No sé para qué me contactan. No lo han hecho en 30 años. Y de repente, ahí está uno, el organizador, que si te meto en el grupo de Guasap, que si vas a ir, que ojalá podás. Y me confundo.
Por un momento pienso que me lo imaginé. Que tal vez no fue tan malo. Que tal vez la que estaba jodida era yo. Que no puede ser que ellos tengan tantos buenos recuerdos y yo no.
Me engaño. Quiero creer que ya no me importa, que no me afecta. Es cierto que ya no siento ese odio y ese repudio por verlos. Tampoco confío en ellos. Todos los días, el algún momento: para qué me llaman? Porqué quieren que vaya?
Pero no es tan cierto que todo está superado. Tengo que repetirme, varias veces al día que ya yo no soy ella que era hace 30 años. Que no tengo nada en común con ellos. Y veo pasar en el grupo mensajes que confirman que ellos siguieron – en mucho- siendo los mismos. Ellos siguen siendo amigos, siguen en contacto, se hablan con la familiaridad de los que se hablan siempre. Ellos siguieron su dinámica de adolescencia. Yo logré soltarme, porque para mí era una cadena. Tal vez es que necesitan la cuota- pienso.
Dicen cosas como qué impresionante que esos cinco años sigan siendo los mejores de mi vida a pesar de todo el tiempo que ha pasado. Qué ganas de verlos a todos otra vez. Lástima que me lo voy a perder. Le cuento a mis hijos de lo lindo que es volver a hablar con los amigos del colegio.
Veo pasar saludos de cumpleaños. Muchos. Y pienso en todos los quinceaños a los que no me invitaron. Y es como arrancarse la esquina de un grano muy viejo. Duele un poco. Y sangra. Me encuentro a uno que sí fue compañero desde toda la vida, con quien siempre me llevé bien, tal vez porque los dos éramos igual de raros. Le cuento lo que está pasando y me dice “Qué te extraña? O es que nunca te diste cuenta que nosotros no éramos sus amigos?”
No sé si ir o no. No tengo nada en común con ellos. No sabría con quién sentarme, cómo iniciar una conversación. Se van a ver en un bar y yo, que no tomo guaro.
Veo pasar a los que se disculpan y cancelan y se salen del grupo. Aprovecho para salirme yo también. Ya había dejado lista la excusa. Creo que tengo que viajar, dije. Y simplemente me salí, sin decir nada y me sentí mejor, la verdad.
Pasan los días y una de ellas me escribe por FB y me dice, como si yo no supiera que hay un grupo, que si me mete. Y yo, por quitármela de encima le digo que sí. Al rato me escribe de nuevo: que dicen ellos que vos estabas y que te saliste. O sea que no me quieren ahí. Y no me lo dicen. Le dicen a ella para que me diga a mí. O tal vez tengo la paranoia exacerbada. Le digo cualquier excusa, que pensé que el grupo era solo para la actividad, que vi a otros salirse. Me creen y me meten otra vez. Treinta años y tengo que seguir mintiendo si quiero ser parte, aunque sea virtualmente, de esto.
Meten a 3 más. Saludan a dos. A mí me ignoran. Finalmente una me saluda a mí, la misma que me insistió y le doy las gracias. Nadie me responde y entonces pienso que qué putas les pasa. Qué les cuesta ser amables, saludar o si es que acaso piensan que se ignora hoy al que se ignoraba antes. Pienso, desde la adulta que soy hoy, que no les hice nada, que no hay razón para que me traten así.
De repente, en Facebook, se activa el grupo, le cambian la portada y aparecen las fotos que se tomaron y que yo no quise ver cuando compartieron el link, pero de repente ahí están y le doy click y las veo.
Son extraños, pero son los mismos. A algunos los he visto en el pasar de los años, por un momento, por un saludo incómodo.
Me impresiona de sobremanera la que fue mi mejor amiga. Gorda, gordísima, con el pelo muy corto, mal cortado, canosa. Y los ojos tristes a pesar de la sonrisa. Me sorprende verlos- vernos- a todos tan viejos. Algunos tan parecidos. A otros ni siquiera los reconozco.
