Esta es la primera vez que me siento tan mal después de las elecciones. No es la primera vez que pierdo, pero sí la primera vez que me siento tan desmoralizada. Ayer no era un día para pensar o racionalizar, al menos para mí. Antes de las 10 de la mañana ya había llorado tres veces. Mi oficina parecía un cementerio. Los teléfonos en silencio y los pocos que habíamos llegado, muy concentrados trabajando tratando de no pensar.
Lloré cuando mi hermana me escribe para decirme que por favor le diga que no voy a votar por Fabricio. Estaba ofuscada, aunque ella está segura en Michigan. Ella no tiene que escuchar a gente decirle en la calle que ojalá gane Fabricio para que empiece a matar gays.
Lloré cuando me llamó un amigo y le conté que mi preocupación principal, es, desde hace casi un año, Pato. Que me angustia que se desate una crisis como la del gobierno de Carazo y que hace poco, por cierto, pensé que es posible que yo tenga una especie de síndrome de estrés post traumático con esa época, cuando hubo tanta incertidumbre, cuando mi mamá buscaba productores o vendedores al por mayor para poder ahorrar un poquito, cuando solo se podía comprar una bolsa de leche por persona y en general, la plata no alcanzaba para nada. La crisis amenaza mis privilegios de clase media: mis clases de natación, el gimnasio, las compras en el Auto, las comidas afuera, los viajes, la educación privada de Pato, su ropita de tiendas gringas.
Le conté además que con lo que pasó, me preocupa que no pueda mantener el ritmo que llevo ahora, en el que tengo la enorme suerte de una flexibilidad enorme que me permite ver a Pato más de lo que muchas mujeres que trabajan ven a sus hijos. Verlo un ratito antes de dormir o verlo solo dormido.
Ayer fue como estar, otra vez, en medio de una profunda depresión. Esa sensación de que el tiempo no pasa y todo lo que pasa me es ajeno. Una amiga lo describió perfecto: es como cuando te termina un novio muy querido y encima sabés que es porque te dio vuelta. Es un dolor de corazón. Es un dolor.
Ayer, además, es un sentirse tan perdido que no saber qué hacer. Hablé con otros liberacionistas, de los convencidos y de los que votaron por el partido porque no había de otra. Todo coincidían en que no podíamos tomar decisiones ayer y probablemente hoy tampoco. Que hay que esperar a ver.
Otros que te dicen que hay que ver qué tan dispuesto está el PAC a abrir puertas. Que nosotros no los vamos a ir a buscar. Que nos convenzan. Algunos dicen que de todos modos, para el domingo de resurrección habrá más de un millón de personas en la playa o de viaje.
En todos es evidente la tirria que el PAC les ha provocado. Ven la posición moral del PAC tan fanática y tan grave y tan malo como el fanatismo religioso de los evangélicos y genera el mismo rechazo.
Para los liberacionistas, el PAC siempre se ha mostrado como un superior moral que lo señala, que le dice corrupto, yo soy mejor que vos, yo sí soy socialdemócrata. Para los liberacionistas, el origen del PAC es una traición y un berrinche, un rejuntado de gente que se opone pero que no tienen una ideología en común. Y muchos te dicen que pase lo que pase, no pueden, simplemente NO PUEDEN votar por el PAC. “es como si me preguntaras en qué pie me quiero disparar” “Para mí se acabó eso de votar por el que va de segundo. Se acabó esta mierda”
Yo esperaría que eso vaya pasando poco a poco. Pero ¿qué sé yo de esperanza si ayer inicié el día pensando que votaría no por el PAC sino contra Fabricio y conforme fue avanzando la cosa, incluso atreverme a pensar cómo sería un gobierno títere del PLN?
Que sepan los del PAC que no es por amor que vamos a votar en la segunda ronda. Muchas veces, solo con amor no basta. Que hay que dar tiempo. Que a veces es demasiado pronto y que restregar cosas en la cara, sobre todo culpas, no sirve. Y a la vez, si Isaac Rabin le dio la mano a Arafat y se sentó a negociar con él por el bien de dos naciones, ¿quién soy yo para darle cabida a enojos y resentimientos?
