Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Tía Dafne

desde la isla de

Yo no quería hablar con vos. No quería. Ya esa cuerda  la había cortado hace mucho tiempo. Hablaba de vos diciendo que tuve una prima, porque en mi historia, vos ya no estabas.

Tuve que recordar cuándo fue la última vez que habíamos hablado. Esa noche en que las dos llorábamos, yo diciéndote que recordé el abuso y vos gritando que tu papá era incapaz de hacer eso que yo decía.

Ahí quedó todo.

Hasta que tu amiga me rogó que hablara con vos y yo accedí. Porque me cuesta poner límites. Porque no puedo decir que no. Y porque tal vez, en el reducto de mi infancia vengatiza y envidiosa quería ver cómo se veía ese escenario en el que la que perdía eras vos.

Empezamos a conversar. Primero las 3, porque yo le pedí a tu amiga que intervniniera, que mediara, que no me dejara sola con vos. Tenía miedo de hacer una regresión. Y tenía razón.

Vos estabas hecha mierda, pero hablabas como siempre, con ese tono de superioridad, de ironía, de soy fuerte aunque me duela. Por primera vez me di cuenta que hablabas como tu papá.

Poco a poco tu amiga salió de las llamadas. Era mucho ruido y ella te apoya en lo personal, yo en lo estratégico.  Yo al principio decía muy poco, siempre al margen, siempre de segunda, siempre de sombra, como fue siempre con vos.

Empezaron los recuerdos, de las noches donde abuela, de los viajes, de las tortas, de los paseos. Solo que ahora lo vi con otro prisma. Vos también estabas en ese mierdero. Vos también tratabas de sobrevivir. Vos vivías la misma violencia. Y lo que recordaba como humillaciones tuyas hacia mí de repente las entendí como una intención sincera de cuidarme e incluso de ayudarme a salir del lugar dentro de mí donde me refugiaba de todo aquello.

“Siempre te seguí viendo en tele”. Y luego me dijiste que no estabas comiendo, ni durmiendo. Tu amiga me dijo que tenías 8 pesos en la cuenta. Ese tono de desafío era y es tu forma de mostrarte valiente.

Yo también lloré cuando te llamé a decirte que estaba pendiente, que todo saldría bien. Lo dije sinceramente, cuando te dije que quisiera estar allá y acompañarte, porque por primera vez yo sería la que pondría la cara y la fuerza por las dos.

Ese día quise pedirte perdón, pero no lo hice en voz alta. Perdón por las veces que te juzgué mal, que te dije creída, pesada, por las veces en que te envidié , por linda, por popular, por viajar, por tu ropa, por tus juguetes y te deseaba el mal con toda la fuerza de una adolescencia brava.

Hablábamos de estrategias, opciones, documentos legales. Me di cuenta que vos te avergüenza no haber terminado la U, como si eso fuera importante. Tomá mi título y mis años. Son tuyos. Usalos.

Confesaste el miedo que te paraliza. Las agresiones de tu ex marido. Cómo te enamoraste, sinceramente, de grande y por eso te casaste. Asumiste un riesgo y salió mal. Pero lo asumiste.  

“Estoy a punta de agua y huevo duro”

En algún momento añoraste que tu papá estuviera vivo. Yo ni siquiera fui a su funeral. Saberlo muerto solo me dio una enorme paz.

También entendí que aunque es el mismo muerto, fue distintas personas para las dos. Para mí, esa sensación de incomodidad y miedo desde el primer recuerdo, el abuso, los ejercicios de poder. Para vos, el papá protector, el que te daba todo, tal vez el único que era cierto en esas vidas revueltas.

Fui a recoger documentos a donde tu mamá y la abracé como 4 veces. Ella siempre tan dulce conmigo. Me di cuenta que la adorás, a pesar de todo. Has podido perdonar, con mucha más generosidad que yo. Ese día yo le recordé que fue ella la que me cuidó el día del entierro de mi papá, en aquel apartamento por la U, mientras nosotras jugábamos con una cocinita en el patio de concreto. Ella no se acordaba de eso, pero sí de que fue ella la que le dijo a tu papá de la muerte del mío “Nunca había visto a alguien ponerse gris”.

Volvieron los sueños que presentía. Las pesadillas en ese edificio, en ese piso, en ese ascensor, en esas gradas de atrás. Pero esta vez no tuve miedo. Estabas vos ahí, chiquita, como yo, y se llenaba todo de risas y experimentos y aventuras. Exorcizaste el recuerdo.

Vi a la persona dulce que sos con tus mensajes a Pato. Le aseguraste quererlo de inmediato y él, desde ese día, habla de Tía Dafne y se preocupa por vos.

Tía Dafne.

El día del funeral de abuela, vos me dijiste que si yo había pensado en lo raro que era imaginar una vida sin ella, que ella no llegaría a conocer a nuestros hijos, cuando los tuviéramos.

Ninguna de las dos parió.

No importa.


Gotitas de lluvia

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