Tal vez porque ayer andaba sensible. Nostálgica. Llorona, dice ella.
Alzó la foto donde mi papá me sostiene con una mano, yo con menos de un mes de nacida. “Primer día del padre. Yo venía saliendo del hospital y su papá la alzó así y la vio…”
Lo mismo con la foto de nosotros 3. Yo, bebé, ella con el terror de la maternidad impreso en los ojos. Mi papá viendo hacia abajo.
Saludó su retrato y le sorprendió un poco verlo así, de repente, al doblar en el pasillo. Eterno en sus 32 años.
Le enseñé la muñeca que él me regaló cuando tenía un año. La vi abrazarla y reírse genuinamente por primera vez en muchos años. Me preguntó si tengo la tarjeta que él me escribió. Sí, la tengo. Le contó a Pato la historia de la muñeca y por primera vez Alejandro ya no era solo mi papá. Era también tu abuelito.
¿Hace cuánto no tocaba algo que él tocó también?
No le quise enseñar las otras cosas que tengo de él. La faja, las cartas, la cédula, el carné, la foto de cuando era joven.
Vio la foto de mi abuela. Me contó de cosas que yo no sabía: Que podo antes de morir él, quisieron comprar una casa en el barrio, la vinieron a ver, pero no le dio tiempo de firmar. Que una semana antes del infarto, se quedaron varados en Escazú y él ya se sentía probablemente mal y dijo que no podía hacer nada con el carro. Una semana exacta después, moría. Dice que cada vez que pasa por ahí recuerda ese día al inicio de setiembre y se arrepiente de haber querido ir por ahí.
En mi casa, su otra vida está presente, con fotos de él, de ella, de nosotros. De Mimí.
La vi, por primera vez, viejita, a pesar del pelo teñido y del maquillaje.
Y tuve el pálpito que tal vez llora, como yo, ahora, porque presiente que se va a morir.
Y aunque siempre ha añorado el día en que lo vuelve a ver, también le tiene miedo y yo, sin saber bien porqué, lloro por ambos.
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