Esto lo escribí para la difunta Dele Bimba, se llamaba “Amo a mi perro ¿y qué?. Sigue siendo tan válido hoy que Fuser cumple 9 años como entonces, que apenas tenía 4.
Mi adorado bebé:
Ya van cuatro años juntos, cuatro años, mi príncipe adorado, y pareciera que fue apenas ayer cuando llegaste a mis brazos. Entonces eras pura panza, pelo y cuatro patitas con promesa de convertirte en pastor alemán. Aunque el estado peluche no te duró mucho y en menos de cuatro meses ya no te podía andar alzado como un poodle de esos tacitasdeté mientras hacía las compras, fue tiempo suficiente para cimentar este amor que me durará hasta que alguno de los dos, por disposición de San Francisco de Asís, santo patrono de los animalitos y de los zoofílicos, ordene picar el tiquete.
Por eso, mi gauperrísimo, es que no me avergüenza cantarte canciones romantitontas modificadas para transgredir esta barrera inter especies que nos separa. De repente, todo ese sentimiento edipal de la separación, del amor a primera vista, de la necesidad de verte y tocarte y estar junto a vos, tuvo sentido. Ahora, canto a todo galillo y sin consideración al oído vecino aquello de “Te amo, desde el primer momento en que te vi” y toda la lista del Franco de Vita, que a juzgar por la letra, es evidente que en algún momento de la vida amó, como yo y como tanto perrero que anda suelto por el mundo, a un perrito divino como vos. Ahora, te hablo con voz de chineazón repugnante y juntos nos inventamos aventuras en las que te compro el mundo para que te declaren por aclamación rey del universo.
Mi pedacito de gloria peluda: Aunque en la vida me ha tocado mi porción de vividores, vos sos lo más parecido a un chulo que he tenido. Pero no me importa. Por vos, la comida fina gurmé para perro grande de raza grande y bocado grande. Por vos, los peluches especiales traídos al apartado postal de Miami diseñados para desarrollar tu ya portentosa inteligencia. Por vos, el juguetillo que suena y que no dura ni media hora cuando cae en tu hociquito. Por vos, las visitas al veterinario, la disposición a vender mis córneas por cualquier vacuna, vitamina o producto que necesités, aunque sea para blanqueo de tus colmillitos.
Con vos, Cho la lon kon de mi corazón, he entendido eso de una relación clandestina. Las pesadas imposiciones sociales dictadas por los amargados que nunca han querido a una mascota, me impiden poner tu foto en mi escritorio, andarla en mi billetera o gritarle al mundo que sí, que te hago fiestas de cumpleañitos con invitación, queque, bolsita y sombreros. Algún día, rey de mis ojitos, entenderán este aterro de tarados que la globalización del ser humano nos llevará a cruzar las fronteras zoológicas que nos separan.
Rayito de sol de mamá: gracias a vos he conocido el amor medieval, ese platónico e imposible, de suspiros quejosos cuando vos no estás a mi lado. Por eso no me canso de darte besos, con la secreta esperanza de que algún día te convertirás en mi príncipe soñado, con la certeza que cualquiera que te vea, sabe que vos, de ser humano, serías arrebatadoramente papazote porque ya de perro, todos coinciden en que sos perturbadoramente atractivo. La gente en la calle me para decirte “¡guapo!” y vos, mi violetita modesta, te sentás con es majestuosidad de león encarnada en perro y con la tolerancia propia del que está acostumbrado a que lo piropeen.
Algodoncito de azúcar: No todo ha sido suaves pelotitas de tu pelito recién peinado. Están aquellas semanas espantosas en que te fuiste de mi lado para que te entrenaran y quedaras hecho un rin tin tín latino. Pero le seguís ladrando a todos los zagüates del barrio. No podés salir sin correa y a la mayoría de la gente, además de parecerle atractivo, les das pánico. Seguís chupándote la pipi cuando te digo que te sentés y mantenés el trastorno ese de personalidad que te da por creerte gato y venir cuando te llamo, solo si te da la gana o si tengo un pedazo de jamón serrano o queso gouda fontina en la mano. No dejaste de ver los pafaritos imaginarios en los árboles, ni de atacar sexualmente a los almohadones.
Mi cuchi cuchi: Hago mías las palabras de Miguel Angel cuando vio a su Moisés y le dio aquel mazazo en la rodilla: “Habla, te lo imploro, habla” porque solo eso te falta. Sos un perrito de inteligencia privilegiada que entiende órdenes en tres idiomas, sabe hacerse el enfermo en un sillón, me ronronea y reacciona como perro de la unidad canina ante la orden de “Adelante el pueblo combativo”. Vos y solo vos, sabés que mi casa no es mía: es tu perrera amueblada. Mi cama, es tu camita. Mi sillón, tu lugar de autochupeteo. Todo lo mío es tuyo y lo tuyo, tuyo.
Mi Marlon Brando cuatripatudo: Ningún amor está completo sin las promesas. Yo te prometo que nunca más te voy a llevar a una competencia de pastores alemanes, donde a pesar de los chineos, vos eras como la reina de los festejos populares de Tuculillo compitiendo en la final de Miss Venezuela. Nunca me quejaré de tu mal aliento de tu hociquito con capacidad de amputar brazos. Nunca dejaré que tomés agua con más de dos horas de estar en el plato. Nunca dejaré de adorar sus suspiros resignados, tus eructos que recibo con un “salud!” sonoro, tus estornudos achú y las sacudidas que me tienen las paredes hechas mierda de tanto pringue. Nunca te faltará nada.
Y cuando llegue el día que tanto temo, espero que ya la clonación esté suficientemente avanzada y disponible a nivel comercial y masivo, porque si no puedo tenerte el resto de mi vida, entonces, que me seden a mí primero.
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