Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

El ogro

La princesa que no quería ser princesa y siempre andaba de jeans y camiseta, no tuvo más opción que vestirse de princesa para esa reunión, con zapatos incómodos y ropa elegante. Hasta perfume se puso. Y aretes pesados.

Los dos escoltas que la acompañaban, iban armados hasta los dientes. En las reuniones previas, el Ogro había amenazado con comerse a los presentes y escupir sus huesos. Los escoltas se habían salvado porque se escondieron bajo sus escudos.

La princesa iba lista para todo y se repetía que, pasara lo que pasara, no podía permitir que el Ogro la viera llorar ni la viera derrotada. Se decía en el reino que el Ogro, además de su tamaño y poder imponentes, tenía la capacidad de humillar a cualquiera que se le atravesara a sus órdenes o a sus planos hasta reducirlo, con su magia oscura a un gusanillo insignificante.

Al salir de las reuniones, porque fueron dos, la princesa estaba muy confundida.

El Ogro le había parecido, en dos platos, un chavalazo. Le impresionó lo inteligente, la forma amena de dirigir las cosas, su sentido del humor oscuro, la forma en que simplificaba cosas complejas a temas sencillos. En esa reunión no hubo nadie que saliera hecho un gusanito. No hubo gritos. No hubo amenazas.

Incluso ella había sido llamada a responder una pregunta difícil y sin darle vuelta a las cosas, viéndolo directo a los ojos, le dijo: Sí. Y nada más. Un duelo de miradas, donde la princesa sabía que ella tenía razón y que él no sabía nada.

Lo escuchaba con atención y sospecha y se dio cuenta, a su pesar, que estaba de acuerdo con casi todo lo que el Ogro decía. Por ejemplo: No hay peor pecado que robarle al puedo de los gnomos. O Usted sabe cuál es el precio de la experiencia? la inocencia. Terrible eso de coincidir en pensamiento con alguien tan repugnante como ese Ogro apestoso.

El Ogro parecía venir de otro país. No tenía paciencia para las reverencias intrincadas tan propias del reino, ni para respuestas largas con mucho contexto. No ponía atención- tan maleducado- cuando presentaban las flores o se completaban los ritos de la cortesía tradicional. La princesa pensó que una lora parlanchina difícilmente sobreviviría en este ambiente

Tan sorprendida estaba la princesa con lo que veía, con lo que oía, que cuando el Ogro preguntó si él llegaría a vivir más de dos meses o si lo matarían antes, quiso decirle «cómo se le ocurre? Dios guardísimo!».

La esposa del Ogro no era una víctima encadenada al meñique del personaje, sino una ninfa elegante de belleza clásica.

Decían que la servidumbre de la cueva del Ogro pasaban en un solo temblor y que se vivía un ambiente de terror. Observó con cuidado a los demás y no vio señas de ese miedo que ella, por desgracia, conocía tan bien. Lo suyo no era don de hada madrina: era experiencia y por eso podía reconocerlo cuando lo veía.

A ver, tampoco es todo era perfecto. Era un Ogro, después de todo, viviendo en una cueva como corresponde a un monstruo. Hubo comentarios inapropiados, por supuesto, ordinarios y corrientes, tan propios de esos seres. Pero en honor la verdad, la princesa, que ya estaba un poco vieja, había visto a reyes, emperadores, césatres, y zares decir cosas peores y a todos los demás reírles la gracia.

Cosa curiosa, el poder y la violencia, y las cosas que provocan en el comportamiento de la gente cotidiana.

Mientras caminaban de vuelta al carruaje, le dijo a sus escoltas con algo de sarcasmo: Ustedes me vacilaron. Ese Ogro parece un príncipe azul…

Los escoltas pararon en seco. No. Lo que pasa es que vos no podés juzgar solo por tu experiencia, que dejame que te diga, es totalmente atípica. Nosotros hemos visto horrores con él. Vos misma lo has leído en los periódicos del reino. Has escuchado a los juglares. Te lo ha contado gente que lo ha vivido. Nadie nunca ha dicho que sea un bruto. Al contrario, esa inteligencia es lo que lo hace tan peligroso. Como todo el que juega con la magia negra, sabe ser un encanto. Y luego, el cuchillo en la espalda.

Será? – se preguntaba la Princesa- Será?

Y vos, ¿qué pensás?