Se me perdió la billetera con todo. Y para empezar el proceso lentísimo de tener documentos que prueben que yo soy yo, lo primero es la cédula.
Me sorprende la tranquilidad con la que me lo tomé, pero sé que es el ansiolítico.
Sin cédula no me dan tarjetas y sin tarjetas, no vivo. Sin cédula no me dan copia de la licencia ni me dan tampoco el carné del colegio de abogados que necesito para la audiencia de esta semana.
Sin cédula no valgo un cinco.
Vale que uno tiene patas.
Así que aunque el TSE parece un mercado- igual que todos los días- yo entro en fila privilegiada y solo debo esperar como media hora para que me la entreguen.
El tipo que me toma la foto insiste en que me conoce. Quiere saber de qué colegio vengo, de cuál barrio. A mí me da vergüenza contestar con esas palabrillas raras. Me hago la que no lo oigo y que ando de prisa.
Me encanta ver gente.
Los señores de la fila preferencial, la mayoría de ellos sin celular. Vistos en grupo, todos ellos muy elegantes, bien peinados, algunos de corbata, ellas maquilladas, observan a los demás mientras esperan. Es un evento, renovar la cédula. Y cada 10 minutos más o menos, alguien se une al grupo y hace las mismas preguntas: ¿cómo funciona? ¿a uno lo llaman? ¿Se oye bien? ¿A cuál ventanilla hay que ir? A mí me interrumpen un par de veces para lo mismo.
Hay una muchachita muy delgada, despeinada, que seguridad anda persiguiendo por todo el piso. Quiere mimetizarse con la gente, en una silla escondida y se queda dormida ahí. Los guardas le preguntan si ya le entregaron la cédula, que en cuál parte del trámite está. Ella regresa a la realidad con la cabeza recostada en un bolso de tela. No le gusta lo que ve y vuelve a dormirse.
El guarda busca apoyo, la levantan a la fuerza y le dicen que tiene que salir.
¿Porqué, si es una institución pública? Tal vez es el único lugar seguro que ella tiene para dormir un ratito, a pesar del enjambre de conversaciones, los llamados por el altoparlante y esos guardas tan necios que no la dejan tranquila.
Hay tanta gente… y siguen entrando. La mayoría no tiene mala cara, simplemente saben que es un trámite de día completo. Nadie se queja. Dicen los funcionarios que lunes es el peor día, que los ticos perdemos cédulas los fines de semana.
Igual que la CCSS, el TSE es ese gran igualador democrático a donde llegamos todos, de los pocos que quedan después de que decidimos mandar la educación pública a la mierda. Me pregunto que hará la gente linda del oeste cuando tienen que venir aquí a renovar cédula. Pero tal vez para ellos la cédula no tiene la utilidad práctica que tiene para mí. Esencialmente porque trabajo en el horario que ellos van al spa, al gimnasio, al brunch, a recoger a los chicos…
Al presidente y a los magistrados me imagino que les dan servicio a domicilio. Así fue conmigo cuando estaba en la quimio. Terminando la cuarta, llegaron y me tomaron una foto en medio de lo peor de los efectos secundarios. Yo ni siquiera recordaba los números de mi cédula y se nota. Me veo verdosa y perdida. Siempre, después de un ciclo, perdía la esperanza por un rato.
Qué sería de la espera sin celulares… La gente ve videos, hace llamadas, lee tonteras, le entra a los jueguitos electrónicos. No hay minuto perdido. Tal vez en medio de este hervor de voces este sea su único momento para ellos mismos, pero como nunca sabe uno que verá en ese espejo, mejor perderse en la pantalla.
A los 40 minutos en punto tengo mi cédula nueva en mano. Recuerdo las diferentes fotos a lo largo de los años. Esta me gusta. Me reconozco. Salvo en ese pescuezo de señora mayor, pero que aun no es de chompipe. Me veo- soy- larguirucha.
Igual tengo que hacer algo al respecto.
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