Esa casa está siempre en mis pesadillas, con sus tres pisos y sus alfombras rojas muy gruesas. El frío artificial del aire acondicionado. El ronrroneo de los aparatos. El olor a otro país.
La soñé el otro día. Pero estaba vacía. La recorría con mi mamá y mis hermanos y les decía: “Aquí era donde dormía con mi prima, eran dos camas como de princesa, con techito. En este cuarto había una cama matrimonial redonda, donde se quedaba Mimí y a veces yo con ella.”
Entrábamos al cuarto principal. Vacío. Se veía mucho más pequeño de lo que yo lo recordaba. “Tenía alfombras de lado a lado y espejos. Una sala pequeña. Una mesa y sillas. Un mueble. Una cama enorme, con respaldar que hacía juego con todo. Eran motivos chinos, antiguos. Ahora no sé si eran auténticos”. Desde la terraza del balcón se veía el canal y el mar pero ahora solo veo el cielo.
Los llevo al baño, diciéndoles que se preparen para ver algo enorme. Pero solo quedan los mosaicos en un espacio muy pequeño. Aquí también habían alfombras gruesas pero eran rosadas. El jacuzzi donde cabían 7 parece una pileta de lavar los trapos del piso. No puede ser, pero es. Los veo, tratando de decirles que aquí pasaba, aquí pasó el abuso, esto era enorme, lleno de burbujas, lo tengo tan vívido, tan presente y ahora no hay nada.
No me van a creer. Van a pensar que estoy exagerando. Yo misma dudo de mis propios recuerdos y si de verdad viví lo que viví en ese mismo lugar al que fui por tantos años. Veo los edredones de seda color marfil de la cama. Los diseños intrincados de los muebles y el gabinete chino, fascinantes en su detalle. El televisor encendido con don Francisco hablando como cubano aunque era chileno.
Algo pasó. Yo sueño mucho con esa casa. Mucho. Y siempre tiene un doble fondo estrecho donde pasan cosas horribles. Esté en el tercer piso, pero baja hasta el primero. Y sé cómo entrar a ese doble fondo que asfixia y es negro y gris y pasan cosas horribles que me hace despertar gritando. Y siempre tengo que ir a ese lugar y nadie sabe, solo yo, que está ese doble fondo y sus monstruos, deseando que yo entre. Y me llama y me tienta y me dice que yo sé que tendré que entrar en algún momento para seguirme entre las sombras, reírse de mí hasta hacerme llorar de miedo.
En este sueño subimos al tercer piso, por la puerta que daba al cuarto escondido y yo era yo y no la que fui. Y vi de frente la pared enorme detrás de la que yo sabía que estaba esa viscosidad podrida y no sentí miedo ni ansiedad.
Antes, revivía el terror en cada una de esas pesadillas. Me despertaba gritando, con taquicardia, ansiosa, sudada. En este último sueño me sorprende la tranquilidad que siento. La certeza, la seguridad, el estar fuera del alcance de tanto muerto. La tristeza, sí, pero de algo que ya fue, hace mucho tiempo.
Mi inconsciente se actualizó y desnaturalizó mis pesadillas. Mis miedos ya no viven en esa casa
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