Volví. Si la vez pasada era como ir al Berlín de 1936, esta vez probablemente era ir ya sin dudas de la posición del gobierno y de lo que le está pasando a los inmigrantes ilegales, que como yo, son morenos, de pelo oscuro, de ojos oscuros y hablamos inglés con acento. O sea, objetivos plausibles de racistas y del ICE.
En migración, me tocó un agente que preguntó que si veníamos a nadar. Me dijo que me recordaba de las veces que he ido a torneos a la ciudad. Me trató muy bien. Detrás de los puestos de migración, caminaban tipos muy blancos, con gorra, con ropa alusiva a la bandera de USA- era 4 de julio- y una placa que los identificaba como miembros de algún grupo para policial o policial gringo. Cuando pasó el tercero, mirando intensamente a la fila de gente cansada y preocupada, pensé que así se vería hoy en día un simpatizante o miembro del gobierno alemán de antaño.
La gente sigue hablando español sin problema. Se oyen todos los acentos diferentes del español y cada vez menos el acento cubano.
En una tienda, una señora colombiana me preguntó a quemarropa si yo era argentina. Me enderecé y le dije que no, que era tica. Insistió. Me dijo que una mujer tan alta y tan bonita solo podía ser argentina. A mí, en buzo, camiseta, cola mal hecha y cara lavada. Pero reconoció que Costa Rica también tenía cosas especiales.
Fuimos a comer a Eataly. En NYC había sido delicioso y espectacular y una experiencia para los sentidos. En Florida, NO. La comida horrible, sin sabor o, para no ser grosera, muy atenuados. Demasiada gente, en muy poco espacio. Demasiados turistas. Demasiados residentes papudos de esos que pueden darse el lujo de no comprar en outlets, pagan full Price y pueden pedir tallas y colores.
Pero… varias personas me hablaron en italiano. Y yo, con todo el desparpajo, no solo no los corregí, sino que además les respondí, también en italiano.
Pude ir a mi soda favorita, La Antioqueña y esta vez sí logre traer arequipe y no pasar por el sufrimiento de que me los decomisen en el aeropuerto y ver cómo van a parar al basurero.
Por lo demás, casi todo lo que comí me cayó mal. Bastaba un bocado para sentir que no podía comer más y que se me revolviera el estómago. Probé con comidas de muchas procedencias y nacionalidades. Nada.
Resolví así: Pato y yo desayunábamos en la habitación, con yogurt, pretzels. Pato con jugo de manzana y yo con agua. Después de los primeros días, me di cuenta que lo único que no me afectaba era comer fruta. Y estábamos en temporada de cerezas. Harté cerezas mañana, tarde y noche. Tal vez ya llegaba llena al momento de comer, tal vez la comida en general en USA me cae mal. Tal vez es que estoy comiendo más sano o estoy acostumbrada a comer en mi casa.
Me compré un sanguche delicatessen y pedí salsa chipotle. Me enchilé horrible. Me compré humus, no lo probé. No encontré té frío que me gustara. Extrañé mucho mis tortillas y mi quesito. Solo la ensalada no me afectaba, pero cuando le ponen esas hojas amargas que parece que las cultivan de los caños, me caen mal.
Me sobraron 10 kilos por maleta. Casi no me compré nada para mí. Por alguna extraña razón fallaron TODOS los pedidos de Amazon y no llegó nada. Perdí 4 horas en el chat de amazon sin que nada se arreglara. Gracias a mis males estomacales pasé horas de silencio muy deseado en la habitación, cobijada con el aire acondicionado a full.
Detesto el calor húmedo.
En 2 semanas tengo que hacerme el TAC de control del cáncer. Tal vez mis males estomacales es el miedo y ansiedad natural que eso me genera. También podría ser que el bicho volvió. Prefiero no pensar en eso.
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