Como viene pasando últimamente, el llenazo del Teatro Nacional es total. Es imposible saber si verá algo que vale la pena, si tendrá que disimular los bostezos o su la pasará realmente bien. Siempre me preparo para lo peor, porque la pesimista que soy no se explica porqué una compañía de danza de un lugar de pedigrí balletista y cultural como es Praga, querría hacer parada técnica en la Plaza de la Cultura. Pero es lo que hay.
Somos siempre los mismos, casi que nos podríamos saludar de beso y algunos nos saludamos como saluda uno a los desconocidos que se topa en todas partes-. La tribu de la danza, los padres con hijas en clases de ballet y los que sufridamente nos exponemos con la esperanza de un amago de cholle que nos haga menos maiceros. Los que siguen yendo al Teatro de vestido largo con cosillas que brillan, traje entero y corbata y los que vamos en buzo y tennis sin mayor problema. Los que aunque hayan venido 300 veces- porque no hay tanto teatro en Chepe como para confundirse- y sigue pretendiendo entrar al gallinero vía luneta. Los que terminan con güilas dormidos en brazos que se despabilan solo con los aplausos.
Empezamos tarde, como siempre. Antes de apagarse las luces, todos muy entretenidos en sus teléfonos inteligentes y en sus selfies. La función de ayer era una especie de The Best of… las escenas de los ballets más famosos que le permitieran a uno rajar a gusto en la próxima reunión social sin haber sufrido el ballet completo.
Las señoras de atrás, comentaban cada uno de los actos “¡Ay sí!, esa es la parte más linda, no podía faltar. No podés decir que viste Carmen sin esa parte” y “Estaba bonito pero no como cuando lo vimos en Madrid”. Yo no me quedé atrás en lo comemierda, cuestionando porqué pagábamos en sangre para ver a estos cabrones y las veces que hemos estado en Praga no se nos había ocurrido. Ufanándome de que ya he acumulado suficientes muertes del cisne, en vivo, en tele y en youtube, como para saber que es trémula frágil y delicada y no ese Tongolele del ballet clásico que vi ayer y que le habría ocasionado un sourmenage y una migraña a cualquier purista.
Todo iba perfecto, incluido las partes repetitivas y aburridas de este tipo de cosas. Los hombres del grupo no eran para nada afeminados. Marcelo veía con interés partes de El Lago de los Cisnes porque la vez pasada estuvo dormido todo el espectáculo. Yo me conmoví con la bellísima coreografía de la suite de Romeo y Julieta.
Hasta que bailaron Diana y Acteon. Diana salió con su toga roja y mallas blancas, pegando saltitos, una dulzura. En eso, salió Acteon- Karel Audy– al escenario: un semental vestido de esclavo griego, barba de candado, con apenitas un taparrabo y un brazalete dorado encarnado a medio biceps para confirmar su condición de sirviente. Se colocó discretamente en una esquina.
Hubo un fuerte estremecimiento y sobresalto en el ambiente, cuando todas los presentes jalaron aire a la vez de la impresión de ver a ese muchacho ahí paradito esperando su cue. Se escuchó la expresión de sorpresa/admiración colectiva y por un momento, faltó el oxígeno ante tanta perfección junta en un solo cuerpo y la suerte enorme de estarlo viendo.
Se agravó cuando Acteón empezó a bailar, con pasos fuertes, muchos brincos, giros y acentos o posiciones como de estatua griega, obvio. La temperatura grupal subió un par de grados y se escuchó cómo la máquina de aire acondicionado del Teatro hacía un esfuerzo por compensar la calentura, pero sin lograr impedir que se levantara un vaho con aroma a almizcle y se ruborizaban muchois cachetes. Mientras tanto, aquel mamulón le daba la razón a todas las cosas buenas, a todas las malas, a todos los mitos y recomendaciones de cuerpo sano en mente sana, pero sobre todo, al concepto de Dios Griego y a la convicción de que las estatuas de esos muchachos perfectos se basaron en papazotes de carne y hueso, como éste.
Nunca, en mi vida, he visto semejante tucas y eso que he visto bastantes. Se le marcaban todos los músculos. To-dos. Comparado con Nureyev o con sus mismos compañeros de Trouppe, los demás se veían como firuliches al lado suyo. Yo quise levantar la mano y ofrecer una suma importante- que no tengo- por ese esclavo. Si Marcelo me hubiera preguntado in situ si me parecía guapo ese carajo, habría tenido que responderle con una mirada que resumiera una de mis frases chilenas favoritas: wueona la pregunta, pero guapo-guapo, lo que llaman guapo, no.
Me impresionó además la reacción generalizada: es que hay gente que hemos visto porno o por lo menos, estamos un poquito más acostumbradas a ver estas cosas en este estado de nudismo. Pero la mayoría de los presentes, señoras de peinado de frappé, laca y joyas, lo más que han visto en los últimos 35 años es al marido en piyama planchada o cuando suprevisa a la empleada en el cambio de pañal del nieto. Fue una reacción tan fuerte, que a la moral externa no le dio tiempo de jalarle las riendas a nadie ni de poner orden. Ellas estaban en todos los estados posibles, menos escandalizadas.
Con cada brinquito, cada piroutte y grand jete, el taparrabo-minifalda ondeaba en el aire, dejando a la maleta de Celso en un segundo lugar muy lejano, minimalista y olvidado. De lo acaloradas, más de una estaba a punto de tirarle un fustán al muchacho, que entre más bailaba, más sudaba y más alborotaba a toda la concurrencia.
La señora de al lado me veía con congoja. Yo sé que me quería preguntar si él andaba mallas. Hubiera tenido que decirle que no. Ella me hubiera preguntado que si estaba estrai, porqué no se le veía nada por delante y yo habría tenido que explicarle que los bailarines usan suspensorios, que tapan todo por el frente pero dejan al aire la perfección atlética de sus nalgas. Ella habría captado ipsofacto y probablemente habría hecho alguna invocación religiosa tipo “¡Ay Virgen!” a falta de vocabulario para expresas tantas emociones.
Cada vez que terminaba sus intervenciones, se le aplaudía con frenesí y en silencio se urgía a Dianita a apurarse, mamita, a apurarse. El sabía. Yo sé que sabía, porque cada vez le imprimía más dramatismo y fuerza a sus movimientos y lanzaba a las doñitas asustadas miradas pícaras y lujuriosas. Es lo más cerca que muchas de ellas deben haber estado de un maripepino o de un hombre guapo con tan poquísima ropa por tanto tiempo seguido y en movimiento. Y cuando terminó, el orgásmico suspiro colectivo propició que desapareciera la alteración en la fuerza.
Seguía el intermedio y apenas se prendieron las luces, se escuchó el susurro de hojas de programas revisados para ver cómo se llamaba el Adonis. No era fácil entre tanto nombre checo. Como en bingo de pueblo, alguien lo encontró primero y nos dio a todas la buena noticia, estripando el programa en la mano y agitándolo como bandera “¡Baila de primero en el acto que sigue!”
El programa del Teatro Nacional, decía literalmente y sin pena alguna, “Esperamos que lo disfuten!!” , cosa que normalmente pondría a brincarle el párpado a los nazis de la gramática, pero en este caso específico, al salir, aun abanicándose con el programa y sus atentados al castellano, más de una debe haber pensado “Así fue y vieras cómo, corazón, vieras cómo”
Karel volvió a salir, pero completamente vestido, para decepción de todas nosotras. La ropa, en un acto de magia negra, disimulaba todo aquello. Una lástima artística: Un cuerpo como ese se hizo para bailar chingo siempre.
Aquí se le ve pero hace 4 años. No estaba tan rebosante de salud como anoche.
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