Desde temprano agarramos un tranvía para irnos a la plaza Marienplatz, donde se supone que se fundó la ciudad hace más de 1000 años. La leyenda dice que el nombre München viene de Monkchen, que significa monje pequeño. Según esa misma leyenda, en realidad fue una monja muy joven la que señaló donde tenía que estar el monasterio.
Hay una estatua de ella muy cerca y la gente aquí dice que es buena suerte tocarle un pecho, que está brillante. El mismo fenómeno del vivazo tico con La Chola de la avenida central.
El alemán de aquí, en cierta forma responde al estereotipo o caricatura que uno tiene de ellos. Por ser Pascua, se visten con sus mejores galas y vimos muchos señores con shortcitos de cuero, sombrero, sacos a la usanza de aquí. Además son ruidosos, machistas, borrachos y conservadores, o sea, una combinación letal. Encima, católicos. Parece que está uno en México: cada tres cuadras hay una iglesia diferente.
Desde siempre ha sido una ciudad mercantil, con calles y zonas dedicadas únicamente al comercio. Sobre todo vendían sal y cerveza, los monjes tenían el monopolio de la birra. La birra es como el centro de la identidad de la ciudad: todos los souvenirs, aparte de carísimos, son de jarras de cerveza, gente vestida como tiroleses, etc.
Pero una cosa es ver los muñequitos en la ventana y otra muy diferente el tren de borrachos buscando dónde tomar guaro a las 11 de la mañana. Encima, los lugares sobran. Uno de los puntos que recomiendan a los turistas es una cervecería donde tienen como un bodegón lleno de bancas donde la gente llega a tomar y a comer. De música de ambiente, una cimarrona versión alemana.
Se ve como una ciudad medieval- no con la escuadra latina que conocemos- con callejones, calles que cambian de nombre, edificios importantes atravesados, y todos esos se ven antiguos. Pero no hay que dejarse engañar: Munich fue bombardeado y con ganas, por ser la cuna del movimiento nazi, así que prácticamente lo que uno ve, está reconstruido.
La vida les da la oportunidad de hacer algo distinto y, sin embargo, optaron por hacer exactamente lo mismo.
Tienen prohibido que los restaurantes de comida rápida en el centro histórico. Entonces hay muchísimos lugares de comida local y negocitos pequeños. Hay muchas calles en el centro que con peatonales, entonces es más fácil recorrer el centro histórico.
Hay una cervecería que se llama Agustina, fundada en 1324, que está por todas partes y que financió una de las chopotocientas iglesias católicas, específicamente la de la iglesia de la Virgen María. Para que la gente se acordara de poner plata, cuando sonaban las campanadas de la Iglesia siempre dejaban pendiente la última. Imagínense lo que eso incomodaba a estos alemanes tan ordenados.
Aquí se toman en serio lo de la Pascua. A las 10 sonaron las campanas de todas las iglesias casi por 10 minutos, anunciando que resucitó. La misa de 10 y 11 estaba llena, reconozco que de gente mayor, pero llenas igual. Pato y yo entramos a vinear y no se veía casi nada por el incienso. La gente que nos topamos en la calle nos desean Felices Pascuas. A Pato le regalan confites y chocolates.
En la plaza central (MarienPlatz) hay un edificio diría uno que gótico. Pensamos que era una iglesia, pero no, es como la Municipalidad. También reconstruida, aunque en algunas piedras de las bases se ven balazos. Aquí se quedó el ejército gringo cuando tomaron la ciudad, eran sus oficinas centrales. Pudieron reconstruir todo a como estaba porque los Nazis tenía un registro fotográfico de esos tipo TOC de todo el centro histórico.
Como es Pascua y domingo, casi todo está cerrado. Gracias a Jesús resucitado, encontramos un Five Guys de gringos herejes que tenía abierto y Pato pudo comerse unas papitas porque tenía hambre. Yo aproveché para bajarme una bandejita de maní.
Al lado del museo de historia de Munich está la sinagoga de Jakob. Está en el exacto mismo lugar donde estuvo la sinagoga de la comunidad judía de la ciudad (10 K paisanos), pero en el 38 Hitler mandó a botarla y con la guerra no quedó ni un judío vivo.
Por eso esta se construyó en el mismo lugar. Tiene esa piedra externa que se asemeja al muro de los lamentos y la parte de arriba, como a lo que se imaginan que era la tienda donde mantenían la Torah durante los 40 años en el desierto. La puerta tiene las 10 primeras letras del alfabeto hebreo y están cerradas para los goyim. Además tienen siempre a 3 muchachos tan simpáticos de traje entero que hablan entre ellos en hebreo y que deben ser de la Mossad. Ahora hay una comunidad pequeñita, sobre todo de judíos rusos que llegaron como refugiados.
Al final de la caminada de cinco horas de hoy, caímos en los jardines ingleses, que es un parque enorme y largo atravesado por un río. La gente camina, corre, anda a caballo, en bici, llevan a los chiquitos, a los perritos, a la novia, a la abuela, se acuestan a descansar, se deschingan y se tiran a recibir vitamina D y todos felices. En uno de los kioskos, dedicados a la diosa Diana, había una orquesta tocando música.
Pato se entretuvo sacándole fotos a unos gansitos bebés, hasta que vio que uno de los gansos se le fue encima a otro a picotazos y gritos, para que se fuera del lugar. Algo así te puede pasar si les tocás a los pollitos– le dije. Y hasta ahí llegó el espíritu de ciencias naturales.
Lo que NO vimos en el centro histórico fueron afganos, negros, sirios, turcos o latinos a menos que fueran turistas. Y menos restaurantes de esos países con menús escritos en árabe.
En el edificio de la Municipalidad, en la torre, hay un reloj que baila. A las 11 y a las 12 de cada día, por 15 minutos se llena la plaza para verlo. Es una boda de un príncipe bávaro con una princesa francesa. Primero bailan los miembros de la corte de Bavaria, incluyendo al bufón, los soldados, los que llevan las banderas y hasta dos caballeros con lanzas.
Luego, en el piso que sigue hacia abajo y con otra melodía, bailan los franceses que acompañaron a la princesa y que la dejarán en la ciudad para que inicie una nueva vida.
Hay algo especial en un reloj que baila. Las memorias de las cajas de música. El encanto de figuras que se mueven con las limitaciones de un muñeco de madera. Las melodías. La evocación de una época donde uno podía creer que existían las hadas, las brujas y la magia y no podía distinguir un sueño de la realidad.
Al final, la gente, en todos los idiomas, aplaude espontáneamente.
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