Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

La tapita

Estoy sensible. Como si se me hubiera abierto una grieta o se me hubiera perdido la tapita de esa botella, azulada y fría. No la encuentro y me urge, esa o cualquiera que sirva, porque se me está desbordando y me doy cuenta porque tengo urgencia de montarme al carro y aprovechar para llorar, mientras voy manejando. Así lloramos las mujeres. Encerradas, en movimiento, de camino a alguna parte.

Quiero decirle al señor que me atiende en la gasolinera que es una barbaridad que los obliguen a usar ese chaleco amarillo horrible en este calor, convirtiéndolos en carteles humanos para que a mí no se me olvide pedir mis stickers. Quiero pedirle perdón porque no me interesa el coleccionador y preguntarle si tiene que cumplir con una cuota de entrega. Quiero pedirle que me cuente cómo es su vida, si me saluda sonriendo porque se siente bien o porque es requisito en este brete que te obliga a estar de pie aspirando humo, atendiendo malcriados insolentes, por un salario de mierda.

Me conmueve la dignidad del trabajador que renuncia, que sonríe cuando entrega ese papel que dice irrevocable y definitiva y  fija una fecha. Que recupera de a poco su vida conforme se acerca el día de irse y que pasa a un nuevo estado, donde nada importa. Que ya es ajena a las caras tristes de los que quedan atrás porque el que se va sabe que la vida sigue y que esas tristezas son fiebres de pollo suspiros que no duran dos días. Es la misma de ese de peatón que cruza por donde le da la gana, muy despacio, desafiando con la mirada al chofer urgido, porque se sabe intocable. A veces hasta e deja ir un manazo al que le acerca mucho el carro, le pita, acelera o le hace mala cara.

Me duelen los corazones rotos. Las lágrimas de dolor. El dolor humano. El sufrimiento. Y pienso en Pato y me duele más pensar que un día será el corazón de él el que se resbale al suelo y se reviente. Y que no sé si mis brazos o mis palabras bastarán para consolarlo. No sé ni siquiera si querrá buscarlos.

Me duele el perrito que nadie quiere adoptar por feo. El indigente durmiendo en la acera. El drogadicto que golpean porque en su confusión no sabe a quién le estorba. El mudito que cuida carros. El señor mayor que es especial y se dedica a lo mismo. Las mujeres con niños pequeños alzados que andan en la calle. El chico quemado que vende platanitos en la circunvalación. Los abuelitos solos. Decirle que no a los muchachos que me ofrecen un volante. Los correos de muchas personas ofreciendo servicios. Los operarios que llegan en bus a muchos parques industriales a dejar curricula. Las empleadas domésticas y sus salarios tan bajos. Los desprecios. Los abandonos. Los olvidos. Los hasta luegos.

Mi amiga me manda una foto alzando a su hijo. Vienen saliendo del tribunal y un juez dijo que sí, que ahora s su hijo y ella su madre y que nadie puede decir lo contrario. Ella me dice que no sabe qué sentir y que no para de llorar. Le digo que es una injusticia porque a las mujeres se nos prepara desde siempre para saber cómo comportarnos en caso de un parto, pero que para algo así no tenemos esquema. Que no sabemos qué se supone que tenemos que hacer, que decir, que sentir. Que sea feliz, le digo. Que haga lo que sienta. Que celebre. Y que escriba, para que otras mamás en otros futuros lean y no se sientan solas.

Quiero llegar a la casa y abrazar a mi hijo. Que me diga “Mami” y me de un besito en la punta de la nariz y sonría al verme y se le iluminen los ojitos. Quiero decirle que ya no me importa haber perdido mi nombre ni mi espacio. Que no me importa tenerlo encima todo el día. Que añoro eso cuando lo tengo lejos.

Pienso en su progenitora y tengo esa ambigüedad de no quiero que lo veás nunca, pero ojalá pudiera hacerte saber, sin decirte, lo bien que está, lo cariñoso que es, cómo le gusta hacer rompecabezas, el color azul, la música y los perros. Vieras cómo se le ven los ojos cuando les pega el sol, cómo sonríe cuando entra al agua, cuando ve a los abuelos, cuando sale al patio a recibir al papá. Ojalá pudieras verlo en los brazos del papá. No entiendo cómo escogiste perderte esto, pero gracias. Gracias, porque gracias a vos él está con nosotros Quisiera creer que te arrepentís de perderlo y que lo pensarás siempre. Pero sé que no sé si eso es cierto. Que tal vez no te acordás. Que escogés no pensar en eso porque tenés cosas más inmediatas y urgentes, como la vida. Que tal vez no te importa y te sentís aliviada. Y se me nubla todo pensando cómo habría sido la otra vida de Patito si se hubiera quedado con ella. Dejá de hablar mierda, vos– me regaño. Pato no sería Pato si no estuviera con nosotros. Y esa otra vida no existe. Ni existió nunca. Pato es nuestro. Un juez lo dijo. Nuestro. Nada puede cambiar eso.

Necesito encontrar mi tapa. O algo que me sirva para lo mismo. Una curita, un tapón, una aguja con hilo. Algo que me cierre esta herida a corazón abierto porque ando dejando gotitas de sangre por todas partes.

2 gotas de lluvia en “La tapita”

  1. Eli Feinzaig dice:

    Ale, Pato no es tuyo porque un juez lo haya dicho. Pato es tuyo porque le abriste tu corazón como lo hiciste en este poderoso relato, y él vio su amplitud y percibió su calor y decidió quedarse ahí para siempre.

  2. Susana dice:

    Tal vez no sea un tapón sino una compuerta lo que necesités. Una grande y fuerte, como las de las exclusas del Canal de Panamá, que se abran para que salga todo ese dolor pero resistan para soportarte y que podás cerrarlas hasta que sea necesario volver a descargar. De momento, ya abriste una rendija y nos diste el privilegio de recibir esta primera filtración, con un abrazo.

Y vos, ¿qué pensás?