Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Carta a mi niño disperso

El cerebro, mi amor, es una cosa maravillosa que la ciencia no termina de entender.

Ahí soñamos, sentimos, planeamos. Ahí viven los temores, los dolores, las añoranzas. Ahí recordamos. Ahí es donde están los conocimientos: las palabras, la lectura, los números, las emociones, las experiencias. Ahí analizamos, resolvemos problemas, hablamos con nosotros mismos. Ahí imaginamos futuros e historias.

Como las personas, cada cerebro es único y distinto. El de uno de los hombres más sabios de la historia, Albert Einstein, parece que era más pequeño del promedio.

El tuyo también es diferente y especial porque es tuyo. Ya sabemos que sos muy inteligente.

Para explicarte, necesito contarte de tres lugares:

En Berlín, en el medio de la nada, donde una vez estuvo un muro alto que separó ideas y familias, hay un edificio enorme, de cinco pisos, todo de cristal. Es la estación central de trenes. Cinco pisos, con muchos andenes cada uno, donde a cada momento entran y salen trenes. Algunos rapidísimos, otros más lentos. Vienen de otros países, otras ciudades, otros barrios. Algunos pasan la noche, otros se quedan a limpieza y reparación, otros más entran y se van. Hay pizarras y pantallas por todas partes, diciéndole a la gente dónde está cuál tren, a qué hora llega y a qué hora se van. Incluso, cuál vagón tomar.

En los aeropuertos, hay personas que se llaman controladores aéreos. En las ciudades a la que llegan más vuelos, cada controlador tiene un radar donde ve los aviones que se aproximan y los que están listos para despegar. Los que sobrevuelan y hacen tiempo. Los que están en las mangas de abordar. En el radar se ven como avioncitos de papel que se mueven por todas partes.  El controlador tiene todos los aviones en su cabeza y les da la orden para que aterricen o salgan. Organiza un ballet, una sinfonía perfecta para esos gigantes de acero y evita que choquen en el aire o en la pista y se asegura que lleguen a sus destinos a tiempo. El da las instrucciones para cada piloto y cada piloto le hace caso. Ponen sus vidas y las de sus pasajeros en sus manos.

Frente al super al que vamos los sábados, un muchacho pone una mesa y ahí vende miel y otros productos de abejas, jabones, polen, jalea real. Tiene una vitrina, una caja delgadita con un vidrio y adentro, tiene un panal lleno de abejas que van para allá y para acá, bailan y agitan sus cuerpitos peluditos. Unas le cuentan cosas a otras, unas hacen miel, otras cuidan a las bebés, otras limpian las celdas. Si hacés mucho silencio, se escucha su murmullo inquieto.

Así sos vos. Tus pensamientos llegan todos a la vez o muy seguidos, como los trenes de la estación de Berlín, como los aviones del radar del controlador aéreo, como si cada uno fuera una abejita parlanchina. Y vos podés verlos todos, escucharlos todos, apreciarlos todos a la vez.

No todas las personas son así. En la estación central de algunos, solo llega un trencito de vez en cuando y cuando llegan dos, se enredan y no sabe qué hacer. Y dice, muy serio: “por eso es que no se pueden hacer dos cosas a la vez”. Vos si podés.  Algunos tienen un radar muy aburrido y los pocos aviones que llegan a ese aeropuerto ya lo conocen y no necesitan que nadie les diga qué hacer. Algunos prefieren la soledad y no el tumulto de una colmena.

Vos tenés el super poder de concentrarte de repente en un solo tren, un solo avión, una sola abeja. Tal vez porque te llamó la atención, porque viene de algún lugar lejano y misterioso, con grandes historias que contar. Tal vez porque simplemente querés verlo con detalle y conocer cada parte.

Y cuando hacés eso, solo eso existe para vos. Y aunque siguen entrando trenes, aviones, abejas, solo tenés ojos para eso que te apasiona.

Toda cosa buena, en exceso, puede dejar de serlo. Nos pasa a todos y a vos también. Puede ser que hoy necesitamos concentrarnos en aprender a leer, en la letra b o la d y aprender para cuál lado va la pancita de cada una. Vos te decís que vamos a poner atención total a esa b o a esa d. Pero en ese momento entran más trenes, más aviones te piden instrucciones. O son más abejas te quieren contar de un nuevo campo de flores. Pero vos simplemente los querés ver mejor, entender sus detalles y te quedás ahí, olvidando la dirección de la pancita de las letras.

Hay una pastilla que te permite concentrarte solo en lo que se necesita. Congela, por un rato, a los otros aviones, a los demás trenes, a todas las abejitas. Te permite atender eso que es importante en ese momento. Subirte a ese tren, a ese avión, a ese camino pintado en el aire que te llevará directo al néctar sin que nada más te distraiga.

También, con el tiempo, conforme vayás creciendo, vas a ir aprendiendo formas de lograr lo que hace la pastilla y ya no será necesaria.

Ojalá pudiéramos silenciar las voces que te han dicho o te dirán que sos vago, desobediente, tonto, distraído, desestructurado, difícil, imposible. Porque ellos mienten. O por lo menos, no entienden.

No saben que vos siempre, siempre, podés imaginar miles de universos simultáneos, con abejas con gorras de capitán, tripulando un tren que vuela por el aire y mejores futuros llenos de esa luz increíble de tus ojos claros y de la fuerza impresionante de tu gran corazón.

Y vos, ¿qué pensás?