Tal vez no debí leer tanto sobre el holocausto, porque cada vez que pasa algo como lo del domingo, mi mente fatalista me lleva hacia el pasado y alimenta la ansiedad y el miedo. Ayer era como estar atontados, como si me hubieran sacado el aire. No me acordaba de compromisos ni de reuniones. Y una vocecita intrusa me decía, muy adentro en la cabeza: “Así hicieron los nazis. Rápido y duro. Atacar cuando están tan azurumbados que no pueden reaccionar”
No me explico cómo pude leer tan mal la cosa, cómo me engañé tanto respecto a los resultados. Porque si no pude preveer o pensar que algo así podía pasar, ¿cómo puedo ser buena en lo que hago, donde precisamente se requiere esa capacidad de prevenir posibles resultados? Hoy pensé que si sería que me quise engañar por el espejismo de bi partidismo, esa sensación de seguridad de ver un PUSC que pensé era más fuerte y que si ganaban, pues no me estorbaba. De alguna manera terminé pensando que solo el hecho que participaran otra vez el PLN y el PUSC la convertía en una elección entre esos dos.
Una compañera de natación es maestra en una escuela pública. De 20 alumnos, 16 tienen mamás que votaron por Fabricio. Casi todas ellas jefas de hogar, con ingreso de salarios mínimos. A ellas, la iglesia les ofrece una guardería gratuita para sus hijos para las horas que no están en la escuela o cuando están de vacaciones. La guardería funciona todo el año, con desayuno, almuerzo, dos meriendas y cierra tarde para que las mamás puedan llegar por los chicos. Eso les reduce los costos de comida. Y, muchas veces, las maestras de la guardería van a recoger a los chicos a la escuela. Y si el chiquito tiene una necesidad especial o problemas de aprendizaje, le ponen maestra particular para que le explique. Esas mamás sueñan con un país que sea como su Iglesia, que les ofrezca lo mismo.
Yo también sueño con un modelo así de solidario y ojalá con el financiamiento necesario. Y pienso en el efecto de la desigualdad, en hace unos días que Marce contaba que él y su hermana fueron a escuelas y colegios públicos y en la escuela uno fue compañero del hijo del presidente en ejercicio y el otro, del hijo de un diputado y preguntaba ¿cuántos pueden decir hoy lo mismo?
Había lugares donde nos mezclábamos todos y teníamos acceso a las realidades de nuestros iguales. Hoy, si acaso queda la feria del agricultor, donde el común denominador es llegar añejo, pero es apenas un ratito que no califica de convivencia.
Pensé en la necesidad de retomar proyectos que nos permitan ver eso que no pudimos ver ahora. Ver más lejos del valle central, de los oficentros, de los barrios con restaurantes de moda, de bares, centros comerciales y cines y conciertos, ver a la otra gente que nunca vemos y que se nos olvida que existe. Por eso ni yo ni ninguno de mis conocidos conocía a alguien que fuese a votar por Fabricio Alvarado. Por eso en mi timeline de Twitter no vi a nadie más decir que votaría por Antonio.
Cada uno sabrá cuál podría ser ese proyecto, dónde se abre la ventana hacia el otro lado. Si es cuando nos toca ser usuario del sistema de justicia y no abogado. Si es en el trato a las empleadas domésticas. Si es en la decisión de salarios de los puestos de trabajador no calificado. Si es apoyando o haciendo voluntariado en tantas opciones que existen. Y creo que poco importa si es o no asistencialismo. Esa aislamiento en la torre de marfil con puerta de oro es lo que nos está matando.
Sí, sí. Yo sé que es clasista lo que estoy diciendo, pero es ese clasismo, creo yo, lo que nos tiene ciegos.
Eso nos ayuda a vernos como en realidad somos. A no disfrazar la verdad. A ver empáticos y solidarios. A ser consistentes con esos principios por los que queremos creer que votamos.
Es que el tema no es que sea evangélico ni ese acento de predicador tan molesto. No es que no haya terminado la U: Luis Alberto Monge fue un presidente sin preparación académica formal. El problema es que usa el cristianismo como plataforma y todos, ateos o no, no religiosos, creyentes intermitentes, agnósticos, sí tenemos esa base mínima común: todos sabemos que el cristianismo se basa en el amor. Y vemos como Fabricio Alvarado lo usa para promover y fomentar el odio.
En tiempos desesperados, hay que redoblar la cautela con la lengua, los impulsos y las decisiones. Y muchas veces, volver a lo básico: Que donde haya odio, siembre yo amor.
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