Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

113 contagiados, 2 muertos, 2 recuperados

desde la isla de

Cuando me operaron de cáncer, estuve sin salir casi 6 semanas. Era distinto, sí, porque me dolía todo, pero el efecto psicológico era similar. Me hice una rutina, pensando en el libro de Mauricio Rosencoff de Las Cartas que no llegaron y El Batarz, de cómo sobrevivió años y años de encierro solitario y en el caso de él, en condiciones de mierda y con tortura. Cómo estiraba las horas, cómo recordaba vivencias esforzándose en recrear hasta el más mínimo detalle.

Tal vez es el efecto del medicamento- espero- pero me empiezo a sentir un poco mejor. Digamos que veo la situación como temporal, no eterna y confío un poco más en que podremos salir adelante. No deja de angustiarme la cantidad de gente que se está quedando sin trabajo y qué pasará con ellos cuando todo esto pase, sobre todo, qué pasará con el país que conocemos.

La angustia se me agrava cuando veo los anuncios que hacen en los países ricos, donde están dirigiendo billones de dólares a solucionar la crisis y ayudar a la gente que se queda sin empleo. Trato de razonar que son países donde no hay seguros, donde hay más gente, donde las condiciones son diferentes. Pero ayer, por ejemplo, supe que en Alemania hay 12 000 contagios, pero 25 000 respiradores. No se les muere nadie. Nosotros tenemos apenas 488. Esa es nuestra capacidad hospitalaria. Gaby me dice que eso es solo para los que se complican. Eso también es cierto. Y me aferro a eso de forma infantil.

Me pregunto si habrá un sector de la sociedad pensando que es mejor que se supere la capacidad hospitalaria y que como en Italia, muera toda una generación. Que si eso liberará el sistema de pensiones y finalmente invertirá la pirámide poblacional a huevo.

En todo caso, con cada anuncio de medidas del gobierno, me parece estar oyendo crujir al Estado por el peso de la decisión y la salida de plata que eso significa.

Entonces: la rutina.

Me levanto y tomo la medicina de la tiroides. Me siento a escribir, para mí. Me descansa.

Luego hago mis ejercicios de estiramiento y media hora de bici estacionaria.

Me baño. Preparo el desayuno.

Ayer reacomodé y limpié un rincón de la casa donde puedo trabajar. Lo usé cuando llegó Pato. Ordenar me hizo bien. Y además ahí está la foto de mi papá. Una de las cosas que mi mamá siempre me dijo en las peores situaciones y en las que ella creía que yo necesitaba apoyo divino, fue que le pidiera a mi papá que me acompañara y me protegiera. Ella sabía que no podía, desde la muerte de él, creer en un Dios que me lo quitaba. Pero sí creía en el amor que había tenido de él y eso me sostenía.

Hacer mis rondas de saludos virtuales a amigos que sé que la están pasando muy duro. Ayer compartí un artículo donde habla del proceso que estamos pasando todos. No nos estamos volviendo locos. Es un proceso normal, un duelo, que como el de Fuser, también pasará. No nos vamos a quedar para siempre en esa tristeza profunda y en el pánico.

Me hizo bien sentarme en algo más parecido a una oficina. Soy más productiva. Me cambia el ambiente. A las 10:30 paro una hora para jugar con Pato. Ayer fuimos al parque, con la instrucción de no acercarnos a nadie. El estaba feliz, corrió por todo lado, corrimos juntos, hicimos competencias. Viéndolo correr y cómo no paraba de hablar pensé en todo lo que me he perdido de él por trabajar y trabajar. Y la falta que me hace estar así con él, libres, jugando y cómo eso lo hace feliz a él también.

Pato llevaba dos días orinándose de repente, en la sala y pidiendo además que le pusiera pañal. En las noches, lo oía batallando con pesadillas. Oscar sugirió que le dijera que vamos a estar bien. Se lo empecé a decir, todos juntos, Marce, él y yo. Eso e ir al parque y hacer ejercicios juntos. Y parece que funcionó.

En casa correo que mando, trato de poner algo dulce, un abrazo virtual, buenos deseos a la familia. Curiosamente, he empezado a recibir mucho amor de gente que nunca me dice nada. Me agradecen los correos, me dicen que les ayudan mucho, que se ríen, que los disfrutan, que les dan paz

Me parece que la gente está tratando de decirse unos a otros lo que siempre nos tendríamos que haber dicho: que nos queremos, que nos apreciamos, que disfrutamos de estar cono con el otro.

Hasta con la gente de la oficina, con quienes siempre estoy tan distante, la relación es un poco más cálida. Yo soy más divertida por escrito. Me atrevo a decirle a un socio que el trabajo que hizo se lo facilité yo, porque es cierto y  porque él quiere cobrar todas las horas de ese trabajo solo para él. Y no. Es verdad que yo le di todos los insumos. Pero así como esto ha hecho salir lo mejor de mucha gente, también ha aflorado el egoísmo.

Todos los días, todos los putos días, me enfrento a la decisión si entregar o no una de mis preciadas bolsitas de alcohol en gel a alguien que no tiene. Pero tengo que decir que no. Que tengo que pensar primero en los míos. Y recordar que el jabón protege más que el alcohol.

Hay mucho ruido en la mañana sobre una suspensión de garantías constitucionales. El rumor se infla y se desinfla. Los expertos chinos insisten en que hay que parar toda actividad económica cuanto antes.