Veo y veo las fotos y me alegra no haber ido. No habría tenido de qué hablar con ellos, como no lo tuve entonces. No habría tenido con quien sentarme, con quien pasar el rato. Me habría levantado y me hubiera ido.
Y sin embargo, pensé que debí haber ido. Un conocido me dijo andá y les restregás tu éxito. Cuál? , le pregunté, y no me dijo nada. Pensé que debí haber sido la mejor parte, llegar como la que soy ahora y dejar que me conocieran de cero, que no me arrastraran al pasado del colegio. Pensé que la jodida soy yo, después de tantos años, guardar tantos resentimientos, tantos dolores.
Me pregunté si todo sería cierto o si me lo estaba imaginando. Traté de recordar qué, exactamente, me había hecho cada uno de ellos y no me llega nada al cerebro. Me pregunté entonces si sería que yo había leído mucho, visto mucha tele, si lo habría inventado. Tal vez es que no me hicieron nada precisamente por eso, porque me ignoraban o se burlaban abiertamente. Yo era invisible cuando quería con todas mis fuerzas que me vieran, que me incluyeran, que me aceptaran. Si seré yo, en realidad, una persona mala, desaptada, mentiorosa compulsiva, repelente, grosera.
Esa noche llegaron las pesadillas. La foto de la que fue mi mejor amiga. Me veré yo igual de vieja y acabada? Estaré así de derrotada? Así de gorda de fijo. Peso 40 kilos más que hace 30 años.
Y recordar, en medio de la vigilia cómo se enojó conmigo cuando le dije que denunciaríamos a ese hombre que le tiraba los platos de comida contra la pared cuando algo no le gustaba, que se burlaba de su crianza de princesa. Como quiso creer que yo andaba en cosas raras, en sectas, que me habían lavado la cabeza. Como otra de ellas, cercana en algún momento y también en las fotos, me reclamó que dejé sola a la primera y que nadie le ayudó a ella, a la primera, a atender a su hijo mayor cuando era bebé y ella no sabía cambiarle las mantillas.
Soñé que daba una charla y que estaba uno de ellos que no sabía, hasta anoche, que me gustaba. Vos, Daniel, seguramente porque te ves tan parecido a entonces. Te preguntaba por Boris, tu primo, que estuvo siempre con nosotros y no sale en las fotos y me decías que terminó siendo un neurótico, siempre enojado. Te terminaba dando un beso, en la boca, apretando- me dijo el cerebro. Y éramos los dos de nuevo adolescentes y no era ni placer, ni amor. Era un éxito pendiente de hace muchos años.
Me desperté racionalizando. No sé cuántos de ellos son felices. No sé cuántos tienen buenos trabajos. No sé cuántos nadan o son felices con algo que estén haciendo. No sé cómo son sus hijos. No sé si cambiaron. No sé si leen, si viajaron, si disfrutan de lo que han alcanzado o se siguen engañando.
Porqué en la época del #MeToo pretenden que me reúna con los victimarios y les sonría y finjamos que somos los amigos que nunca fuimos. Porque ellos se reúnen para recordar cuánto se rieron y no a costa de quién. Porque las personas que han sido crueles con alguien, con frecuencia se olvidan que lo fueron o prefieren disimular que todos hemos olvidado. O se excusan, diciendo que eran cosas de adolescentes. Saben qué? Herían igual. Al recuerdo no le importa que hayás tenido 16 años.
Repaso las cosas que tengo, que he vivido, que he logrado. La que soy hoy. Pero me cuesta. Vuelve la sensación de estar excluida, de ser rara, fea, muy alta, muy plana. No sé si estoy en hoy o si me quedé en ese entonces.
Entonces voy y abrazo a mi bebé (Porqué tuviste hijos tan vieja? qué pereza!) que está dormido y lo oigo respirar y sé que esa es mi única realidad y mi único futuro.
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