermedad y me aterroricé. Aun en este momento me siento ansiosa, con miedo.
Me alegran un poco las noticias de las Universidades trabajando en mascaras y en respiradores. Me desanima pensar en médicos reclamando que no tienen las condiciones o infectándose. M me lo había dicho: al inicio, es como ir a la guerra, todos son héroes, todos quieren ir. Cuando ya vean la carnicería, van a empezar a desertar. M es como mi hermano, médico brillante, que puede ver todo esto con frialdad y analizar. A veces quisiera creer que es pesimista porque cada vez que hablo con él me asusto más. Hay momentos en que de verdad, preferiría no enfrentar y no saber. Pero sé que lo tengo que hacer.
Anoche Pato me pidió que le cantara la canción de Fidel, Fidel, qué tendrá Fidel, que el capitalismo no puede con él. Y se la canté. Pero también le canté pescador de hombres, para él y para mí. Marce me advierte que no lo haga pandereta. No le digo, pero es la única canción religiosa que siempre me hizo sentir acompañada y eso es lo que más necesito en este momento.
Hoy tengo que volver al dentista.
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