Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Dejar ir

Ese cliente no quiere trabajar conmigo. Y duele. Ni siquiera me lo dice directo. Simplemente me ghostean. No hay más llamadas, ni solicitudes.


Como suele pasar, la gente más sencilla es la que nos avisa. Y duele.

Aunque me dicen en la oficina que no es mi culpa, que han visto el servicio, que me han defendido, me siento extraña de que no sea mi culpa. Y empiezo a pensar en pequeñas cosas que no he hecho bien o que podría haber sido mejor, porque de alguna manera, algo en mí necesita que sea culpa mía.

Pienso en el caso que debió ser despido aunque no hubiera motivo real. Pienso en que debí ser más combativa, menos compasiva con el personal. Pero esa no soy yo.

Pienso hacia atrás de todas las veces en estos 12 años que habíamos pasado por el mismo susto. Cómo este cliente siempre ha sido un estrés, una tensión, una cuerda floja.

También pienso en toda la gente interna y externa que me han dicho si no siento más bien que es una liberación, que son muy conflictivos, que me restaban vida. Que aproveche para pasar más tiempo con Para. Que nada es para siempre. Que clientes vienen y van. Que era plata muy cara. Pero siento que es una forma de sour grapes. Algo en mí necesita castigarme.

Me he sentido vieja, tonta, desfasada, inútil. Fea. Una regresión completa.

No puedo decir que no me importa, porque me importa. Me duele en el ego, porque es de las pocas cosas que siento que hago bien. Y ellos me dicen que no y me tiran la puerta en la cara.

He dormido mal. He llorado.

Pero también he recurrido a herramientas de terapia. Agradecer lo que aprendí con ellos, las oportunidades que me dieron, todo lo que aprendí, su apoyo durante la quimio. A que hay gentes y situaciones que llegan por épocas con uno y luego se van y está bien. A llorar. A no combatir el sentimiento.  Que las corporaciones es el peor lugar para buscar o esperar lealtad.

Ayer en particular, recordé a Rudy en el sermón que me dedicó, después del cáncer de mama: a veces tenemos que perder para ganar, para crecer. Hay que soltar. No me tengo que castigar

También empecé a hacer. Llamar amigos, reunirme, buscar contactos, moverme más. Ya veremos qué pasa. Porque un amigo me recordó la fuerza que me da ver a Pato. Sus besitos y sus abrazos y sus promesas de que todo estará bien.

Recordé la lección de vida de natación: Te descalificaron? Bueno, tenés derecho a sentirte mal. Pero hay que pasar la página y levantarse.

Y eso me llevó a la dra. Egger: La vida sigue. Te caíste? Te levantás y te limpiás el polvo y seguís. La vida sigue. Estuviste en un campo de concentración? Bueno, pasó. No podés cambiar la historia. Pero sí seguir. Al dr. Frankl: lo único que puedo controlar es mi reacción.

Anoche me tomé coctel de relajante muscular (porque los músculos están hechos un nudo) y gotitas. Dormí 10 horas. Y me desperté sintiéndome mucho mejor. Sentí que ya pude soltar y dejar atrás.

También anoche lo procesé en un sueño: íbamos para una fiesta en las montañas de mis sueños. Dejaba a Marce esperándome en un hotel y me iba a recoger a alguien más en una finca para ir a esa misma fiesta. Iba con Pato. En el camino, el teléfono no me funcionaba. No sabía bien para dónde iba. Derrapé un par de veces pero retomaba el control. Llegamos a un pueblo, a un banco donde me trataron de ayudar. En el teléfono solo aparecían pantallas de algo como un virus que interrumpías el waze o el acceso a los contactos. Después de mucha lucha, lo lográbamos.

Tal vez todo esto es porque es la primera vez que paso por algo como un despido. Y como me dijo un conocido que es juez de trabajo: te hicieron un favor.

Y vos, ¿qué pensás?