A medio día, la conferencia de prensa, enterarme de cuántos más están infectados. Tratar de buscar explicaciones y consuelos: aun es rastreable dónde se enfermaron, muchos de ellos en el Hospital de Alajuela. Falleció una persona más, de 80 años. Pero se recuperaron dos. Ya hay noticias de una recuperación. Las dos semanas que vienen son fundamentales. Tenemos que extremar medidas.

Espero el análisis de Enrique sobre el crecimiento y entiendo que si en dos semanas veremos los resultados, eso significa que con un aumento diario de 25%, en dos semanas vamos a llegar a 600 contagiados y que no debo preocuparme, porque la esperanza es que a partir de ese momento es cuando puedo empezar a bajar.

Desde aquí adentro no puedo ver si todos lo estamos haciendo. Sé que yo sí y quisiera pensar que los demás también. Pero dudo de los demás y mucho. Busco en las redes sociales esos mensajes diciendo que no se ve a nadie en la calle para pensar que todos estamos tratando de hacer lo que se pueda. También soy realista. Es posible que no sea así.

Uno de los socios de la oficina me dice que esto va a durar meses y que el dinero se acaba. Mauro me dice que en pocos días, mi trabajo va a parar y es cierto. Vienen días en que no haya nada de trabajo que hacer y no sé por cuánto tiempo se va a extender.

Pato hace telekinder. Le leen un cuento, ve un experimento, lo saludan repasando los colores. El observa maravillado.

A las 3, entra una llamada urgente: una cajera de Novacentro se contagió. Eso es un desastre. Andate ya a comprar lo que haga falta como para tres meses de encierro. Nos vamos los dos y al llegar al Automercado, hay fila. FILA. Jamás pensé tener que hacer fila para comprar comida. Pero también jamás pensé que vería anaqueles vacíos como en los países socialistas. Recuerdo lo que dijo Andrea hoy: recuerden resignificar las cosas que les dan angustia, no hacemos fila porque haya carestía. Lo hacemos para protegernos entre nosotros.

Mientras espero, me llama otra cliente. Hablamos de cosas de trabajo y ella, angustiada, casi llorando, me pregunta cómo veo el tema. Trato de no asustarla porque hay gente escuchando. Le digo que tenemos que ser fuertes, porque las dos tenemos hijos pequeños. Que me conmueve ver cómo la empresa donde ella trabaja está haciendo todo por los empleados. Le cuento de Pato orinándose. Me dice que su hija de 7 no deja de llorar y dibuja el coronavirus. Le mando mi artículo bálsamo y ella me agradece lo cercana que siempre he sido con ella en el trabajo, mi disposición y el compromiso con ellos. Nunca antes me había dicho cosas así.

No tenemos que esperar mucho y cuando entramos, compramos latas, cereales, pocas cosas que complementan lo que ya tenemos en la casa. Tenemos bastante y eso me da paz. Pero siempre siento que no es suficiente.  Trato de no acercarme a la gente en los pasillos, pero no todos hacen el mismo esfuerzo

Pienso en la oficina de Ariel. La secretaria me dijo que los pacientes se niegan a ponerse alcohol, a irse a lavar las manos. Es tan rara y egoísta la gente de plata

Trato de controlarme para no llorar. Y a la vez, voy revisando el teléfono y preguntando a gente querida si eso será cierto. Casi inmediatamente entran los mensajes diciendo que es falsa alarma. Diego me dice que vendrán muchos mensajes similares en el futuro.

Trabajo un rato más y a las 5:30 cierro la compu. Ya no más por hoy. Ahora a dedicarme a Pato, a comer algo, ver algo light en tele y ayudarme con mis gotitas para dormir. Tengo que forzarme a descansar aunque sea así.

Otro cliente me llama y me exige que haga algo ya. Le digo que no puedo, que lo haré hoy sábado temprano. No le digo que me cuesta mucho concentrarme y que ya terminé el día. No quiero agotarme porque ya estoy agotada. Estos días requieren más esfuerzo de lo normal.

Gaby y yo tenemos el pacto de hablarnos todos los días, pase lo que pase. Contarnos qué hacemos, como si estuviéramos físicamente juntas. A mí me sirve mucho para no irme a los lugares más oscuros que tengo adentro.

Una amiga me escribe a preguntarme si veo divorcios y me dice que la cosa está difícil. Tengo que preguntarle si está bien y si está segura. Y empezar a pensar a dónde me la podría llevar si hay violencia, porque ella no tiene a nadie en Costa Rica.

He pasado cosas peores en la vida, a nivel personal y siempre, siempre, pensaba que eso no duraría para siempre, que un día eso ya no sería así. Y tenía razón. Para esto que estamos pasando estamos mejor que mucha otra gente, en condiciones que nos permiten aguantar.  En cierta forma, nos hemos preparado para algo así toda la vida.

Qué ridículas se ven ahora ciertas compras y caprichos y gustos! Ahora como lo que haya, sin quejarme, aunque aun podría ponerme exquisita e ir a comprarme solo la ensaladita que me gusta. Pienso en el viaje a Cuba, hace muchos años, que las tres comidas eran arroz con frijoles. Y estaba bien. Era comida.

A Pato le trajeron una bolita de futbol. Estaba feliz pero sobre todo agradecido. Me dijo que sabía que la bola era de Mauro. Durmió con ella.

He pensado que prefiero esto a un terremoto. Al final del día, la corte cerró, una Semana Santa de tres semanas. También el Ministerio de Cultura. Los parques. La U.

Al fondo anda Pato marchando con una banderita mapuche y cantando a todo galillo: “El pueblo, unido, jamás será vencido!”

Hoy no lloré.


Gotitas de lluvia

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