Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Gran acumulado: 14 600 casos confirmados, 104 muertos

No es una guerra. No. Por dicha no es una guerra. Entonces, ¿porqué paso pensando en todo lo que se parece a una guerra?

Al inicio, como en las guerras, la gente ofreciéndose como voluntario, el país preparándose, todos dispuestos a encerrarse- un par de semanas, nada más- el orgullo nacional de la producción de alcohol en gel y de la Caja trayendo de China aviones de insumos.

Ahora son más de 14 mil contagios. 10 mil casos activos. Y hay tanta información y a la vez tan poca, que no sé si es normal o no, si es un desastre o no, si ha bajado la velocidad de contagio, si bajó el R, si los modelos están bien o no. Que si la tasa de mortalidad. Que si la saturación en hospitales. Los contenedores de cadáveres. La desazón colectiva cuando las cifras alcanzan un nuevo record.

Y sin embargo, me he ido acostumbrando. Ya no me impactan los muertos diarios. Algo se me murió por dentro, pero ya ni siquiera siento duelo. Son cada vez menos personas y cada vez más números, cifras.

Ya estamos cansados. Todos. Ya los médicos te empiezan a hablar de jornadas larguísimas, de ellos mismos infectándose.

Recuerdo la escena de Anónima, una mujer en Berlín. Dos amigas se encuentran en el Berlín ocupado por los rusos. Una le pregunta a la otra cuántas veces la han violado, con absoluta normalidad. Están felices de verse, de estar vivas, de al menos tener una certeza. La jerarquía de las cosas cambió por completo.

Y el círculo haciéndose cada vez más pequeño. Los familiares en Panamá, que ya se recuperaron. La hija de mi tío abuelo y su familia, que no recuerdo cuándo los vi por última vez. La amiga de una amiga y esta semana, mi número de Covid es uno: alguien que conozco directamente.

Y no soy caso único. Todos sentimos ese lazo ahorcándonos poco a poco. Y noto cómo, cada vez que leo de alguien enfermo, quiero saber cómo se infectó, como para agarrarme de algo. Que llegue el pico ya. Que empiecen a bajar los números. Que algún tratamiento sirva. Que dejemos de ponernos zancadillas. No van a venir a llevarnos a campos de concentración. No hay soldados esperando violarnos. Qué hay?

Igual que con los números diarios: saber el distrito, los padecimientos de los muertos, que vamos atrasados con el procesamiento de pruebas, que solo toman pruebas entre los que están enfermos o sospechosos, me da la misma paz ilusa que me dio refugiarme en el marco de una puerta entre paredes de Gypsum durante el terremoto de Limón. Lo que sea para suavizar el golpe. ¿Cómo será el día en que ya no se pueda suavizar?

Cuánto más tiene que subir esto para que empiece a bajar? Ya ni siquiera pienso en cuánto falta. Ya pasé esa etapa romántica de la pandemia donde pensaba que esto nos haría mejores. Puede ser que a algunos sí, pero no a todos como sociedad. Ya volvieron los pleitos por tonteras, las politiquerías y para mí lo que ha sido más duro: los empresarios negándose a poner un cinco. Y yo que siempre había creído que parte de ese excepcionalismo costarricense tenía que ver con la solidaridad y conciencia de los ricos de este país. Y tampoco. Me enojo conmigo misma por ingenua.

Igual que una guerra o una tragedia, esto, más que hacernos mejores personas nos va a dejar traumados. Creo que muchas personas tomarán decisiones de vida y de hecho, ya las están tomando: dejando relaciones de años, hijos o familia, en media pandemia. Asumiendo riesgos estúpidos. Decidiendo no seguir en la tibieza. Haciendo planes tipo “si salgo de esta…”, prometiéndose no seguir aguantando, cambiar su vida, hacer lo que siempre habían querido y han atrasado y arrastrado por años.

Veo más gente llamándose, diciéndose que se quieren, que se admiran, que se hacen falta. Todos con esa necesidad de contacto, de decirse lo importante que has sido en mi vida, lo que te extraño.

Ya no quiero volver a lo antes. Tampoco quiero volver a ser normal. Quiero que Pato pueda ir a la escuela, salir de la casa, ver gente, tener tiempo para mí, quiero silencio. Quiero salir sin tener miedo. Ya ni siquiera me da miedo enfermarme o enfermarnos aunque pueda ser una lotería.

Si algo me llega a pasar que no te quede duda: siempre te quise. Me da miedo y me duele pensar en un futuro donde no pueda volver a verte. Desde el primer día. Siempre.

 

Y vos, ¿qué pensás?