Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Culpas

desde la isla de

Siento una culpa horrible cuando te veo apagarte, ponerte serio, decir que no tenés hambre. Me siento pésima y responsable e ese silencio, de esa ausencia de sonrisas y canciones, de todas las preguntas que empiezan con “me pregunto”. Sospecho que hay menos abrazos y menos besitos y menos caricias cuando estamos bajo el efecto de la pastilla.

Y, a la vez, dicen las maestras que vas bien en todo, tal vez un poco lento al copiar de la pizarra.  Que sos educado, amable, resiliente, cariñoso y otro, comparado con el año pasado, cuando no sabíamos qué era lo que te impedía concentrarte.

Dice tu otra maestra- la que te sacó del hueco- que vas excelente y que sospecha que sos disléxico además, pero que no digamos nada aun para poder desarrollar estrategias de ajuste. Y que por eso te cuesta copiar.  

Sentí el derrumbe de la idea que he venido cultivando, en secreto, de que algún día quisieras leer todo lo que he escrito, que siguiéramos conectados por mis palabras y tus ojos profundos.  Aceptar qué es posible que no te guste leer y que todo lo que ha quedado en el teclado ahí mismo se pierda.

Dije que me preocupaba tu futuro. Me dijo la maestra que no entendía porqué. Que abundan los disléxicos que se han forjado vidas sin problema.

Veo que leés palabras en la calle, en la tele, en la misma casa. Ya tengo que tener cuidado con lo que escribo.

Esa lentitud, que a mí no me estorba, pero parece que a la escuela sí, hace que traigás trabajo para la casa casi a diario. Nos sentamos a hacerlo a la hora en que va pasando el efecto. Y entonces empieza la tragedia: lágrimas, enojos, tirás cosas, gruñís. No quiero. Papá te regaña y te amenaza. Yo creo que podría hacerlo mejor, pero a la hora y media, también pierdo la paciencia.

Hoy, agotados, hicimos el experimento. Te dimos la pastilla y la tarea se resolvió en 10 minutos. Te pregunté cómo te sentís cuando la pastilla empieza a hacer efecto:

Raro, porque todo desaparece y solo estoy yo y la maestra y dejo de escuchar todo lo que dicen mis amigos.

Para eso está la pausa, te dije.

Pero es peor. Le escribimos al médico a preguntar si sería necesario subirte la dosis, para cubrir esos periodos.

Me digo a mí misma que es por tu bien. Que es tan medicina como la que tomás para prevenir el asma, como la que tomo yo para la tiroides. Recuerdo al médico diciendo que sos extraordinariamente inteligente y que él recomendaba medicarte solo para que esta inteligencia no tuviera freno y que no crecieras creyéndote tonto o escuchándolo de otros.

Y, sin embargo, la culpa. Si te estaré robotizando. Si es necesario tenerte como un zombie. Si esto es un zombie o es un niño normal. Si tu silencio y tu calma es más bien una tristeza profunda. Si en realidad lo hago para que mi vida sea más fácil. Si todo me lo estoy imaginando.


Gotitas de lluvia

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *