Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Cumpleaños pandémico

desde la isla de

Hay cosas que me pasan por comemierda. Como organizarle un cumpleaños a Pato en media pandemia.

Pero es que él estaba tan emocionado…

Hubo que hacerlo por partes.

Primero aterricé en El Rey, para comprar chucherías y una docena de cañones de confetti. Para ese momento ya sabía que haríamos algunas visitas y pensaba reventar uno en cada parada, pero no había decidido el itinerario.

Me emocioné y compré sombreros de feliz cumpleaños, anteojos, espanta suegras, trompetas y alboroto porque ya nos veía llegando a cada lugar en versión de mini carnaval. Hasta que me acordé que por las mascarillas no íbamos a poder soplar nada. Quedarán para el otro año.

Me agarré con una ordinaria que no respetaba el distanciamiento y cuando le reclamé, muy tímidamente, preguntándole si ella no creía que deberíamos respetar todos el distanciamiento, casi me sacá la yilé. Por la forma es que se movía y jalaba aire a través de la mascarilla, supe que en otras condiciones, me hubiera jalado el pelo.

Bueno.

Repellé con compras en un lugar menos popular, con muchas cosas de fiesta a precio gringo. Más sombreros, globos de perritos, confetti de perritos, mantel de perritos porque según yo en cada lugar iba a llevar una mesita portátil, sacarla, poner el mantel, la comida, el quequito y jalar. Por dicha la lluvia evitó implementar semejante tontera.

Luego vino el queque. Yo soñaba, por golosa, con uno como de la Cinta Amarilla y caer sentada comiendo lustre de huevo tradicional. Pedí recomendaciones, pero me daba culpa decir que no cuando veía las fotos. Claudiqué y me fui por la recomendación de una  amiga que siempre postea queques soñados aunque fuera de fondant. Listo

Py Q

El día antes empecé a cocinar arroz con pollo, con la receta de mi abuela. Había pensado además en hacer frijoles molidos con chorizo y ensalada rusa. Hasta había comprado conchas de delivery pensando en una entrega toda coqueta de un almuerzo completo por cada miembro de cada casa, pero me agarró el toro y no hice nada de eso. Solo el arroz con pollo.

Hacerlo es siempre una locura. Por un lado, es invocar al espíritu de mi abuela. El arroz se hace sin receta, a pura memoria. Es tenerla a ella a la par vigilando qué le pongo, qué le falta y la culpa mía de si compré mucho o poco. Esta vez, por ejemplo, no tenía suficientes alcaparras. Intenté por Rappi, pero me superó la tecnología. A la tercera búsqueda en la alacena, mi abuela me puso a la mano el tarro que andaba buscando. El caldo para el arroz me alcanzó apenas. El pollo venía medio flaco. No encontré una caja grande de pasas en el super así que usamos muchas pequeñas.

Pato ayudó como pudo, abriendo, por ejemplo, las cajitas de pasas y comiéndose la mitad en el proceso. Y pidió que pusiéramos música. Así que mientras todo se cocinaba a fuego muy lento, como tiene que ser, bailamos salsa, merengue, bachata, reggae roots, reguetón y hasta competencias donde uno pasaba al frente y el otro tenía que decir “dale mami, dale mami” o “dale Pato, dale Pato”, a sugerencia del mismo Pato.

Dos amores en la cocina: mi abuela, en la cuchara y Pato, diciéndome qué bien que bailas, mami, con sus ojitos lleno de admiración y feliz de estar ayudando. Hasta que ya había que revolver todo y él, muy igualadito, acercó su banquito y estiró la mano para que le pasara la cuchara. Ni picha. Mi abuela siempre me advirtió que la comida aguanta una sola cuchara. Uno sirve para picar y echar, pero solo el que cocina revuelve.

Para el día como tal, solo tenía claro que en la tarde tenía una llamada de una hora.

Nos levantamos más temprano para decorarle un poco y darle la sorpresa con Feliz Cumpleaños en el celular a todo volumen.

regalos

6:30 Parto a buscar el queque en Escazú. Waze me manda por las montañas de Alajuelita, por guindos y cuestas y calles estrechas, pero es la única manera de no quedar pegada en una presa. Voy pensando de todo. Y por ratos, lloro, porque es sabido que las mujeres lloramos en los carros.

Un queque para 20 personas, aunque en la casa somos 4 y 20 pastelitos individuales para repartir. Soy pésima para la mate, pero hasta yo podía darme cuenta que la proporción debió ser al revés. Tocó reprogramar visitas para que alcancen. Una semana después, aun hay queque como para dos semanas.

“Al fondant no le gusta esta humedad…” me dice la pastelera. Bueno. Ni modo. No seré yo la que crea que puede parar los efectos de un huracán como Eta.

queque

7:30  Pato tiene clases por zoom e informa a todos que cumple estos años. Una mano completa. Hace lista de los regalos recibidos.

8:00 Llevamos el carro a decorar con globos, como los chiquillos de colegios caros. Ya estaba encargado.

Llovía, con cielo encapotado de huracán, pero para allá nos fuimos Pato y yo. Quedó hermoso cuando ya lo amarraron al rack. Globos: Check!

carro

“Esteee… como está lloviendo un poquito, recuerde que debe manejar muy lento, porque si no, se los puede llevar el viento…”

AH?

8:30 Me notifican que todo el periplo tendría que hacerse a velocidad de carroza fúnebre.

Las visitas las hicimos cortas y aun así fueron muchas, para mi gusto, por la velocidad con la que tuve que atravesar unas seis veces la ciudad. Pato, cómodamente desnucado en su sillita, mientras yo iba con un ojo pegado al techo atenta al momento en que salían volando diecisiete mil pesos en bombas.

Íbamos tan lento, que nos pitaba todo el mundo y en los ratos que estuvo despierto, me decía “Mira mami, saben que es mi cumpleaños y me saludan!” y les gritaba gracias a través de la ventana.

Ese día prometí no llamarle la atención por nada y acceder a todo lo que pidiera. Así que fuimos oyendo la música que él quería, entregué el celular por ratos para que viera a Blippy y en general, él tuvo día de pachá dándose todos los gustos.

Cada parada fue un evento logístico: mascarilla y careta ambos, pongámonos alcohol, bajemos el arroz que toca en esta casa, los quequitos, las papitas, el cañón de confetti, la sombrilla. “Saludas, dices muchas gracias, contestas cuando te hablan, te portas bien. NO PREGUNTES POR TU REGALO” y de vuelta al carro, quitar mascarilla y careta de ambos, otra vez alcohol, llamadas que entran y salen.

En una de esas, una voz muy dulce:

“Doña Alejandra Montiel?”

Y yo en medio trajín “SI!”

“Le habla la secretaria de don Fernando Cruz, Vanessa”

“COMO LE VA VANESSA? VEA NO NOS CONOCEMOS PERO HOY ES EL PEOR DIA PORQUE CUMPLE PATO- QUE TE BAJÉS HUEVÓN- Y ANDAMOS SUPER ENREDADOS- PONETE LA MASCARILLAAAA!- DIGALE A FER QUE YO LO LLAMO”

“Doña Alejandra? Es de parte de don Fernando Cruz…”

“SI SI, YA ME DIJISTE, PERO DECILE A FER QUE HOY NO PUEDO. ES MÁS- PATO NO SE CRUZA LA CALLE SOLO, DE LA MANO!- DESDE CUANDO FER TIENE SECRETARIA? SIEMPRE ME LLAMA ÉL DIRECTO. QUES, QUE LE PESAN LOS HUEVOS PARA LEVANTAR EL TELÉFONO- HOLA TIA. SI, MEJOR NOS ABRE EL PORTÓN, PATO, CUIDADO CON LAS MANITAS- DECILE QUE NO SEA TAN DIVA Y QUE ME LLAME DIRECTO QUE DEJE DE JUGAR DE IMPORTANTE…”

“Don Fernando Cruz…Castro, del Poder Judicial. El Presidente del Poder Judicial”

Ahí la que se desinfló fui yo.  Pero a lo hecho pecho. Me disculpé, oí el recado de que ha estado pensando en mí y que me va a llamar, me despedí muy decente y tuve esa sensación de en qué culo me meto el resto del día.

En cada visita, agregábamos bolsas o regalos o chunches o encargos para el siguiente destino. Éramos el carro de los payasos, porque cuando llegábamos a la nueva parada, al abrir la puerta, algo se regaba o se caía.

2:30 Llamada con gerente e invitados internacionales. Teams. Pato, con ese olfato que ha desarrollado y sabiéndose impune, llega y se sienta en mis regazos, protagonizando la llamada y pregunta si ya les dije a todos que era su cumpleaños. Mi micrófono no estaba apagado.

Hicimos mierda el ambiente con tanto cañón disparado. En ningún lado recogimos la lluvia de papel brillante. En todas partes la gente se asustó con el escándalo y me lo reclamaron.

confetti

 

No visitamos a ningún compañerito. No queríamos provocar la congoja de tener que provocar un regalo y en el palanganeo mío procastinado, tampoco había alistado bolsitas ni nada para los chiquillos.

Terminé agotada, pero mi Patito estaba contento, muy contento. Recibió y dio abrazos pandémicos con careta, de la cintura para abajo, muy efusivos. Atendió video llamadas. Se tomó fotos.  Pasó por el Riteve del pediatra y la neumóloga: ya alcanzó a los otros niños en estatura. Ya no tiene nada de bebé prematuro. Ya lo autorizaron a poder nadar una vez a la semana.

Le soplamos y le cantamos y comió queque como para tener diarrea una semana. El arroz con pollo lo hice con el último chorizo que tenía de Rorro, que en paz descanse y creo que me tocó uno picante.  Pero no recibí quejas.

sopla q

Antes de dormir, repasamos las cosas por las que nos sentimos agradecidos. Obvio, “mi cumpleaños!” y luego un poquito de llanto de sueño porque el día se acababa. Lo consolé diciéndole que Navidad es lo que seguía. Pero al menos la pasó genial, entretenido y ocupado. Declaró oficialmente que era el mejor cumpleaños de su vida.

Parece que fue hace 3 semanas pero no ha pasado ni una. Tropezamos por toda la casa con los globos, que ya empecé a estallar mientras Pato se baña. No quiere soltar una sola caja porque para “Para no contaminar, hay que reciclar” (Rocky, Paw Patrol). Los legos que le dio el papá ya se han bañado con él y están divididos en pedacitos por 3 cajas de las que dan en el super.

Pero de todo, lo que se me quedó grabado, fue su carita maravillada cuando llegó a la sala a las 6 de la mañana y se encontró banderines y globos y regalos y le empezó a llover muy despacito papel brillante de colores y él los veía caer con esos ojos enormes. Se me salieron las lágrimas.

Se veía tan pequeño. Tan frágil. Tan emocionado. Tan dulce. Mi niño mayor que cumplió 5 años.

besi


Gotitas de lluvia

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